domingo, 6 de septiembre de 2009

"La noche de la iguana": puro Tennessee Williams

Uno de los referentes de la literatura norteamericana del siglo XX es, sin lugar a dudas, el dramaturgo Tennessee Williams, dos veces ganador del Premio Pulitzer, de un Tony (el equivalente teatral del Oscar de la industria del cine), y dos veces del Premio de la Crítica de Nueva York. Williams, complicado, sureño y homosexual, comenzó en la literatura a los trece años cuando su madre le regaló una máquina de escribir, temerosa de que su hijo perdiera el tiempo mientras se sumía en la larga convalecencia de una difteria. Al dar inicio la Segunda Guerra Mundial el ejército le declaró no apto por su expediente psiquiátrico, sus problemas cardíacos y su alcoholismo, decepción que le llevó a acometer en su obra posterior una narrativa trufada de personajes atormentados, carismáticos y de profunda carga psicológica. En todas sus obras subyace la eterna -aunque infructuosa- búsqueda de la felicidad, el temor a la muerte y una terrible angustia vital que tienen su orígen en experiencias traumáticas, en el pánico a envejecer, en el rechazo de una homosexualidad latente o, simplemente, en el miedo al sexo, elemento omnipresente en la obra de Tennessee Williams que el autor, debido al acoso de la censura, tuvo que saber convertir en subliminal aportando a sus historias un obsesivo poso de frustración.
Aclamado de manera entusiasta por el gran público y mimado por la crítica -que diría de él que escribía en "gótico sureño"- la mayoría de sus éxitos teatrales fueron llevados al cine entre las décadas de 1950 y 1960, con adaptaciones que se convirtieron en auténticas obras maestras dirigidas e interpretadas por los más relevantes talentos de Hollywood. "Un tranvía llamado deseo", "La gata sobre el tejado de zinc", "De repente, el último verano", "La primavera romana de la señora Stone", "Piel de serpiente", "La rosa tatuada" o "Dulce pájaro de juventud" son algunas de las mejores muestras de esta fructífera simbiosis que Williams estableció con la industria cinematográfica. De entre todas ellas, merece destacarse "La noche de la iguana", oscura, agobiante y, en ocasiones, sórdida traslación de la pieza teatral homónima que John Huston dirigió en 1964 con un reparto encabezado por Richard Burton, Ava Gardner, Deborah Kerr y Sue Lyon, y rodada en escenarios naturales en Puerto Vallarta, Méjico, en un espléndido blanco y negro obra del maestro Gabriel Figueroa que le valió una nominación al Oscar de Hollywood a la mejor fotografía.
Fue el empeño del realizador John Huston y del productor Ray Stark lo que impulsó la difícil consecución de "The Night of the Iguana". Después del éxito de la producción teatral estrenada en Broadway durante la temporada de 1961, Huston y Stark no dudaron en acometer la versión fílmica, que el realizador concibió a su estilo con un rodaje en agrestes y remotos parajes y con todas las escenas en exteriores. Huston tenía bien ganada en Hollywood su fama de complicar al máximo el trabajo desde los tiempos de "La Reina de Africa", mítico rodaje en el que los inconvenientes de toda clase fueron llevados al extremo y en el que Katharine Hepburn acuñó, refiriéndose a Huston, la frase "Hazlo siempre del modo más difícil". Para empezar, el realizador y su director artístico, Stephen B. Grimes, localizaron una colina rodeada de una espesa selva tropical en un remoto rincón de Méjico cercano a Puerto Vallarta conocido como Mismaloya y que resultaba ideal para instalar el destartalado hotel en el que transcurre la acción. En pocas semanas, Huston y su equipo levantaron -de la nada- el enorme decorado y sus bungalows colindantes en un lugar escarpado e incomunicado del exterior al cual se accedía de modo muy dificultoso desde una playa cercana a la que únicamente se podía llegar en barca desde Puerto Vallarta. Para redondear la incómoda situación, el calor y la humedad eran insoportables en las horas centrales del día, y parte de la expedición acabó sufriendo (curiosamente, como el grupo de turistas americanas que aparecen en el film) de disentería.
La elección del reparto fue uno de los grandes aciertos de una película rebosante de ellos. En primer lugar, Richard Burton como el reverendo T. Lawrence Shannon dio a su personaje el empaque lírico que su formación shakesperiana era capaz de aportarle sin perder por ello su naturalidad y, sobre todo, una patética vulnerabilidad que resultó un rasgo definitivo del personaje, así como el evidente conflicto mantenido entre su vocación religiosa y el apremio al que le someten sus numerosas debilidades humanas. Codo a codo con Burton, una sorprendente Ava Gardner como Maxine Faulk, la dueña del hotel al que Shannon acude huyendo de sus propios fantasmas y obsesiones. Gardner tuvo que lidiar con el recuerdo de la portentosa personificación que Bette Davis -nada más y nada menos- hizo en la versión teatral neoyorkina, pero acabó aportando a su papel más de ella misma de lo que nadie pudo llegar a esperar, convirtiendo a su Maxine en una criatura visceral, excesiva, sensual e insegura en la que era fácil reconocer el auténtico carácter de la actriz. Gardner, por cierto, se sintió a sus anchas en un personaje perpetuamente vestido con un simple sarape, con el pelo sencillamente recogido y que anda siempre descalzo, y para el que Huston le permitió recuperar su fuerte acento de Carolina del Norte, aquel que la Metro-Goldwyn-Mayer tanto se empeñó en corregir cuando Ava Gardner llegó a Hollywood en 1942. Tras el estreno, la crítica apostó a que sería nuevamente nominada para el Oscar, pero no fue así. En compensación, fue galardonada con el premio a la mejor interpretación femenina en el Festival de Cine de San Sebastián, trofeo que, por supuesto, no recogió personalmente, aterrorizada ante la certeza de tener que agradecer la distinción frente a un auditorio.
Junto a ellos, Deborah Kerr ofrece una de sus más memorables creaciones como Hannah Jelkes, una solterona de Nueva Inglaterra que recorre el mundo a pie junto a su abuelo (el actor septuagenario Cyril Delevanti) y cuya única felicidad sería encontrar un lugar en el que sentirse en casa, dando fin a su eterno y obsesivo peregrinaje. Kerr aparece en "La noche de la iguana" como el contrapunto espiritual al personaje terrenal interpretado por Ava Gardner, y será la confrontación de ambos carácteres lo que permitirá a Tennessee Williams mostrar el lado más vulnerable de la condición humana para evidenciar la desesperación más o menos contenida que todos arrastramos en nuestras vidas y que nos lleva a hacer lo que sea con tal de arrojar lejos de nosotros los espectros del miedo y la ansiedad. Esta constante en la obra del dramaturgo norteamericano nos ofrece una impagable pista para comprender mejor su propia idiosincrasia, ya que él mismo fue víctima recurrente de una angustia vital que le atenazaba sumiéndole, a menudo, en episodios de fuerte adicción a los barbitúricos. Destacan todavía de entre el amplio reparto los nombres de Sue Lyon como Charlotte Goodall, la consentida y precoz adolescente que viene a complicar la situación del reverendo Shannon, y la magnífica actriz de reparto Grayson Hall, inmensa como la tiránica e inflexible Miss Fellowes, la responsable de un grupo de mujeres de un colegio baptista de Corpus Christi en período vacacional por Méjico, un remedo de sargento militar con instintos lésbicos que consiguió para la intérprete una nominación a la mejor actriz secundaria en la edición de 1964 de los premios de la Academia de Hollywood.
"The Night of the Iguana" situó en el mapa el paraje de Mismaloya, entonces un paraíso natural desconocido por el turismo, que pronto se llenó de periodistas y fotógrafos ávidos por obtener imágenes de las grandes estrellas presentes en el rodaje y con la esperanza de conseguir la exclusiva de la previsible trifulca que la prensa de Hollywood anunció en cuanto se hizo público el reparto de la película. La presencia habitual de Elizabeth Taylor en el set -según las malas lenguas, para impedir un romance entre Burton y Gardner- ayudó en gran manera a levantar aún mayor expectación. Además, los legendarios voraces apetitos de John Huston y Ava Gardner en lo tocante al sexo y al alcohol ofrecían diariamente carnaza a la prensa, que se dedicó a seguir a la actriz en todos sus desplazamientos por la zona aireando rumores de improbables noches orgiásticas de la estrella en la que estarían involucrados bronceados y apolíneos muchachos mejicanos. Por su parte, John Huston aprovechó la polvareda para practicar estrategias de marketing para su película, obsequiando a Burton, Gardner, Kerr, Lyon, Liz Taylor y al productor Ray Stark con sendos estuches conteniendo una pequeña pistola Derringer y seis balas de plata que llevaban grabados, cada una de ellas, uno de sus nombres. La intencionada broma fue definitiva, y la prensa reaccionó sin miramientos publicando titulares como "Liz, Richard, Ava y Sue muy tensos en la selva", o "Liz no pierde de vista a Burton y Ava Gardner". Para acabar de arreglar las cosas, nadie sabe todavía hoy como se pudo llegar a publicar que la Gardner y el realizador de cine mexicano Emilio -el "Indio- Fernández, que hacía las veces de director asociado en el film, habrían anunciado su próximo enlace matrimonial, con headlines del tipo "¡El nuevo amor de Ava es un pistolero revoltoso!" en alusión a la costumbre -cierta- del cineasta mexicano de disparar a la gente que no le gustaba, como había ocurrido, incluso, con los productores de algunas de sus películas. Cuando "The Night of the Iguana" fue estrenada, la crítica especializada valoró muy positivamente el film, pero la acogida del gran público fue bastante tibia. Tuvieron que pasar cuarenta años para que la cinta comenzara a ser reivindicada como merecía, adjudicándosele la categoría de clásico indiscutible y siendo considerada un referente de la traslación del teatro a la gran pantalla, así como una de las cumbres del arte de John Huston, uno de los mejores realizadores de la historia del cine americano que, pese a su visceral tendencia al exceso y a su particular manera de concebir el negocio cinematográfico, ha dado obras maestras entre las cuales cabe inscribir "The Night of the Iguana". Para comprender mejor la personalidad de Huston y su enorme implicación en el proyecto de la película, es imprescindible visionar una pequeña joya producida por Professional Film Service titulada "On the Trail of the Iguana", featurette que muestra -en color- aspectos del rodaje del film e incluye entrevistas con el director y los principales intérpretes en el mismo set. Afortunadamente, esta rareza apareció editada entre los extras que contiene el DVD del film lanzado al mercado en 2006.