domingo, 31 de mayo de 2009

Amparo Soler Leal o el amor por el cine

Amparo Soler Leal es una de las actrices más populares del cine hecho en España. Y tal vez lo sea porque su nombre está entre los trabajos más recordados de directores como Luís García Berlanga, Jaime Chávarri, José María Forqué, Fernando Fernán Gómez o Pedro Almodóvar. Puede que también lo sea porque ha sido siempre una entregada impulsora de nuevos caminos y lenguajes para el cine español, en unos años en los que no era ni siquiera fácil el intentarlo, tarea que se implementó junto a su marido, el prolífico y prestigioso productor Alfredo Matas. Aunque, para el gran público, el mayor mérito de esta gran actriz ha sido su capacidad para sacar a flote cualquier personaje, por curioso, difícil o incluso peliagudo que haya podido llegar a ser, haciendo gala de una particular mezcla de talento y pericia, a partes iguales, y de una naturalidad pasmosa a la hora de enfrentarse a un papel.
En abril de 2006 visité a Amparo en su casa de Barcelona, un precioso ático en la parte alta con una magnífica vista sobre la ciudad, para realizar una entrevista y una sesión de fotos. La misma Amparo me abrió la puerta, acompañada de su perrita, "Ceporra", animal de curioso santo para su exclusivo pedigrí. Pasamos a una estancia emmoquetada en la que destacaban estampadas alfombras, prácticamente unas encima de las otras, y sobre las que reposaban mullidos divanes: "Esto fue cosa de Alfredo, que era muy afrancesado -me dijo- y, como buen catalán, le encantaba la comodidad". Alfredo Matas falleció en 1996, dejando a su viuda al frente de su productora, Jet Films S.A., y de la fundación que lleva su nombre, dedicada a ayudar a jóvenes creadores en cualquier campo referente a la cinematografía. Amparo, en cuanto nos sentamos, encendió un cigarrillo. No sería remarcable sino fuera porque, casi al instante de apagar este, encendió otro: "Fumo desde los catorce años, y ya no estoy para dejarlo. Ni toso, ni me quedo afónica". Entre risas, me dijo que debe estar ya cubierta de nicotina: "Tengo una edad que vivo para mañana mismo, y las cosas que me gustan no pretendo dejarlas ¿Para qué? me quedan unos pocos años, con suerte, y eso no me amarga para nada. Tiene que llegar, un día u otro". Toda una filosofía de la vida de la que Amparo me ofreció buenas muestras a lo largo de la tarde que compartimos.
Amparo Soler Leal nació en Madrid en 1933. Sus padres fueron Milagros Leal, una de las grandes cómicas características de la escena y el cine españoles, y Salvador Soler Mari, actor de gran popularidad en los años treinta por haber sido el galán de Imperio Argentina en la exitosa "La Hermana San Sulpicio", entre otros recordados papeles. Sus progenitores, buenos conocedores de las miserias que conlleva la dedicación a los escenarios, no querían que su hija fuera actriz: "A mi madre, que era muy religiosa, le dio por llevarme a colegios de monjas, y me insistía en que estudiara una carrera. Creo que esa determinación suya fue la que más influyó en mi decisión de ser actriz, porque ya sabes que, cuando uno es joven, lo que más nos gusta es llevar la contraria". Así, Amparo debutó en el Teatro de la Comedia de Madrid, en temporada de verano, en la compañía de sus padres, donde poco después fue "descubierta" por Luís Escobar, director de la compañía titular del Teatro María Guerrero: "Con Luís en el María Guerrero hice mi meritoriaje ¡Quién nos iba a decir que, muchos años después, interpretaríamos juntos tres películas!". Fue en ese mismo momento cuando Amparo debuta en el cine -gracias a la influencia de su madre- con un pequeño papel en "Puebla de las Mujeres", protagonizada por Rubén Rojo y Marujita Díaz. El papel, apenas existente, no le permitió destacar como ella hubiese deseado, situación que se repitió en su segunda incursión fílmica, "Así es Madrid". Después de estas decepciones, Amparo se vuelca en el teatro, formando compañía en el Windsor de Barcelona con Adolfo Marsillach, con quien se casa en 1954 y con quien no conseguirá tener una relación estable y equilibrada, acabando por separarse en 1959. Ya por entonces, Amparo vive con la que será su pareja definitiva, el productor Alfredo Matas, con quien no podrá casarse hasta diecinueve años después cuando ambos obtienen sus respectivos divorcios.La pareja Matas-Soler Leal conoce a Luís García Berlanga y inician una fructífera relación profesional que dará algunas de las mejores películas de toda la historia del cine de este país. La primera de ellas, "Plácido" (1961), inauguró la recientemente creada productora de Alfredo y Amparo, la ya mencionada Jet Films: "La película significó poder trabajar de la manera en que más nos gustaba hacerlo, escogiendo el guión y los actores, todo bajo la dirección de Luís García Berlanga, que nos parecía un talento excepcional".Al año siguiente, Pedro Masó le ofreció el papel de la esforzada madre de "La Gran Familia", uno de los títulos míticos del cine español en el que compartía la cabecera de cartel con Alberto Closas, José Luís López Vázquez y Pepe Isbert: "No me gustó hacerla, porque aunque al principio me pareció un buen guión, luego vi que el personaje requería una actriz bastante mayor que yo. Y, al ofrecerme repetir personaje en la segunda parte, me negué, porque, en la película, iba a ser abuela. Yo tenía solamente treinta años, aunque aparentaba más gracias al vestuario, el maquillaje y el peinado, pero aquello ya me pareció demasiado". El disgusto de Masó ante la negativa de Soler Leal motivó un enfado que duró, según cuenta Amparo, más de una década: "Tuvo que matarme, matar mi personaje, porque no se atrevió a buscarme una sustituta".
Después de su participación en la excelente "Amador", de Francisco Regueiro y junto a Maurice Ronet, Amparo Soler Leal protagonizó una de las más deliciosas comedias cinematográficas de la década de los sesenta, "Las que tienen que servir", recreación de la exitosa obra de Alfonso Paso dirigida por José María Forqué. El cartel se completaba con nombres como Concha Velasco, Alfredo Landa, Manolo Gómez Bur, Laura Valenzuela, José Sazatornil y Margot Cottens, y narraba en clave absolutamente humorística la vida de los americanos que vivían en la base militar que los EUA ocupaban en Torrejón de Ardoz y de los españoles que trabajaban para ellos. Para no desmerecer de la tónica habitual, la película es considerada, hoy en día, una muestra más del vilipendiado landismo, cuando en realidad se trata de una cuidada producción de José Luís Dibildos magníficamente interpretada por el excelente reparto antes mencionado, y que plasma de manera excepcional los muy diferentes puntos de vista que marcaban las relaciones España-EUA en aquellos años en los que el régimen franquista había comenzado una importante apertura internacional: "José María Forqué era un gran director de comedia -opina Amparo- pero cuando quería meterse en profundidades dramáticas, ya no me gustaba tanto. Aquí estuvo en su ambiente y lo demostró con una realización acertadísima. Creo que es una película que hay que saber situar en el momento en el que se hizo".Soler Leal trabaja mucho en televisión al principio de los sesenta, en series como "Tres eran tres" de Jaime de Armiñán o "Las doce caras de Eva", y también en "Estudio 1" y "Los Libros" en la adaptación de diferentes obras teatrales: "Antes, cuando era joven, me gustaba hacer televisión, porque creo que le llegaba a la gente de otra manera. Hoy no me gusta, prefiero el teatro o el cine, lo siento, pero es así". Amparo trabajó con Luís Buñuel, en 1972, haciendo un pequeño papel en "El discreto encanto de la burguesía", protagonizada por Fernando Rey: "Gracias a Fernando conocí a Buñuel. Supongo que le caí muy bien, porque enseguida me ofreció el papel que, finalmente y por exigencia del productor francés, acabó haciendo Bulle Ogier. Luís, entonces, me ofreció hacer aquel fantasmita que aparece por ahí, a lo que yo, por supuesto, dije que sí. Pasé una semana con Alfredo en París rodando con Buñuel, alojándonos en su mismo hotel en Montmartre y haciendo una buena amistad". Soler Leal recuerda a Buñuel como un hombre brillantísimo, dueño de un humor "absolutamente trágico y sutil, diferente al de Berlanga, que era más barroco, más valenciano". La actriz destaca que Buñuel fue uno de los primeros directores que utilizaba monitores para seguir el rodaje desde la habitación de al lado, avanzándose a técnicas que llegarían más tarde y que se han impuesto hoy en día.
"Mi hija Hildegart" es otro de los puntales en la carrera fílmica de la actriz: "Fue un personaje muy difícil de hacer, esa madre que es capaz de matar a su propia hija argumentando esas razones tan obsesivas. Sí, es seguramente el papel más duro que he hecho". La película esperó muchos años a poder hacerse, dada la negativa de la censura de aprobar el guión tal como estaba: "Yo tenía previsto poder hacer la hija, pero como no la hicimos hasta 1977, terminé haciendo la madre". La película fue dirigida por Fernando Fernán Gómez, quien imprimió en ella una pátina oscura, de fealdad, muy adecuada a los tintes macabros de la historia, basada en un famoso caso real.
Amparo vuelve a trabajar con su amigo Luís García Berlanga en "Tamaño Natural" (1974), donde ofrecerá una excelente interpretación de una lesbiana que regenta una boutique de moda y en la que mostrará, cubierto por el tul de una atrevida blusa de Courrèges, su pecho desnudo en unos años en los que cualquier actriz que no quisiera verse con la etiqueta de retrógrada y mojigata se veía obligada a pagar su contribución a los nuevos tiempos que se avecinaban. La trilogía de "La Escopeta Nacional" arrancó en 1978. Amparo recuerda la producción de la película que inició la saga con mucha nostalgia: "Se quiso exponer el momento político que se había vivido en España, y eso se reflejó muy bien en el guión que escribieron Rafael Azcona y Luís García Berlanga. A mi personaje, Chus, la nuera del marqués, le tengo mucho cariño a pesar de que intenté convertirlo en algo muy desagradable. Pero como, en el fondo, era una desgraciada tuerta cuyo marido la despreciaba y se iba con otras, pues te acababa entrando". El retrato tipológico realizado por Berlanga de la alta sociedad que rodeaba al dictador Franco, casi como las antiguas cortes de los monarcas absolutistas, marcó un antes y un después en el cine español. El argumento, ambientado en una cacería en la finca del imaginario marqués de Leguineche (interpretado por Luís Escobar), arremetía sin piedad contra la clase dirigente de los últimos años del franquismo, una casta tocada de muerte que intuía que su final estaba próximo. El humor brillante y corrosivo del guión de Azcona no consigue esconder la crítica acérrima que destila la cinta, que obtuvo un éxito tal que motivó la producción de dos secuelas ("Patrimonio Nacional", en 1981, y "Nacional III", en 1982), películas que, si bien no alcanzaron el clamoroso triunfo de "La Escopeta Nacional", están a su altura en cuanto a preciosista disección de un determinado sector de la sociedad española, ya entonces viviendo los primeros años del post-franquismo.La década de los ochenta llega con excelentes papeles para Amparo Soler Leal: "El crímen de Cuenca", "Los fieles sirvientes", "Bearn", "Las bicicletas son para el verano", "¿Qué he hecho yo para merecer esto?" o "La vaquilla" seguirán ofreciendo buenas oportunidades a la actriz madrileña de bordar magníficas interpretaciones, algunas veces como protagonista, y en otras, con trabajos de reparto que ella consigue sublimar como solo los grandes saben hacerlo. Hacia el final de la década, sus trabajos para la gran pantalla comienzan a espaciarse y, a pesar de sus reticencias, vuelve a la televisión, medio en el cual desarrollará prácticamente toda su actividad durante los años noventa. Tras la muerte de Alfredo Matas, Amparo se dedica a seguir llevando adelante Jet Films: "No salen buenos papeles para la gente de mi edad -me dijo, casi al final de nuestro encuentro- y los que me ofrecen no me gustan. Prefiero hacer, de tanto en tanto, algo de teatro, que me mantiene en buena forma de cuerpo y de mente".
Esta entrada incluye extractos de la entrevista inédita realizada por el autor a Amparo Soler Leal el 5 de abril de 2006.

sábado, 23 de mayo de 2009

"La Cabaña": un vodevil en la selva

En 1957, La Metro Goldwyn Mayer decidió adaptar una obra teatral del dramaturgo francés André Roussin, "La petite hutte", una comedia de equívocos sexuales con triángulo amoroso incorporado que había resultado un éxito en los escenarios parisinos en 1947 con más de cinco años de permanencia ininterrumpida, siendo asimismo un clamoroso triunfo en la escena londinense en 1951. Con este importante currículum a sus espaldas, la MGM estaba convencida de que la adaptación al cine del vodevil de Roussin sería el taquillazo del año, y para ello encomendó los papeles principales del reparto a tres grandes nombres de su nómina, Ava Gardner, Stewart Granger y David Niven para que fueran las esquinas de este peculiar billar a tres bandas. La dirección se encomendó al realizador Mark Robson que se repartió, asimismo, las tareas de producción con F. Hugh Herbert, el cual iba, además, a sacar adelante el guión que narraba las vicisitudes de un matrimonio -Gardner y Granger- que naufraga en una isla desierta junto a su mejor amigo -Niven- quien tratará de convencer a la pareja de que, en semejante tesitura, lo justo sería compartir a la esposa.
"La Cabaña" es, decididamente, una de las películas que Ava Gardner nunca debió hacer. No está muy claro a quien se le ocurrió la peregrina idea de convertir a la actriz en una dama de la alta sociedad británica que utiliza al mejor amigo de su marido -y antiguo pretendiente de ella- para recuperar el romanticismo perdido en su relación conyugal. Pese a que Gardner había ofrecido un excelente registro cómico en 1953 con su personaje de alegre corista en "Mogambo", papel por el cual fue nominada al Premio de la Academia a la Mejor Actriz Principal, la imagen que de ella tenía asumida el público se hallaba más cerca de los papeles de fuerte carga emocional e intensidad dramática que de este improbable y naïve personaje, del cual otras actrices como Doris Day o Rosalind Russell hubieran extraído el máximo partido. Ni siquiera a la Metro se le podía antojar que Miss Gardner, encarnación del mito de la "generación perdida" hemingwayana y símbolo del más americano glamour, pudiera representar a una encopetada lady inglesa que toma el té a las cinco en punto en el Foreign Office. Así, al principio de la película, el tema se zanja con una frase pronunciada por una de las actrices británicas del reparto, Jane Cadell: "Es maja para ser americana". El caso de Stewart Granger se puede inscribir en la misma perspectiva. Acostumbrado a papeles heróicos en grandes películas de aventuras ("Las Minas del Rey Salomón", "Scaramouche", "El Prisionero de Zenda"), aparece, lo mismo que Ava Gardner, un tanto desubicado entre la selva de cartón-piedra y palmeras de atrezzo que sirvió de set para el rodaje del film. Únicamente David Niven, actor de consolidada vis cómica y ducho en asuntos similares, salva la papeleta con un tímido aprobado. No se trata, por supuesto, de poner en entredicho la capacidad actoral de ninguno de los tres protagonistas, ya que el verdadero problema de "La Cabaña" es la flojedad de un guión que cojea desde el principio y la baja calidad demostrada por una producción descuidada, en la cual el único elemento que se mimó -casi se podría decir que en exceso, dadas las circunstancias- fue el vestuario de la estrella femenina, diseñado personalmente por Christian Dior en su atelier de París en exclusiva para la Gardner, y que hizo correr ríos de tinta en las revistas de moda internacionales.Otra cuestión importante que justifica el bluff representado por el film en su estreno internacional fueron las cortapisas impuestas por la Metro al guión de la película, del cual se eliminaron los aspectos más eróticos de la obra original -pieza clave en el éxito teatral- y se suavizaron los diálogos, aligerándolos de la carga picante y explosiva que tenían en el texto de Roussin. A pesar de todo, en España -por descontado- la película ni siquiera llegó a estrenarse, escandalizada la censura franquista por su "abierta glorificación del adulterio". Por otro lado, la presencia del actor cómico italiano Walter Chiari -que en esos momentos mantenía una relación sentimental con Ava Gardner, y al que ella impuso en el film- en un papel cercano al más espantoso ridículo tampoco ayudó a que el asunto reflotara.

sábado, 16 de mayo de 2009

Weird Toons # 27: "Space Mouse"

Uno de los más oscuros personajes de la factoría de Walter Lantz es esta suerte de ratón-aventurero espacial que apareció por primera y única vez en un cartoon titulado "The secret weapon" y que, sin embargo, gozó de una vida mucho más larga y próspera en los comics que se publicaron bajo los sellos Dell y Gold Key en los Estados Unidos y, para el mercado hispanoamericano, bajo la marca Novaro. Su corta permanencia en el universo animado obedece a razones tan oscuras como su recuerdo, sabiéndose tan solo que Lantz, entusiasmado por el éxito de los tebeos, decidió producir en su estudio el ya mencionado corto, que se emitió por primera vez en un show de Woody Woodpecker en 1963. Pero Lantz no volvió a producir jamás otro corto de Space Mouse, a pesar de que incluso se había planteado la posibilidad de que el ratón espacial pudiera tener su propia serie de televisión. Indagando en los aspectos más administrativos de esta historia, sí se puede suponer que el trasfondo del asunto tuviera algo que ver con una disputa legal por los derechos en la que andaban a la greña Western Publishing y Dell. El argumento de "The secret weapon" seguía la línea de los comics publicados, mostrando a Space Mouse como un adalid de la defensa del planeta Rodentia (capital, Ratónpolis) ante los constantes ataques de los habitantes del planeta Felinia, unos gatos -por descontado- muy belicosos que intentan por todos los medios darse un suculento festín con los rodentianos como plato estrella. Space Mouse es la mano derecha del mandamás del cotarro ratonil, King Size, que vive en un palacio conocido como Camembert Castle. En las aventuras en papel, cuando los felinianos no andan creando problemas, la principal ocupación de Space Mouse es sacar de sus recurrentes embrollos al sobrino de Su Majestad, Rodney, al que debe rescatar de los líos más inverosímiles con la ayuda de su nave espacial de una sola plaza, el Lunar Schooner.
Space Mouse es otro ejemplo más de un personaje prometedor cuya hipotética carrera acabó en la papelera del despacho de un productor, sin darle la menor oportunidad y del mismo modo en que ha ocurrido miles de veces en la historia del dibujo animado. La creación de Chase Craig, Carl Fallberg y John Carey es, hoy en día, una curiosidad perseguida por los coleccionistas que buscan afanosamente los comics publicados -en castellano, como no, nos los sirvió la imprescindible Editorial Novaro- y la nada desdeñable cantidad de diferentes ítems de merchandising que Space Mouse motivó a partir de un único corto, desde puzzles y huchas de cerámica hasta juegos de cartas y cuadernos para colorear, en la gloriosa tradición de los más famosos personajes de la historia del cartoon.

viernes, 1 de mayo de 2009

Gordon Scott: de la liana a la túnica

El tercer componente de mi terna de imprescindibles divos del peplum -de la cual ya os he presentado a Steve Reeves y a Ed Fury- es, ni más ni menos, aquel que vistió túnica y sandalia con la gracia de un obrero de la construcción pero que, curiosamente, consiguió hacer creíbles sus personajes -pese a sus evidentes limitaciones- sublimándolas con un rostro que, sin poseer la belleza incomparable del de Reeves, gustó al público, y con un cuerpo que dejaba, indolente, lugar a las fantasías de la platea. Gordon Scott capeó con gracia y desparpajo la difícil etapa del sword and sandal después de haberse convertido, anteriormente, en la enésima encarnación de Tarzán, el héroe salvaje de Burroughs que, esta vez, más parecía un broker neoyorquino de fin de semana en la selva que el icono del retorno al primitivismo soñado por el literato norteamericano. Pese a todo, Scott supo imprimir a su Tarzán el aliento épico necesario para atrapar a la audiencia, mezclándolo con una simpatía que traspasaba la pantalla y buenas dosis de erotismo desparramadas por su físico excepcional, todo ello escenificado ante decorados con una cierta propensión al cartón-piedra y rodado en chillón Technicolor. En el fondo, un must para los programas dobles del sábado por la tarde.
Gordon M. Verschkul nació en Portland (Estados Unidos) en 1926. Previamente a su salto al cine, trabajó en diferentes oficios, siendo, entre otros, instructor de la infantería de Marina y bombero. Con semejantes antecedentes, era de esperar que el joven Verschkul desarrollara una anatomía de impresión, producto del ejercicio físico inherente a sus diferentes etapas profesionales. Fue en 1953 cuando, mientras trabajaba como salvavidas playero, el productor Sol Lesser se fijó en las enormes posibilidades de aquel moreno especímen plasmadas en la pantalla. A la sazón, Lesser se hallaba a la busca y captura de quien tendría que ser el sustituto de Lex Barker en la colorista serie de películas que producía sobre las aventuras de Tarzán. Barker, que había sustituido a su vez a Johnny Weissmuller, se hallaba ya más cerca de su decadente etapa europea (acabó parodiándose a sí mismo en "La Dolce Vita" de Federico Fellini) que de la imagen sana y robusta que se esperaba del mítico hombre-mono. Así, Gordon Verschkul cambiaría, una vez más, de profesión e incluso de nombre, pasando a ser para las marquesinas de las salas de exhibición Gordon Scott.
Scott pronto se hizo popular como el nuevo Tarzán. De piel morena y de rizado pelo oscuro, ofrecía una imagen mucho más selvática que su antecesor Lex Barker, con un físico más delicado y de rubios cabellos. El público -que siempre tuvo a Johnny Weissmuller como referente del personaje- pareció agradecer el cambio y acudió a las salas para ver las cinco películas que acabaría rodando como el universal personaje: "Tarzan's hidden jungle" (1955), "Tarzan and the lost safari" (1957), "Tarzan and the trappers" (1958), "Tarzan's fight for life" (1958), "Tarzan's greatest adventure" (1959), y "Tarzan the magnificent" (1960). En la segunda y tercera entregas de esta serie, Tarzán-Scott tuvo a su Jane, la actriz Eve Brent, pero en el resto de las películas se le dejó pasear su atractiva soltería por la selva metido en aventuras que retomaban sistemáticamente los tópicos del mito: safaris codiciosos de marfil, animales salvajes, tribus hostiles, guapas antropólogas y taimados buscadores de diamantes, todo ello a buen ritmo y con la ayuda del color y delirantes backgrounds que reproducían imposibles paisajes montañosos con puentes colgantes sobre abismos sin fondo.
Tras su período tarzanesco, Scott se vio, irremisiblemente, obligado a responder a las ofertas que desde Europa se le hacían para ficharle como nueva estrella del peplum. Su físico, por descontado, había llamado poderosamente la atención de los productores italianos que veían en él material de suficiente calidad como para ser comparado con la gran luminaria del género, Steve Reeves, quien ya llevaba varios años en Italia desarrollando una fructífera carrera que había comenzado con la exitosa "Hércules", en 1958. Así, ambos intérpretes fueron emparejados en "Rómulo y Remo" (1961), un producto de irregulares resultados pero que incorporaba el morbo añadido de ver en acción -y muy juntas- a dos poderosas anatomías como las de Reeves y Scott. En medio de tal batalla de testosterona, brillaba la belleza excepcional de Virna Lisi justo antes de iniciar su período profesional más internacional.
Tras el éxito que representó su película junto a Steve Reeves, Scott comenzó a trabajar asiduamente para el cine italiano en productos de similar factura que intentaban darle un aire nuevo al ya un tanto manido género del peplum. Algunas de estas producciones, sin embargo, rizaban el rizo en cuanto a presunta originalidad, mezclando sin arrobo mitos de muy dispares procedencias y dando, con ello, origen a auténticas joyas bizarre. De esta manera, Gordon Scott interpretó el personaje principal en "Maciste", enloquecida revisitación del mito clásico que padeció una distribución absolutamente kafkiana: en Italia se tituló "Maciste contro il Vampiro", mientras que en los Estados Unidos se estrenó bajo tres diferentes nombres, "Maciste vs the Vampire", "Samson vs the Vampires" y "Goliath and the island of Vampires". Para los que hayan empezado a sentir una natural curiosidad, la película mostraba a Maciste-Goliat-Sansón empeñado en liberar a un grupo de doncellas secuestradas por un diabólico zombie que necesita mucha sangre fresca con la que alimentar a su vampírico ejército. Por mi parte, nada más que añadir.
Después de tal zambullida en el delirio más enloquecido, los productores no tuvieron ningún reparo en anunciar su siguiente proyecto para Scott, "Maciste en la corte del Gran Khan", en la que debía rescatar a una bella princesa china de las garras de una horda de bárbaros guerreros mongoles. Para no desmerecer de la tónica general, la cinta se tituló en los Estados Unidos "Samson and the Seven Miracles of the World". Naturalmente, tras tales desacatos pseudohistóricos lo mejor que se podía hacer era reconciliarse con la historia con un tema que, por sobado, dejó indiferente a la audiencia. Así, "Una regina per Cesare" presentaba a Scott como un improbable Julio César rendido ante los encantos de una bella Cleopatra encarnada por la actriz francesa Pascale Petit. Esta película marcó el inicio del declive de Gordon Scott, pasando aquí a ceder el protagonismo absoluto a Rick Battaglia como Lucius Septimius y apareciendo en una posición bastante secundaria en los títulos de crédito. Aún y así, llegarían todavía algunas películas más como protagonista, haciendo a veces el papel de Goliat, a veces el de Hércules, en producciones que ya habían comenzado a perder el favor del público. La puntilla a su carrera se la dio "Buffalo Bill", en la que el actor hizo lo que pudo para interpretar convincentemente al mítico William Cody. Su retirada definitiva del cine llegó dos años más tarde, tras protagonizar el giallo hispano-italiano "Segretissimo". Poco se sabe de las actividades de Scott a partir de su abandono del medio cinematográfico, poco más que el dato de que en 1994 se dejó ver junto a Steve Reeves en una nostálgica convención de admiradores del peplum en Knoxville. Gordon Scott, que había estado casado de 1954 a 1959 con la actriz Vera Miles, falleció en 2007 en Baltimore, Estados Unidos, donde residía en casa de una de las integrantes de su club de fans. Tras su muerte, el conocido crítico cinematográfico Maurice B. Gardner dijo que "si Burroughs siguiera con vida, estaría completamente de acuerdo en que las películas de Tarzán han ido mejorando con el tiempo, y en que Gordon Scott fue, verdaderamente, un magnífico hombre-mono".