Uno de los más oscuros personajes de la factoría de Walter Lantz es esta suerte de ratón-aventurero espacial que apareció por primera y única vez en un cartoon titulado "The secret weapon" y que, sin embargo, gozó de una vida mucho más larga y próspera en los comics que se publicaron bajo los sellos Dell y Gold Key en los Estados Unidos y, para el mercado hispanoamericano, bajo la marca Novaro. Su corta permanencia en el universo animado obedece a razones tan oscuras como su recuerdo, sabiéndose tan solo que Lantz, entusiasmado por el éxito de los tebeos, decidió producir en su estudio el ya mencionado corto, que se emitió por primera vez en un show de Woody Woodpecker en 1963. Pero Lantz no volvió a producir jamás otro corto de Space Mouse, a pesar de que incluso se había planteado la posibilidad de que el ratón espacial pudiera tener su propia serie de televisión. Indagando en los aspectos más administrativos de esta historia, sí se puede suponer que el trasfondo del asunto tuviera algo que ver con una disputa legal por los derechos en la que andaban a la greña Western Publishing y Dell. El argumento de "The secret weapon" seguía la línea de los comics publicados, mostrando a Space Mouse como un adalid de la defensa del planeta Rodentia (capital, Ratónpolis) ante los constantes ataques de los habitantes del planeta Felinia, unos gatos -por descontado- muy belicosos que intentan por todos los medios darse un suculento festín con los rodentianos como plato estrella. Space Mouse es la mano derecha del mandamás del cotarro ratonil, King Size, que vive en un palacio conocido como Camembert Castle. En las aventuras en papel, cuando los felinianos no andan creando problemas, la principal ocupación de Space Mouse es sacar de sus recurrentes embrollos al sobrino de Su Majestad, Rodney, al que debe rescatar de los líos más inverosímiles con la ayuda de su nave espacial de una sola plaza, el Lunar Schooner.
Space Mouse es otro ejemplo más de un personaje prometedor cuya hipotética carrera acabó en la papelera del despacho de un productor, sin darle la menor oportunidad y del mismo modo en que ha ocurrido miles de veces en la historia del dibujo animado. La creación de Chase Craig, Carl Fallberg y John Carey es, hoy en día, una curiosidad perseguida por los coleccionistas que buscan afanosamente los comics publicados -en castellano, como no, nos los sirvió la imprescindible Editorial Novaro- y la nada desdeñable cantidad de diferentes ítems de merchandising que Space Mouse motivó a partir de un único corto, desde puzzles y huchas de cerámica hasta juegos de cartas y cuadernos para colorear, en la gloriosa tradición de los más famosos personajes de la historia del cartoon.
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