viernes, 13 de marzo de 2009

María Asquerino: telón lento, final y aplausos

No puedo decir que me haya sorprendido el anuncio, hecho público por la misma interesada la semana pasada, de la retirada de María Asquerino. La última vez que nos vimos, en Madrid, hace algo más de un año, me confidenció, entre sorbo y sorbo de café con leche, "estoy cansada". Me pareció de lo más natural. A los 82 años y con una larguísima trayectoria a sus espaldas como infatigable trabajadora del sector del entretenimiento, María Asquerino ha cumplido más que con creces su compromiso con la profesión de actriz, con el cine, con el teatro y con la televisión, desde que a muy temprana edad le confesó a su madre, la actriz Eloísa Muro, que quería dedicarse a "esto de los cómicos". El día que nos conocimos, una tarde de mayo que prometía un lánguido atardecer ideal para una sesión de fotos entre la espléndida gama de verdes que exhibe, orgulloso, el parque del Retiro en primavera, yo me hallaba sensiblemente inquieto, porque siempre oí hablar de ella como de una mujer dura, seria, con mucho carácter. En cuanto me estrechó la mano y me sonrió abiertamente, entendí que habían exagerado: María sí es dura, porque es fuerte; sí es seria, porque así lo exigen más de cincuenta años como primera figura de las tablas, y sí tiene carácter, porque ese rasgo le ha servido para moverse entre las procelosas aguas del oficio de actriz. Pero puedo asegurar que también es dulce, divertida y cariñosa. Y guapa, qué caray. Con la edad no ha perdido su 1,70 de altura, ni sus pómulos, ni aquel corte de cara que hizo célebre su rostro entre los más hermosos que decoraron el cine ibérico.
Es María Asquerino mujer de charlas largas, de cafés reposados y de paseos por el Retiro, que queda muy cerquita de su casa. Sola -que no solitaria- le gusta ir a la contra en cuestión de horarios, levantándose tarde y acostándose aún más tarde, muy entrada la madrugada, después de leer la prensa del día cuando se ha cansado de ver la televisión. Lectora voraz, consume literatura y periódicos a pares -"menos los anuncios, lo leo todo"- mientras trata de contener el caos de libros, películas, fotografías, premios y recuerdos que se apoderan del espacio cada día más reducido de su ático sobre el parque: "ya no sé donde meter las cosas". Esos objetos, mal que le pese a la propia María, son ya prolongaciones de sí misma, extensiones materiales de su auténtica grandeza que conforman el rompecabezas de su vida dedicada, en cuerpo y alma, al duro trabajo de subirse, dos veces al día, a un escenario o de ponerse delante de una cámara.Sí, María Asquerino ha trabajado, incansable, en todos los medios, algunas veces multiplicando horas laborales para poder llegar a tiempo al plató de rodaje después de haber hecho esas dos duras y difíciles funciones diarias. "Anillos para una dama", de Antonio Gala, ha sido, sin duda, su mayor y más celebrado éxito teatral. En cine, dejó escrito su nombre en letras de oro interpretando a la protagonista de "Surcos", el film-denuncia de José Antonio Nieves Conde rodado en blanco y negro en esa España -también en blanco y negro- de 1951. Y es ella mucho más que, simplemente, una famosa actriz. Fue la más vehemente de las dinamizadoras de conversaciones, charlas y tertulias de aquel Madrid que "era una fiesta" en los años cincuenta; que comenzó a tomar conciencia social en los sesenta, que empezó a enseñar muslo y pechuga en los setenta y que despertó a la joven democracia de los ochenta con la propia María como bandera. Su mesa, primero en aquel "Oliver" que Adolfo Marsillach puso, coqueto e íntimo, para que Ava Gardner pudiera comenzar allí sus noches de insomne incontinencia, y más tarde en el "Bocaccio", siempre fue la más concurrida por sus compañeros y compañeras de profesión, artistas de todas las disciplinas y políticos de todos los colores.
Hija y nieta de actores, sus padres -Mariano Asquerino y Eloísa Muro- dejaron que su hija se empapara del ambiente del teatro, creciendo entre cajas mientras les veía trabajar y se iba desarrollando, imparable, su ansia por ser actriz: "De pequeña quería ser Shirley Temple, y bailaba claqué como ella". Sus padres se separaron poco antes del estallido de la Guerra Civil, y María pasó todo el conflicto bélico en Madrid, junto a su madre, bajo el fuego y los bombardeos. Su debut en el cine, en 1941, fue poco menos que descorazonador. Fue en una película de Juan de Orduña, "Porque te vi llorar", y en ella tenía una única frase: "Solamente decía ¡María Victoria! con la voz de pito que tenía yo de joven", me contó, muerta de risa. En esos años en que las folklóricas privaban, María tuvo que sudar para encontrar trabajo: "Costaba mucho, porque yo no tenía aptitudes para eso, y como tampoco era bajita y gorda, pues no podía meterme a cómica. Trabajaba la gente con alguna característica especial, y yo entonces no la tenía, era guapa y nada más".
Incluso después del éxito personal que supuso su papel protagonista en "Surcos", las cosas en el cine siguieron sin ser nada fáciles: "Entonces empecé con el teatro, por consejo de mi madre, y ahí sí tuve siempre protagonistas". Así, la carrera teatral de María Asquerino se trufó de clamorosos triunfos a ambos lados del Atlántico, representando a los mejores autores, que solicitaban siempre su inclusión como primera figura en los repartos. En su currículum se agolpan los nombres de Dürrenmat, Chejov, Joyce, Lope de Vega, Eduardo de Filippo, Gala: "Me faltó hacer algo de Lorca. Me hubiese gustado hacer una de aquellas criadas, que son las que cuentan las verdades, son la voz del pueblo". Cuando llegó "Anillos para una dama", de Antonio Gala, Asquerino ya era una estrella indiscutible de la escena. La obra se representó durante ocho años con María como eterna Doña Jimena, con actores y actrices distintos que iban despidiéndose y contratándose para renovar los papeles del reparto y bajo la dirección de Manolo Collado. Su otro gran personaje, "Filomena Marturano" de Eduardo de Filippo, es también, en el recuerdo del público, inseparable del de la actriz.
1977 fue el año de su encuentro con Buñuel con su colaboración en "Ese oscuro objeto de deseo". El papel, ciertamente anecdótico, aumenta de tamaño en manos de María, del mismo modo que ocurrió con su personaje de "El mar y el tiempo", bajo la dirección de su gran amigo Fernando Fernán Gómez y por el que recibió el Goya a la Mejor Interpretación Femenina de Reparto. En los últimos años, María Asquerino ha llamado la atención de nuevas generaciones de realizadores, destacando especialmente su colaboración con Alex de la Iglesia en tres películas: "Muertos de risa", la magnífica e irrepetible "La Comunidad", y "La habitación del niño". De la Iglesia parece haber descubierto en María cierta cualidad indefinible, oscura en ocasiones y, en otras, cómica, algo a medio camino entre Bela Lugosi y el Grand Guignol: "Con Alex, en los rodajes, nos tronchábamos de risa y teníamos que parar, no podíamos seguir trabajando". La actriz ha participado también en cortos de directores emergentes como Salvador Perpiñá y Luis Febrer, y ha colaborado en "Pagafantas", el primer largo de otro ilustre cortometrajista, Borja Cobeaga, aún pendiente de estreno.
Esta entrada incluye extractos de la entrevista inédita realizada por el autor a María Asquerino el 9 de mayo de 2006.