domingo, 11 de enero de 2009

"Me llamo Bond, James Bond..." (# 3)

3- ROGER MOORE:
El tercer James Bond ya era un rostro muy popular entre el público internacional cuando tomó el relevo de Sean Connery, quien dejó la serie después de "Diamantes para la eternidad", en 1971. El actor inglés afincado en los Estados Unidos Roger Moore había debutado en Hollywood en 1945, apareciendo como actor secundario en diferentes producciones, destacando especialmente su participación al lado de Elizabeth Taylor en "La última vez que vi París" (1954) y de Lana Turner en "Astucias de mujer" (1956). Dejando aparte su aparición al lado de tan ilustres damas de la pantalla, la carrera cinematográfica de Moore no acabaría de despegar, naufragando tristemente de papel intrascendente a película fallida. Su oportunidad de convertirse en una auténtica estrella llegó a través de la televisión, medio que a finales de la década de los cincuenta y comienzos de la de los sesenta se convertiría en refugio de infinidad de actores y actrices de la gran pantalla que pugnaban por abrirse camino hacia la fama. Así pues, regresó a su Inglaterra natal en 1957 para hacerse cargo del papel protagonista de la serie televisiva "Ivanhoe", que le lanzó al estrellato a ambos lados del Atlántico, y en la que retomaba el personaje que había popularizado Robert Taylor en una colorista producción de la Metro-Goldwyn-Mayer de 1952.
Pero el personaje que le daría verdadera fama universal sería el de Simon Templar en "El Santo", producción de la ITC británica que fue emitida originalmente desde 1962 hasta 1969. Basada en la serie de relatos del escritor Leslie Charteris, "El Santo" narraba las aventuras de un remedo moderno de Robin Hood metido a investigador privado con una especial habilidad para la técnica del disfraz. La serie fue un éxito de clamor, emitiéndose en más de sesenta países y con un total de 120 episodios, resultando la segunda serie televisiva producida en el Reino Unido de mayor duración, tan solo superada por la longeva "Los Vengadores". El personaje de Simon Templar permitió a Moore desplegar todo su encanto masculino y su capacidad para dotar a sus personajes de una fina ironía y un sarcasmo no exento de cierta indiferencia, cualidades que aprovecharía más tarde para componer su particular versión del carácter de James Bond 007. Atenido a un prototipo que funcionaba a las mil maravillas, Moore ofreció una variante del mismo en otra serie para la pequeña pantalla, "Los Persuasores" (1971), junto a Tony Curtis, en la que ambos encarnaron a un par de millonarios metidos a detectives privados con una notable debilidad por socorrer a bellísimas mujeres en apuros, a las que -por descontado- exigían derecho de pernada a cambio de sus servicios profesionales.
La oferta de Harry Saltzman y Albert R. Broccoli para hacerse cargo del personaje del agente secreto 007 llegó en 1973 con la producción de "Vive y deja morir", la primera de las siete entregas Bond protagonizadas por Roger Moore con innegable éxito, avalado -con toda seguridad- por la imagen que el público se había formado del actor, especialmente gracias a "El Santo". La nueva etapa de James Bond con Moore al timón ofreció sensibles cambios en la idiosincrasia del personaje. Los tiempos habían cambiado, y los primeros años setenta habían asumido los históricos movimientos sociales de la década precedente, los cuales pedían a gritos una revisitación de las costumbres del agente 007 al servicio de Su Majestad Británica. Así, el Bond de Roger Moore es más afable y menos estirado que el que compuso Sean Connery, además de gozar de un saludable sentido del humor del que su antecesor carecía completamente. Y, resultando tal vez la novedad más evidente de la nueva era Bond, su relación con las féminas se había suavizado considerablemente, abandonando en gran parte la carga de prepotencia y machismo imperante en las anteriores producciones. De esta manera, las chicas Bond de Roger Moore pasan a ser compañeras de fatigas profesionales o rivales a su misma altura, en lugar de representar a los sumisos objetos sexuales o las mega-harpías de manual del pasado, destacando particularmente Jane Seymour, Britt Ekland, Barbara Bach o Lois Chiles como las representantes de este nuevo estilo de mujer, acorde con las reivindicaciones que en todos los ámbitos sociales venían haciéndose desde el colectivo femenino.
Las películas Bond de Roger Moore, especialmente a partir de "Moonraker" en 1979, en la que el agente 007 viaja al espacio exterior, se dotaron con elementos fruto de la pasión por la tecnología unida a la paranoia terrorista que se propagó mundialmente con la llegada de los años ochenta. Si en las películas de Connery habíamos visto gadgets de diseño imposible aplicados al mítico Aston Martin conducido por James Bond, e incluso un helicóptero de bolsillo que cabía dentro de una maleta, ahora íbamos a conocer naves espaciales cargadas con toneladas de gas letal listo para matar a millones de personas o dispositivos preparados para provocar un gigantesco terremoto en California y eliminar la competencia que para la industria soviética significan los microchips fabricados en Silicon Valley.
Después de las siete películas que Roger Moore protagonizó como James Bond con la total complicidad del público -que había reportado a las arcas de Saltzman y Broccoli una immensa fortuna recolectada en taquilla- era evidente que la edad del actor comenzaba a ser un problema. A los 58 años no podía permitirse el lujo de seguir interpretando al dinámico y atractivo agente secreto, lo que obligó a jubilarle con todos los honores y a buscarle un sustituto, que resultó ser el actor Timothy Dalton. Las siete entregas de Moore -"Vive y deja morir" (1973); "El hombre de la pistola de oro" (1974); "La espía que me amó" (1977); "Moonraker" (1979); "Sólo para sus ojos" (1981); "Octopussy" (1983), y "Panorama para matar" (1985)- sumadas a las seis de Sean Connery y a la que protagonizó George Lazenby, arrojaban ya un total de catorce películas, convirtiendo a James Bond en uno de los personajes más prolíficos de la historia del cine, cifra que actualmente se eleva a veintidós producciones para la pantalla grande interpretadas por seis distintos actores.

sábado, 10 de enero de 2009

Weird Toons # 24: "Wally Walrus"

De entre los personajes secundarios que se prodigaron por los cortos producidos por Walter Lantz en la década de los cuarenta, destaca esta morsa de aspecto humano a la que se conoce con el nombre de Wally Walrus (en el doblaje castellano, "Pablo Morsa"). Apareció por primera vez en "The Beach Nut" (1944), junto a la estrella indiscutible de la casa, Woody Woodpecker, y pronto se constató que el pobre Wally había nacido para ser el blanco de las iras, las bromas, los timos y, en general, toda la picaresca que define al más popular de los pájaros carpinteros. En seguida, Walrus se convirtió en un elemento más del background de los dibujos animados de Woody, adoptando las características necesarias para permitir a este desplegar su repertorio de gags. Así, Wally Walrus fue el mayordomo que intenta impedir que unos hambrientos Woody Woodpecker y Andy Panda acaben con todos los platos del opíparo banquete de la casa aristocrática en la que sirve en "Banqued Busters" (1948); El anfitrión del diplomático por el que Woody se hace pasar en "The Dippy Diplomat" (1945), o el casero al que Woody impide conciliar el sueño en "Smoked Hams"(1947). En todos estos y otros muchos cartoons, Walrus sirve tanto para un barrido como para un fregado, demostrando tal versatilidad que pronto pasó a ser el saco de golpes de otra de las estrellas animadas de Lantz, Chilly Willy, el pingüino friolero, en algunos de sus cortos. Walrus tuvo el honor de ser el primer y principal antagonista de Woody Woodpecker hasta 1948, cuando fue reemplazado por Buzz Buzzard, un buitre con aspecto y maneras de gangster, aunque continuó apareciendo en los comics que se editaban con las aventuras de los personajes de la casa y, ocasionalmente, como invitado en algunos programas a partir de 1960, como el especial de Halloween "Spook-a-Nanny". Un curioso rasgo de Wally Walrus son sus colmillos de morsa, asomando a veces bajo su espeso bigote y siendo inexistentes en otras, y pareciendo más largos o más cortos, o enteros o quebrados, dependiendo de la ocasión. Esta condición camaleónica, típica de los carácteres secundarios en la historia de la animación, fue compartida por otros ilustres second banana -incluso bajo el mismo techo de la Walter Lantz Productions- como Smedley, el perro esquimal torturado hasta la saciedad por el ya mencionado Chilly Willy. Es obligado, por cierto, citar a los importantes actores que cedieron su voz a Wally Walrus, en primer lugar Hans Conried, imitando un fuerte acento sueco y, más tarde, William Demarest, que imprimió a la voz de Walrus el típico soniquete de los neoyorquinos.

viernes, 9 de enero de 2009

Gardner & Rooney: juegos de niños

Ava Gardner conoció a Mickey Rooney el mismo día de su llegada a la Metro-Goldwyn-Mayer, el 23 de Agosto de 1941, mientras Milton Weiss, empleado del departamento de publicidad de los estudios, les ofrecía a la joven aspirante a estrella y a su hermana mayor, Bappie -que la acompañó a Hollywood a requerimiento de su madre, dada la juventud de Ava- el habitual tour por los platós y las dependencias de la casa. Rooney se hallaba en pleno rodaje de "Babes on Broadway", y estaba interpretando un número cómico de la película en el que aparecía disfrazado de Carmen Miranda. En cuanto vio a la bellísima sureña agazapada en el fondo del set, se adelantó para saludarla, abriendo una enorme bocaza pintada de rojo carmín. Ava no pareció quedar muy impresionada por el bajito -apenas 1,60 de altura- Mickey Rooney, a la sazón una de las más importantes luminarias de Hollywood, cuyas películas musicales junto a Judy Garland venían siendo enormes triunfos en el box-office. Rooney, por su parte, quedó fascinado por la belleza y el encanto de la nueva starlette, y comenzó a asediarla en todo momento, mientras aseguraba a boca llena que conseguiría hacerla suya. El acoso era implacable: desde el comedor de los estudios hasta los platós fotográficos donde Ava no hacía más que posar en traje de baño en interminables sesiones, organizaba representaciones improvisadas -su espíritu de clown era notable- haciendo gala de sus más aclamados recursos cómicos para impresionarla. Pero mientras todo el mundo se reía a mandíbula batiente con las gracias de Rooney, la testaruda Gardner seguía sin prestar atención al circo desplegado en su honor.Tal vez fuera este el motivo por el que los cimientos de Rooney, considerado todo un playboy de las noches hollywoodenses, comenzaran a resquebrajarse. No estaba acostumbrado a recibir negativas de las jóvenes a las que hipnotizaba con su publicitado encanto, y los desplantes de Ava Gardner se habían convertido en todo un reto, en una muralla a derribar. Rooney, que salía con muchachas por docenas, exhibiéndose con todas ellas en los locales nocturnos de la ciudad, abandonó su habitual promiscuidad para centrar sus esfuerzos en la caza y captura de Ava. Le enviaba docenas de ramos de rosas rojas y orquídeas que se acumulaban en el pequeño apartamento alquilado de la avenida Franklyn que compartían las hermanas Gardner, y se presentaba cada mañana en la puerta del edificio para acompañarla a los estudios en su automóvil. Esta circunstancia, por cierto, duró poco, al intentar Rooney propasarse en el asiento trasero.Gardner, por su parte, comenzó a verse presionada por los estudios para aceptar las ofertas de Rooney para salir a bailar o a tomar una copa, ya que consideraban que podía ser positivo para el despegue de su carrera. Tímidamente al principio, Ava consintió en dejarse ver con él, frecuentando los clubs más populares de Hollywood. Lo que comenzó siendo una estrategia publicitaria acabó siendo un auténtico romance cuando Rooney desplegó todo su encanto, adquirido después de muchos años de acoso y derribo de jóvenes starlettes. En ese período, Ava Gardner conoció y se relacionó con todas las grandes estrellas de Hollywood, terreno vedado para las aspirantes a actriz en el elitista mundillo de la Meca del Cine. Al mismo tiempo, comenzó a encontrarle el gusto a la vida nocturna y a los restaurantes caros, mientras que aceptaba -aguijoneada por su ambiciosa hermana Bappie- los lujosos regalos que Rooney le hacía constantemente. Así, en los mentideros de Hollywood, aquella apocada jovencita sureña comenzó a ser considerada seriamente como la más firme candidata para llegar a ser la señora Rooney.
La proposición de matrimonio no tardaría en llegar. La familia Gardner, en su humilde hogar en Carolina del Norte, no pudo creerlo cuando supo de la noticia, mientras que los Rooney estaban convencidos de que su retoño era demasiado joven para casarse. Por si fuera poco, Louis B. Mayer, el magnate propietario de la Metro-Goldwyn-Mayer, puso el grito en el cielo, mostrándose abiertamente en contra de lo que consideraba un immenso desatino, aunque tuvo que pensárselo dos veces al imaginar lo que podría ocurrir ante un desplante de su estrella más cotizada, cuyas películas de la serie de "Andy Hardy" estaban llenando de dinero las arcas de la productora. Finalmente, Ava y Mickey se casaron el 10 de Enero de 1942 en Ballard, cerca de Santa Bárbara. Los únicos presentes en el evento fueron Bappie, Les Petersen (responsable de la publicidad de Rooney en la MGM), y el reverendo oficiante y su esposa. Ava llevaba un sencillo traje sastre azul y un ramillete de orquídeas entre sus nerviosas manos.
La primera decepción de su vida de mujer casada llegó la mañana siguiente de su noche de bodas, cuando Ava se despertó y se dio cuenta de que su flamante marido había cogido los palos de golf abandonando el lecho conyugal. El campo de golf fue el lugar donde los Rooney pasaron el resto de su luna de miel, y Ava tuvo que pasar más tiempo con Les Petersen -con el encargo personal de Louis B. Mayer de no perderles de vista- que con su esposo. Poco después, el joven matrimonio visitó Smithfield para que Mickey pudiera conocer a su nueva familia política, regresando rápidamente a Hollywood para enrolarse en una gira de las estrellas de la pantalla para recaudar bonos de guerra (la Segunda Guerra Mundial estaba, entonces, en su máximo apogeo). Más tarde, y como demostración de la creciente celebridad de la pareja, Ava y Mickey serían algunos de los distinguidos invitados del mundillo cinematográfico presentes en Washington para celebrar el cumpleaños del presidente de los Estados Unidos, Franklyn D. Roosevelt. La vida con Mickey Rooney era, pues, un constante ajetreo, tanto que Ava Gardner decidió que no iba a quedarse atrás. Tomó lecciones de golf, y también de natación con la mismísima Esther Williams. Todo ello, unido al agobiante ritmo de trabajo del estudio -sesiones fotográficas, clases de dicción para erradicar su fuerte acento sureño, pruebas de cámara, presentaciones públicas- acabó por agotar a la voluntariosa joven, que comenzó a desarrollar frecuentes dolores de estómago que tenían su raíz en su desafortunada vida de casada. Rooney, lamentablemente, prefería la práctica del golf, las carreras de caballos o las citas con otras mujeres a llevar una auténtica vida de casado, aquella con la que su esposa soñaba. Ava, educada severamente por su madre en férreas virtudes morales, deseaba un hogar tranquilo, lleno de niños, con veladas al calor de la chimenea durante el invierno y un porche fresco en el que descansar en las tardes de verano. Un año y cinco días después de los esponsales, Ava Gardner y Mickey Rooney se separaban oficialmente, dictándose la sentencia de divorcio el 21 de Mayo de 1943. Un día doblemente triste para Ava, ya que recibió la noticia de la muerte de su madre, enferma de cáncer, hecho que la sumió en un profundo complejo de culpabilidad. Aceptó recibir 25.000 dólares de Rooney y rechazó apoderarse de la mitad de sus bienes, alegando que ambos eran demasiado jóvenes y que el ambiente de Hollywood no les había dado ni la más mínima oportunidad.
Ava Gardner y Mickey Rooney siempre sintieron, a pesar del fracaso absoluto que había representado su corto matrimonio juvenil, un gran cariño y respeto el uno por el otro, e incluso se recordaron con especial afecto en sus respectivas autobiografías. Ava Gardner, dentro de la más absoluta discrección y sin hacer ningún alarde de ello ni siquiera en su círculo íntimo, ayudó económicamente a Rooney durante los años en los que el actor estuvo de capa caída, y este reconoció públicamente los méritos de la que fue su primera esposa con estas palabras: "Ella nunca me necesitó para nada. Consiguió llegar a ser lo que fue, en primer lugar, gracias a su increíble belleza, después a las clases de arte dramático, y más tarde a las lecciones de la vida misma, que se encargó de convertirla en una buena actriz... ¿Quién diablos recuerda hoy a Ava Rooney?".

jueves, 8 de enero de 2009

"Me llamo Bond, James Bond..." (# 2)

2- GEORGE LAZENBY:
Cuando Sean Connery tuvo que apartarse del rodaje de la serie de películas de James Bond 007 por otros compromisos de trabajo en 1967, los productores Saltzman y Broccoli tuvieron que buscar un sustituto para seguir adelante con la adaptación al cine de las novelas de Ian Fleming que tan magníficos dividendos venían arrojando desde el estreno de la primera entrega, "Agente 007 contra el Dr. No", en 1962. No era tarea nada fácil encontrar a un actor que diera la talla, después del altísimo listón que Connery había dejado, habiéndose además convertido en una de las grandes estrellas del cine de la década de los sesenta. En ese oportuno momento, el book de George Lazenby, un actor publicitario australiano de treinta años que era, en aquella época, el modelo masculino mejor pagado del mundo, cayó en las manos de los productores de la serie Bond, los cuales vieron en él grandes posibilidades de convertirse en el sucesor de Sean Connery. El día de su primera entrevista con Saltzman y Broccoli, George Lazenby, vestido con un traje Saville Row y luciendo un Rolex Submariner, no tuvo ningún problema para hacerse con el papel.

De hecho, Lazenby lo tenía todo a su favor: un rostro anguloso esculpido en piedra, unos modales elegantes y distinguidos, y un impresionante y atlético cuerpo que recordaba enormemente al de su famosísimo antecesor. Su imagen, asimismo, era bien conocida por el gran público a nivel internacional después de haber sido el vaquero protagonista de una de las campañas publicitarias de la marca de cigarrillos Marlboro. Lazenby, que cobraba cifras astronómicas -en libras esterlinas- por su trabajo como modelo, no pudo rechazar la suculenta oferta económica que Saltzman y Broccoli pusieron a su disposición, convirtiéndose en el nuevo James Bond en la que iba a ser la siguiente película de la serie: "007 al servicio secreto de Su Majestad".
"On Her Majesty's secret service" daba un vertiginoso giro al personaje de James Bond al presentarle como un recién casado en felicísima luna de miel con su flamante esposa, interpretada por la actriz británica Diana Rigg (muy popular por su papel de Emma Peel en la exitosa y recordada serie "Los Vengadores"). Lamentablemente, la felicidad durará poco, ya que enviudará trágicamente al ser asesinada su esposa por los esbirros de su archienemigo Blofeld (en esta ocasión, un Telly Savalas menos convincente que su antecesor en "Sólo se vive dos veces", Donald Pleasance). La película se convierte, entonces, en un espectáculo trepidante al ritmo de la inspirada banda sonora de John Barry, resultando además una de las más fieles adaptaciones cinematográficas de las novelas de Ian Fleming. La crítica, sin embargo, no dejó en muy buen lugar el trabajo de Lazenby, al que acusó de ofrecer una floja actuación.
Lazenby, desanimado por los comentarios negativos que se vertieron sobre su encarnación de James Bond, rechazó continuar en el papel, a pesar de que los excelentes resultados del film en taquilla -87 millones de dólares de recaudación a nivel mundial- llevaron a Saltzman y Broccoli a ofrecerle un contrato por siete películas más. Lazenby, que ya había firmado una carta-compromiso para protagonizar la siguiente entrega de 007, "Diamantes para la eternidad", abandonó finalmente la serie, retomando Connery, una vez más, el personaje.
A comienzos de los años setenta, Lazenby inició una colaboración con el actor Bruce Lee participando en tres de sus más populares películas sobre artes marciales: "The Shrine of Ultimate Bliss", "The Man from Hong Kong" y "A Queen's Ransom". Pero la prematura muerte de Lee en 1973, justo antes del rodaje de "A Game of Death", dio al traste con tan fructífera unión, precipitando el fin de la corta -aunque intensa- carrera cinematográfica de George Lazenby, el cual tuvo que verse parodiando su personaje de James Bond en la adaptación al cine de las aventuras del Superagente 86, Maxwell Smart, en "The Nude Bomb" (1980), y participando en siete de las entregas de la serie de cine erótico inspiradas en la "Emmanuelle" de Just Jaeckin durante los años 1992 y 1993.
Más suerte tuvo, sin embargo, dedicándose a otros menesteres, con los que amasó una impresionante fortuna. Se centró en el negocio immobiliario, convirtiéndose en un poderoso promotor, y se casó con la heredera del imperio Gannett Newspaper Publishing, Christina Gannett, uniéndose más tarde con la tenista Pam Shriver. De ambos matrimonios nacieron cinco hijos.
George Lazenby vive, actualmente, rodeado de lujos. Practica la vela, el motociclismo, las carreras de coches, ve mucho cine y juega al golf y al tenis. Ocasionalmente, aparece en el estreno de la última película de la serie Bond o se deja ver por los platós de televisión para contar por enésima vez su experiencia siendo el agente secreto 007. Y, para terminar, un comentario personal que no puedo evitar hacer: si tengo que escoger al James Bond ideal -por descontado, siempre después del indiscutible liderazgo de Sean Connery- me quedo con este pseudo-actor que, si bien nunca habría llegado a protagonizar ninguna obra de Shakespeare o de Arthur Miller, sí aportó a su personificación de Bond un look de excepcional calidad, totalmente acorde con el arquetipo de las novelas de Ian Fleming y muy por encima de cualquiera de sus sucesores en el rol.

miércoles, 7 de enero de 2009

"Me llamo Bond, James Bond..." (# 1)

De la imaginación del novelista británico Ian Fleming nació, en 1950, uno de los más estimulantes arquetipos literarios del siglo XX, James Bond, el agente 007 del Servicio Secreto de Su Majestad Británica que se convertiría, algunos años más tarde, en uno de los mayores mitos cinematográficos de la historia del Séptimo Arte. Fleming, que publicó doce famosísimas entregas noveladas de las aventuras de su excitante personaje, murió en 1964 sin llegar a conocer la edición de la última de ellas, "El hombre de la pistola de oro", publicada póstumamente en 1965. Las novelas de Fleming dotaron a la literatura "de espías" -género que tuvo su precedente en la novela negra de Mickey Spillane y Dashiell Hammett en los años treinta- de una mayor calidad y entidad narrativas, aportando un grado de sofisticación desconocido hasta entonces al presentar el personaje de James Bond como un refinado sibarita maestro en los menesteres gastronómicos y amatorios. Bond, cuya capacidad para la acción parece ser ilimitada, podría ser considerado hoy en día un auténtico cretino machista, autosuficiente, prepotente y vanidoso, pero cuyas características más intrínsecas fascinaron a una audiencia a la que le faltaban, todavía, varias décadas para conocer y aplicar el concepto de corrección política. James Bond, asimismo, incorporaba a su novedoso y peculiar estilo unas inagotables y generosas dosis de testosterona nunca antes derrochadas con semejante holgura. De esta manera, el agente secreto 007 se convirtió en un mito erótico que mantiene su actualidad y su potente atracción como el primer día gracias a las constantes revisitaciones que el cine viene haciendo de sus avatares desde su inicial incursión fílmica en 1962 con "Agente 007 contra el Dr. No", protagonizada por el primer y, sin duda, más famoso actor que encarnaría a Bond, el escocés Sean Connery, pionero en una lista que alcanza ya la suma de seis distintos intérpretes. Todos, a pesar de que han mantenido los trazos esenciales del personaje, han aportado muy distintos puntos de vista de su carácter, haciéndose, pues, imprescindible la revisitación de cada uno de ellos para llegar a establecer el retrato completo del mito y ofrecer así una panorámica nada sesgada de su auténtica y, en realidad, compleja personalidad:
1- SEAN CONNERY:
Sin temor a equivocarme, el que quedará como único referente del personaje cuando se hable del mismo dentro de doscientos años. Connery, dueño de una apostura física sin parangón en los años sesenta, definió magníficamente las características del Bond imaginado por Ian Fleming llevando al límite sus rasgos más viscerales. Su capacidad para el sexo es ilimitada, acompañando a las camas de los mejores hoteles del mundo -Bond no está nunca en su flat de Londres, ni siquiera por casualidad- a las hembras más codiciadas y deseables del espionaje internacional, auténticas mantis religiosas a las que, a menudo, se ve obligado a eliminar después de descargada su -al parecer- portentosa herramienta. Connery introdujo la disciplente manera en que Bond pide a un barman "un Martini agitado, no revuelto", y su famoso latiguillo "me llamo Bond, James Bond", que se convirtió en su tarjeta de presentación desde la primera película de la serie, "Dr. No". Sin embargo, y a pesar de que el éxito del actor fue absoluto desde el primer momento, no se vio libre de las acusaciones de ciertos sectores exageradamente puristas desde los que se le acusaba de haber convertido al elegante y casi aristocrático héroe de Fleming en un robot deshumanizado desprovisto de sentimientos dignos de encomio. El novelista británico, por su parte, apoyó incondicionalmente la transposición fílmica de su creación literaria, aproximando incluso el personaje a su modelo cinematográfico en las sucesivas novelas posteriores. El triunfo de Connery pulverizó todas las expectativas, determinando también el aspecto del James Bond de las viñetas del comic de insuperable resultado gráfico dibujado por Horak a partir de 1963.
Indiscutiblemente, mucho debe atribuirse a un nada velado erotismo el éxito de "Agente 007 contra el Dr. No", donde un recurrentemente descamisado Connery -haciendo honor a la gloriosa tradición americana del beefcake de amplio predicamento, por otro lado, entre la comunidad homosexual- se veía acompañado por la suiza Ursula Andress, entonces en el apogeo de su rotunda belleza física y apenas cubiertas sus partes más púdicas por un minúsculo bikini blanco. Los productores británicos del filme, Harry Saltzman y Albert R. Broccoli, propietarios de los derechos de casi toda la obra de Ian Fleming (a excepción de "Thunderball", propiedad de Kevin McClory, y de "Casino Royale", en manos de Charles K. Feldman), vieron en la poderosa carga sexual del actor escocés una de las principales bazas a tener en cuenta para las sucesivas entregas de la serie, y procuraron rodearlo de féminas de turbadora presencia como la italiana Daniela Bianchi, la británica Honor Blackman o la nipona Akiko Wakabayashi, con las que Bond ponía en práctica sus rituales de amor y muerte para regodeo y satisfacción de las plateas del mundo entero. En el caso de Blackman, por cierto, su personaje de Pussy Galore en "Goldfinger" resulta ser la roca lésbica contra la que casi se estrellan los deseos del macho, el cual, por supuesto, consigue al final que los estrógenos de la interfecta vuelvan al cómodo redil de la heterosexualidad.
Así, el Bond de Connery representa la esencia clásica e indestructible del mito, sostenida por producciones con un delicioso regusto a sixties y a Guerra Fría, y al comienzo imparable y aterrador de la era tecnológica con fondo de canciones de Tom Jones y Shirley Bassey. Pero después de seis grandes éxitos encarnando a James Bond ("Agente 007 contra el Dr. No", 1962; "Desde Rusia con amor", 1963; "Goldfinger", 1964; "Operación Trueno", 1965; "Solo se vive dos veces", 1967, y "Diamantes para la eternidad", 1971), parecía que la fulgurante carrera de Sean Connery se vería irremisiblemente fagocitada por la extraordinaria popularidad de un único personaje, del mismo modo en que mucho antes había ocurrido con Tarzán-Johnny Weissmuller y con Drácula-Bela Lugosi. Sin embargo, la inteligencia intuitiva de Connery supo alternar su alter ego cinematográfico con papeles en producciones de distinto calibre en los que pudo ir exhibiendo su gran versatilidad.
Connery, pues, trabajó con directores como Basil Dearden, Alfred Hitchcock y Sidney Lumet, cimentando su prestigio actoral más allá de la máscara del agente secreto 007. La carrera de Connery, modélica teniendo en cuenta el peligro inherente que corrió en su reiteración como James Bond, es un ejemplo de eclectismo en el que destacan títulos pertenecientes al más clasista cinema de qualité y joyas de la ciencia-ficción, mezclados con tormentosos melodramas en los que compartió cama y cartel con damas como Lana Turner o Gina Lollobrigida. Incluso se permitió el lujo, en 1983, de retomar el personaje que le hizo famoso en "Nunca digas nunca jamás", aunque ya luciendo un pésimo peluquín al lado de la estrella del momento, la bellísima Kim Basinger. Hoy en día, Sean Connery es un nombre sinónimo de calidad actoral, que lo mismo acompaña a Indiana Jones en sus aventuras arqueológicas por los rincones más recónditos de la Tierra que se mete en la piel del explorador Alan Quatermain en un producto de la era digital como "La Liga de los Hombres Extraordinarios". Y todo ello, sin el menor atisbo de remordimiento, sabedor de que su extraordinario background le avala desde las enciclopedias de cine.