
Si el Olimpo de oropeles grecorromanos que significó en la historia del cine el subgénero que vino en denominarse
peplum (y que se rebautizó en Estados Unidos como
sword and sandal, "espada y sandalia") tuvo, indiscutiblemente, un "rey", Steve Reeves, hay que saludar con los honores que merece al que podríamos llamar "príncipe heredero" de aquella sublimación de la virilidad de gimnasio que se adueñó de las pantallas durante las décadas de 1950 y 1960: Ed Fury, nacido Edmund Holovchik en los Estados Unidos de 1928. Frente a la belleza estatuaria,
divina y anacrónica de Reeves, se antepuso la sensualidad y la belleza
mortal de Fury, a medio camino entre un saludable leñador y un
callboy de lujo, haciendo equilibrios sobre la fina línea que separa una imagen angelical de la encarnación del pecado más absoluto.

Pese a que su infancia y adolescencia tuvieron lugar en plena depresión económica consecuencia del
crack bursátil de 1929, Ed Fury fue un sanote
teenager curtido en la práctica diaria del culturismo en el gimnasio de su escuela, donde levantaba pesas y ejecutaba duras tablas de ejercicios. De ensortijado cabello rubio -natural- y dueño de un atractivo rostro, en el que destacaba una hechizante y casi perenne sonrisa, Fury supo modelar su cuerpo como lo hubieran hecho Fidias o Mirón, sin caer en la tentación de convertir su físico en una inexpresiva montaña de músculo al estilo de algunos de los que serían sus coétanos en el cine épico de
serie B (Reg Park, Mark Forest, Richard Harrison o Dan Vadis, por citar una muestra definitoria), manteniendo las líneas de su cuerpo dentro de los más absolutos cánones de la delicada -aunque enormemente sensual- belleza masculina clásica. Después de resultar en segundo y tercer lugar en los concursos de
Mr. Muscle Beach de 1951 y 1953, Ed Fury inició su andadura hacia la popularidad exhibiendo la perfección de su cuerpo en el
centerfold de la revista
Vim en noviembre de 1954, en una sesión de fotos del extraordinario Russ Warner realizada en las soleadas playas californianas. El número en cuestión, naturalmente, desapareció rápidamente de los quioscos, situación que llamó la atención de Hollywood, donde fue requerido por la Universal Pictures para trabajar como figurante en una película-vehículo para la estrella canora del estudio, Deanna Durbin.
Así, Fury encadenó una figuración tras otra en productos de cierta relevancia -aunque sin conseguir nunca acreditación alguna- llegando, incluso, a aparecer en la superproducción de la 20th Century-Fox "Demetrius y los gladiadores", protagonizada por Susan Hayward y Victor Mature, y en "Bus Stop", al lado de Marilyn Monroe como uno de los clientes del bar de carretera en el que trabaja la rubia actriz. Hay que hacer, sin duda, un buen esfuerzo de atención y agilidad visual para detectar a Fury en todas estas películas, pues sus apariciones son meramente anecdóticas y pasan, por lo general, bastante desapercibidas.

Mientras tanto, las sesiones fotográficas para revistas como
Physique Pictorial,
Adonis o
Body Beautiful se suceden sin descanso, mostrando a Fury en actitudes cada vez más tórridas y dispuesto a enseñar mucho más de lo que la conservadora moral americana de la época permitía. Al contrario que Steve Reeves, cuyas sesiones de fotos, habitualmente, incorporaban elementos estéticos y actitudes más propias del
pathos de las tragedias teatrales griegas que del mundo
glamouroso del cine de los cincuenta, las fotografías de Fury son plenamente
fifties y nos lo muestran alegre y desinhibido, al mismo tiempo que con una fortísima carga sexual.

La segunda parte de la trayectoria fílmica de Ed Fury le lleva a Italia, una vez más siguiendo los pasos de Steve Reeves, quien acababa de cosechar un clamoroso triunfo a nivel internacional con la coproducción italo-americana "Hércules", mítica cinta que dará inicio al llamado
peplum y que señalará el camino a seguir a todo un ejército de culturistas de ambos lados del Atlántico que probarán fortuna en la gran pantalla con mayor o menor acierto. De esta manera, Fury se estrena en el recién nacido subgénero con "La Regina delle Amazzoni" (1960), pasando después a interpretar el papel de Ursus, el titán remotamente inspirado en el personaje del mismo nombre de la novela de Sienkiewicz "Quo Vadis" en tres coproducciones hispano-italianas. En la primera de ellas, la más popular de las tres, Fury comparte protagonismo con Luis Prendes y una helenizada María Luisa Merlo, convincente en su patético personaje de la muchacha ciega que lucha, inútilmente, por el amor de Ursus contra el
pressing impuesto al macho por las bellezas italianas Moira Orfei y Cristina Gajoni. Al final, Merlo recuperará la vista y el
glamour perdidos y se llevará el gato al agua después de una terrible escabechina en la que perecererán ambas harpías.Un par de películas más (en una de ellas personificando a otro personaje imprescindible del
peplum, Maciste) clausurarán el paseo de Ed Fury por las coproducciones épicas, una
tournée que duró de 1960 a 1963. Después, su estrella se apagó y padeció un ostracismo fílmico de prolongada duración, hasta que en 1971 la televisión le recuperó como estrella invitada en episodios pertenecientes a series populares como "Barnaby Jones", "Cannon" o "El Mago".

Ed Fury, retirado hoy en día de toda actividad, mantuvo un excelente, atlético y juvenil aspecto hasta bien entrado en la setentena, tal vez haciendo honor a la vieja sentencia latina
mens sana in corpore sano. Posiblemente, el mayor mérito de este culturista metido a actor fue el de saber aprovechar las oportunidades que se le presentaron, saltando del gimnasio a los concursos para culturistas, luego a las revistas, y de éstas al cine con una notable adaptación al difícil y competitivo medio. Y, para el recuerdo, más que un puñado de personajes recortados en Technicolor quedarán sus fotografías de juventud que le hacen destacar -por lo menos, a criterio de quien suscribe este texto- como uno de los más hermosos ejemplares masculinos que se han dejado ver en el siglo XX.