domingo, 19 de octubre de 2008

El Apocalipsis según Hollywood: "La Hora Final"

Estrenada en España con el previsible título de "La hora final", "On the beach" se convirtió en una de las cintas de las que más se habló a nivel internacional en aquel año de 1959. Basada en una novela de Nevil Shute que había resultado un exitoso best-seller ampliamente reeditado y publicitada con frases como la película que nadie debe dejar de ver o la mayor historia de nuestro tiempo, arrastró a las taquillas a toda una generación susceptibilizada por la escalada de la Guerra Fría -y por el consiguiente almacenaje de más y más armamento nuclear- entre las dos grandes potencias mundiales, la URSS y los EUA, y que amenazaba (según los cronistas más pesimistas) con provocar la extinción de la vida sobre el planeta Tierra.
Como es este un blog en el que hablamos de cine, me ahorraré una disertación sobre el delicado momento que se vivía entonces, porque es una información que no guardo en mi memoria -y, por tanto, me obligaría a un laborioso trabajo de documentación previa- y me centraré en la disección de la película, una de las que causaron más profunda impresión en mi ánimo de niño de los psicodélicos sesenta asustado por el bombardeo de imágenes violentas que sufríamos desde la televisión -Vietnam y Camboya produjeron traumas todavía no superados en muchos casos- y de las que guardo un angustiante recuerdo infantil. Un recuerdo, estoy seguro, que se mantiene vigente gracias a la especial mezcla de la severa y castrante educación escolapia que estaba recibiendo y de mi idiosincrasia dada al misticismo, virtud o defecto que incubé desde muy niño y que no me ha abandonado desde entonces.
Recuerdo como si fuera hoy el terror que produjo en mí la visión de la última escena de "On the beach", que mostraba diferentes y sucesivos planos de la ciudad de Melbourne completamente desierta con los tranvías, los coches y las bicicletas abandonados en mitad de la calle, con el viento soplando fuerte por las esquinas de las avenidas. La angustia venía provocada más que por lo que veíamos, por lo que intuíamos: la población, enferma por la radiación, se había refugiado en sus camas donde había acabado por morir. Era la terrorífica manera en que el realizador Stanley Kramer nos decía que el último aliento de vida se había agotado en el planeta, irónicamente cerrando el film con la imagen de un rótulo medio vencido por el viento en el que reza there's still time, brother ("todavía estás a tiempo, hermano"), el lema del inefable Ejército de Salvación que sirve aquí como mensaje de una tímida esperanza que el guión de John Paxton incorporó y que no se encontraba en la novela original, la cual procuré leer algunos años más tarde antojándoseme aún más oscura y deprimente que su versión fílmica. La película funcionó muy bien en su carrera por las salas de exhibición internacionales, provocando así mismo encendidas controversias entre sus defensores y sus detractores, entre los que podía encontrarse a conocidos científicos, políticos y toda clase de personajes públicos. El debate estaba servido y cada quien tenía su interpretación del significado final de la situación sin marcha atrás que planteaba la historia, siendo para unos un anuncio terrorífico de lo que podría acontecer en un futuro inquietantemente próximo mientras que, para otros -sin duda, muy atrevidos- sería un mensaje en clave de los norteamericanos a sus rivales soviéticos utilizando el viejo refrán de la sabiduría popular castellana quien avisa no es traidor.
La United Artists, productora de la película, puso a disposición de Kramer un excepcional reparto de primerísimas figuras encabezado por Gregory Peck y Ava Gardner -quienes no trabajaban juntos desde los tiempos de la poética y melancólica "Las nieves de Kilimanjaro"- acompañados por Fred Astaire, Anthony Perkins, y por una larga nómina de actores australianos en los papeles secundarios. La producción se rodó en Melbourne, en los mismos parajes que detallaba la novela original y en un acertado blanco y negro, obra del maestro de la fotografía cinematográfica Giuseppe Rotunno cuya presencia en el film fue una de las exigencias de Miss Gardner para firmar su participación en la película. La actriz, entonces con 37 años, había quedado maravillada del trabajo de Rotunno en su anterior trabajo, "La Maja Desnuda", donde el fotógrafo italiano había plasmado su belleza en impactante Technicolor. Gardner, para quien era su primer rodaje después de verse libre del tiránico contrato que la ligaba a la Metro Goldwyn Mayer, protagonizó un escándalo mayúsculo poco después de descender del avión que la trasladó a Melbourne. Ante los micrófonos y las cámaras de la prensa congregada para recibirla, declaró que estaba allí para rodar una película que trataba sobre el fin del mundo y que, por lo que había visto, el lugar era el más indicado para hacerlo. Los medios de comunicación australianos, como venganza, no dejaron de publicar rumores sobre la actriz y la extraña relación que mantenía con su ex-marido, Frank Sinatra, quien la visitó durante su permanencia en Australia siendo víctimas de un cerco agotador por parte de los paparazzi.
Más allá de las anécdotas de rodaje, la presencia de Ava Gardner en un papel difícil y delicado que necesitaba de un evidente trabajo de introspección personal ofrece uno de los alicientes más estimulantes del film. Fotografiada por Rotunno sin concesiones al maquillaje, su rostro mostraba ya las señales de una madurez física -pequeñas arrugas, bolsas debajo de los ojos, un incipiente double menton- que expresaban espléndidamente el atormentado y complejo mundo interior de la protagonista, Moira Davidson, una mujer que araña pequeños pedazos de felicidad en sus últimos días de vida rebelándose contra la absurda situación que está viviendo, y parando golpes a base de alcohol mientras busca seguridad en una relación crepuscular con el comandante de la Marina norteamericana interpretado por Gregory Peck. Destacable es también la actuación de Fred Astaire en una incursión en las antípodas -y nunca mejor dicho- de sus habituales caracterizaciones en el cine musical. Sombrío y desencantado, su interpretación del científico que se sabe uno de los artífices del desastre final que se está produciendo nos muestra a un desconocido Astaire que aporta la dosis justa de ironía y escepticismo vital necesaria para hacer creíble el personaje.
Con el paso de los años, "La hora final" puede parecer, incluso, una obra naïve que ahora es preciso revisar con prudencia y, sobre todo, sin perder de vista el contexto de la época en la que fue producida. Personalmente, es una película que he ido revisionando con cierta periodicidad y que -en mi opinión- ha envejecido considerablemente bien, convirtiéndose en un buen referente del cine de ciencia ficción de los últimos años cincuenta que se halla a galaxias de distancia de las producciones que de este género estrenaba Hollywood en aquellos días.

Su Majestad del "peplum": Steve Reeves

De entre toda la pléyade de representantes del más ortodoxo concepto del beefcake que la humanidad recuerda desde los tiempos de la Grecia y la Roma clásicas, se pueden citar muchísimos nombres que lograron fama y fortuna saltando fácilmente de las portadas de las revistas para culturistas a las pantallas cinematográficas en los dorados años cincuenta y buena parte de los sesenta: Gordon Scott, Reg Park, Ed Fury, Mark Forest, Brad Harris, Richard Harrison, Reg Lewis o Alan Steel fueron algunos de los más populares caballeros musculados que decoraron a fuerza de bícep, trícep y testosterona las delirantes historias que narraban las películas de sword and sandal ("espada y sandalia", como se vino en llamarlas en los EUA). Estos impresionantes señores, esculpidos a base de sangre, sudor y lágrimas en los gimnasios de Estados Unidos y la Europa más occidental fueron el detonante para el nacimiento de un subgénero dentro del cine de aventuras que alcanzó su máximo esplendor en Italia, cinematografía que hizo suyo el apelativo peplum acuñado por la crítica francesa en los sesenta y que proviene del vocablo griego "peplo", que definía a una túnica sin mangas que se sujetaba en el hombro.
Sin embargo, no fue hasta 1958 cuando entró en escena el que sería el dignificador del peplum, el actor que lo dotó de cierto prestigio y que conseguiría ensanchar universalmente las fronteras del género, el culturista norteamericano Steve Reeves, nacido en el estado de Montana en 1926 y que, diez años antes, había alcanzado fama mundial al ser proclamado consecutivamente Mister World y Mister Universe. Reeves, que a punto estuvo de ser elegido por Cecil B. de Mille para ser el protagonista de su "Sansón y Dalila" (papel que recayó, finalmente, en Victor Mature), había debutado como actor en 1954 de la mano de Edward D. Wood Jr. en uno de sus primeros fiascos, "Jail Bait", apareciendo ese mismo año en una producción de la Metro Goldwyn Mayer llamada "Athena" junto a Debbie Reynolds y Jane Powell, película que le lanzó a la fama. Reeves. asimismo, fue considerado por la Paramount para ser el protagonista del musical "Li'l Abner", papel que sería, finalmente, para el actor Peter Palmer.
En 1958, el director italiano Pietro Francisci andaba preparando "Hércules", una revisitación del mito griego en clave épica que iba a publicitarse con frases como la poderosa saga del hombre más poderoso del mundo. Cuando Francisci y el productor Federico Teti vieron el material de Reeves, decidieron que nadie más podría interpretar al héroe clásico y llamaron, entusiasmados, a este a Italia. La película fue un éxito de clamor que dio pie a una secuela, "Hércules y la Reina de Lidia", y motivó la llegada a Europa de otros culturistas americanos buscando el triunfo en un género que, de pronto, se convirtió en tremendamente popular. Las películas peplum se tornaron en un elemento imprescindible de la cartelera de las mejores salas de exhibición, dando orígen a una producción irregular que alternaba logrados e inspirados films con aberrantes ítems de serie B, absolutamente indigeribles hoy en día ni siquiera vistos desde el punto de vista camp, y que terminaban ejerciendo la función de teloneros en cines de programa doble. Resulta significativo, sin embargo, que actualmente exista todo un submundo de ediciones en DVD que no se mueven dentro de los parámetros de la distribución comercial y que nutren las estanterías de ávidos coleccionistas de este tipo de rarezas.
Había algo, sin ninguna duda, que diferenciaba en gran medida a Steve Reeves del resto de pseudoestrellas del cartón piedra: la perfección clásica de su figura, estatuaria y anacrónica, que bien podía haber estado representada en los frisos del Partenón o sobre los pedestales del Palatino romano de Nerón. Pero, sobre todo, la belleza armónica de su rostro, que le confería un matiz de apolínea inteligencia. No era poco, teniendo en cuenta las montañas de músculo anabolizado que sus colegas mostraban orgullosos, amén de unos rasgos faciales que, en ocasiones, denotaban cierto supino estupor, por no decir otra cosa. Muy pocos escapaban de tal definición, siendo los únicos que podían competir con Reeves el sensual Ed Fury y, especialmente, el futuro Tarzán Gordon Scott, otro ejemplo de bellísimo macho man que tendría una importante carrera en el cine de aventuras de la década de los sesenta. Reeves y Scott aparecieron juntos en "Rómulo y Remo", pastiche legendario de mediocre resultado que tenía como principal aliciente el sugerente y erótico duelo de masculinidad establecido entre ambas estrellas. Eso sí, como actor, Reeves no fue ni mejor ni peor que los demás, siendo a menudo mucho más convincente en las fotografías publicitarias que lanzaban las distribuidoras de sus películas que moviéndose ante las cámaras. Steve Reeves continuó, definitivamente encasillado, su carrera en Italia, trabajando en coproducciones con España ("Los últimos días de Pompeya") o Francia (la notable "La Batalla de Maratón", dirigida por Jacques Tourneur). Más tarde trasladará sus esfuerzos al género de piratas, con películas como "Sandokán, el Tigre de Mompracem" o "Morgan, el Pirata", alternándolas con nuevas incursiones en el Peplum como "La Guerra de Troya" o "La Leyenda de Eneas". Entre todo ello, destaca particularmente "El Ladrón de Bagdad", dirigida por un antiguo especialista en fantasías orientales de Hollywood, Arthur Lubin, en 1961.
Tras estos trabajos, Reeves rechazó sistemáticamente ofertas para protagonizar más películas en la línea de "Hércules", permitiéndose también el lujo de rechazar la oferta del productor Albert R. Broccoli para ser el primer James Bond en "007 contra el Dr. No" -papel que acabaría en las afortunadas manos de Sean Connery- y del realizador Sergio Leone para protagonizar la mítica "Por un puñado de dólares", primera de la trilogía del dólar del director italiano y que aupó a la gloria a Clint Eastwood (un papel que fue también rechazado por otro insigne musculado, Richard Harrison). Curiosamente, la última película que rodó Steve Reeves fue un spaghetti western, "Vivo per la tua morte", en 1968. Desde entonces, Reeves se dedicó a la promoción de la halterofilia sin esteroides y a la cría de caballos en su rancho californiano. Casado dos veces, murió el 1 de Mayo de 2000 a la edad de 74 años, víctima de un linfoma.