Con su immensa dignidad y flema británicas puestas al servicio de multitud de personajes, Norma Varden fue la única posible sucesora de Margaret Dumont. Su aspecto de matrona victoriana y su capacidad innata para caer en la cursilería -eso sí, del modo más elegante- la hicieron ideal para elaborar un prototipo de dama de clase alta que, a diferencia de la gran Dumont (a costillas de la cual se reían los Hermanos Marx), sabía mofarse de sí misma cuando la ocasión lo requería. Varden aportó a Hollywood un barniz de juego de té de porcelana china y de british cookies tomadas con guante blanco de una bandeja de plata imprescindible en muchísimas comedias producidas en los años cincuenta y sesenta, junto a otras importaciones made in Britain de la calidad de Hermione Gingold o Margaret Rutherford. Si bien la actriz inglesa no volvió a reverdecer laureles en la gran pantalla, donde aceptaría interpretar papeles casi inexistentes en unas cuantas producciones de poca trascendencia, Varden se prodigó con garbo en la television a partir de 1952, apareciendo en diferentes programas como "I Love Lucy", "The Loretta Young Show", "The Real McCoys" o "The Betty Hutton Show". En la década de los sesenta, coincidiendo con la era dórada de las series en color, apareció en algunas de las más famosas producciones para la pequeña pantalla. Desde la acción de "Batman" hasta la mágica "Embrujada", de las aventuras detectivescas de "Perry Mason" a la fantasía de "Disneyland", Norma Varden aportó su personalidad y talento a una época irrepetible de la televisión. Asimismo, interpretó con regularidad el papel de Harriet Johnson, la vecina de los Baxter, junto a Shirley Booth en la entrañable "Hazel".
Norma Varden, que se mantuvo siempre soltera, se retiró en 1969 poco después de la muerte de su madre. A partir de ese momento, se volcó en su labor como portavoz del Screen Actor's Guild, donde se esforzó en conseguir mejores beneficios médicos para el colectivo de actores y actrices retirados. Varden falleció el 19 de enero de 1989, un día antes de su 91 cumpleaños.
De entre todas las starlettes que pasearon su belleza por la gran pantalla durante la década de los cincuenta, destacó Carolyn Jones, dotada de un talento actoral muy por encima del de la mayoría de sus condiscípulas. En unos años en los que la abundancia anatómica era moneda de cambio frecuente en los grandes estudios de Hollywood, Jones -delgada, con ojos saltones y aspecto de gorrioncillo recién caído del nido- supo hacerse un hueco en la historia del cine, sin duda ayudada por su participación en dos películas que han permanecido como referencias ineludibles del cine de horror y de ciencia ficción de los años cincuenta ("Los Crímenes del Museo de Cera y "La Invasión de los Ladrones de Cuerpos") y por una nominación al Oscar de la Academia por su papel en "The Bachelor Party" en 1957, distinción que la situó en una inmejorable posición para esperar la llegada de buenos papeles protagonistas que, sin embargo, nunca acabarían por llegar.

