lunes, 7 de julio de 2008

Herta Frankel en el País de la Fantasía

Los que comenzáis a conocerme a través de la lectura de los posts que voy publicando aquí, ya os habréis dado cuenta de que la nostalgia es uno de los sentimientos que más visceralmente experimento. Hay gente que vive siempre mirando hacia adelante, y otra que -sin poderlo remediar- tira de su propio carro echando siempre la vista atrás. Bien, yo pertenezco a estos últimos y, la verdad, no me disgusta en absoluto. La recapitulación constante de los ítems que han hecho de mi vida, en determinados momentos, algo muy especial, enriquece el presente y, por descontado, cambia el color de este feo mundo en el que me ha tocado vivir. Lo siento, es que me dibujaron así.
Toda esta introducción -un tanto snob, lo reconozco- pretende ser un prólogo lo suficientemente adecuado para recibir a uno de los mitos de mi infancia y, sin duda, uno de los personajes más importantes en la historia de la televisión infantil en este país: Herta Frankel, la dama de las marionetas.
Recuerdo que me sentaba en el suelo, delante del televisor de formica en blanco y negro, al volver de la escuela. Recuerdo también los pedazos de pan con chocolate que me traía mi madre con un gran vaso -Duralex- de Cola Cao ("desayuno y merienda ideal") mientras yo no apartaba la vista de la pantalla ni tan solo un momento. Y recuerdo a una señora que hablaba como los rusos que salían en la serie del Superagente 86, muy delgada, con una perfecta coiffure arquitectónicamente moldeada a base de laca y rulo, y vistiendo siempre curiosos modelos pop de enormes hebillas plateadas rematados por los más elegantes abrigos de leopardo. Así recuerdo yo a Herta Frankel, a la que pude ver en vivo y en directo, alguna vez, en espectáculos de circo en la plaza de España, donde una vez me llevaron a ver a Charlie Rivel, el acontecimiento de la época en Barcelona. Por cierto, me entristeció tanto la visión del patetismo de aquel insigne clown, que tuvieron que sacarme de allí hecho un mar de lágrimas.
Los fastos para niños y niñas que, en aquellos años del mal llamado "desarrollo", organizaba la Diputación franquista de Barcelona, acogieron también a los muñecos de Herta Frankel. En estos concurridísimos festivales, las grandes estrellas eran las marionetas de la popularísima austríaca junto a Mary Santpere y los inefables "Dalmau y Viñas" de Radio Nacional de España. A los niños, en esas tardes de verano al aire libre, nos daban agua y leche condensada, gentilmente patrocinada por La Lechera, mientras aplaudíamos a rabiar en las actuaciones de Pepito, la ratita Violeta, el gato Chifú o la perrita Marilín, eximias estrellas de la constelación televisiva. ¿Qué queréis? en esa época no había cruceros por el mediterráneo, ni apartamentos en la playa, ni fines de semana en Nueva York, ni cancaneo en Cancún. Los veranos se pasaban en Barcelona, con agua fresquita y abanico o, en el mejor de los casos, un ventilador eléctrico. Los domingos nos metíamos los cinco de casa en un minúsculo Seiscientos y nos escapábamos a Caldetas, o a Llavaneras, a zambullirnos en el mar y a tostarnos -entonces, tranquilamente- en la arena. Y, a la vuelta, después de recoger cientos de adminículos diseminados por la playa (sillitas y mesitas plegables, neveritas de hielo, aparatitos de radio, sombrillas, colchonetas y flotadores) aún nos quedaba unirnos a la interminable procesión de turismos que volvían a Barcelona por la carretera de la costa, aguantando el pesadísimo sol de la tarde y las bascas de mi abuela, producto de la combinación de los gases de los vehículos que abarrotaban la vía y de lo que habíamos bebido y comido en cualquier chiringuito. Eran los años sesenta, y eran los años de Herta Frankel.
Nacida en Viena en 1923, Frankel comenzó su trayectoria artística como bailarina infantil en la ópera de la capital austríaca. Al comenzar la década de los cuarenta, entra a formar parte de la compañía de Teatro "Los Vieneses", recién fundada por Artur Kaps (que sería más tarde su marido), Franz Johan y el italiano Gustavo Re, en la que tomó su primer contacto con el mundo de las marionetas, llegando a crear muchísimos personajes que la acompañarían durante el resto de su vida. Hicieron giras por Europa, al tiempo que huían del avance de la Alemania nazi, llegando a Barcelona en 1942 con la revista "Todo por el corazón". Se instalaron definitivamente en la capital catalana, donde se convirtieron en una de las atracciones más concurridas por el público, poniendo en escena musicales como "Luces deViena", "Melodías del Danubio" o "Carrusel Vienés". La incipiente Televisión Española les dio la oportunidad de encargarse de la producción de programas de corte musical y de variedades, consiguiendo grandes éxitos con sus espacios "Tío Vivo" (1960), "Fiesta con nosotros" (1962) "Amigos del Martes" (1963-1964), "Noche de Estrellas" (1964-1965) o "Noche del Sábado" (1965-1967), por los que desfilaron las más grandes estrellas internacionales, desde Sammy Davis Jr. hasta Marlene Dietrich, pasando por Gigliola Cinquetti o Charles Aznavour.
Herta Frankel comenzó a trabajar para los telespectadores infantiles junto a sus marionetas, estrenando muchos programas durante las décadas de los sesenta, los setenta y los primeros ochenta, como "Vuestro amigo Quique" o "La Cometa Blanca". En ellos, recuperó sus personajes de siempre, que se convirtieron en las grandes estrellas de los niños españoles. Frankel recibió el premio Ondas en 1969 por su trabajo en la televisión, trasladándose después a Frankfurt para la grabación de su proyecto más ambicioso, "El País de la Fantasía" espacio grabado en color con mayores medios y presupuesto de los que disponía en España, y con el que obtuvo el premio Marconi en la importante feria internacional del audiovisual MIFED de Milán.
La actividad de Herta Frankel fue disminuyendo al llegar los años ochenta, aunque en 1985 todavía creó, junto a Pilar Gálvez y Ferran Gómez, una nueva compañía de marionetas que llevaba su nombre y con la que recorrieron ferias, casinos y teatros de toda Europa. Desde 1996, la compañía programa el museo Marionetarium del Tibidabo de Barcelona, organizando también diferentes exposiciones y reivindicando constantemente el importante papel que este arte jugó en la educación sentimental de varias generaciones. En ese mismo año, Herta Frankel murió a la edad de 73 años, cerca de su querido museo de marionetas, las cuales fueron, en realidad, el gran amor de su vida.