De entre toda la pléyade de representantes del más ortodoxo concepto del beefcake que la humanidad recuerda desde los tiempos de la Grecia y la Roma clásicas, se pueden citar muchísimos nombres que lograron fama y fortuna saltando fácilmente de las portadas de las revistas para culturistas a las pantallas cinematográficas en los dorados años cincuenta y buena parte de los sesenta: Gordon Scott, Reg Park, Ed Fury, Mark Forest, Brad Harris, Richard Harrison, Reg Lewis o Alan Steel fueron algunos de los más populares caballeros musculados que decoraron a fuerza de bícep, trícep y testosterona las delirantes historias que narraban las películas de sword and sandal ("espada y sandalia", como se vino en llamarlas en los EUA). Estos impresionantes señores, esculpidos a base de sangre, sudor y lágrimas en los gimnasios de Estados Unidos y la Europa más occidental fueron el detonante para el nacimiento de un subgénero dentro del cine de aventuras que alcanzó su máximo esplendor en Italia, cinematografía que hizo suyo el apelativo peplum acuñado por la crítica francesa en los sesenta y que proviene del vocablo griego "peplo", que definía a una túnica sin mangas que se sujetaba en el hombro.
Sin embargo, no fue hasta 1958 cuando entró en escena el que sería el dignificador del peplum, el actor que lo dotó de cierto prestigio y que conseguiría ensanchar universalmente las fronteras del género, el culturista norteamericano Steve Reeves, nacido en el estado de Montana en 1926 y que, diez años antes, había alcanzado fama mundial al ser proclamado consecutivamente Mister World y Mister Universe. Reeves, que a punto estuvo de ser elegido por Cecil B. de Mille para ser el protagonista de su "Sansón y Dalila" (papel que recayó, finalmente, en Victor Mature), había debutado como actor en 1954 de la mano de Edward D. Wood Jr. en uno de sus primeros fiascos, "Jail Bait", apareciendo ese mismo año en una producción de la Metro Goldwyn Mayer llamada "Athena" junto a Debbie Reynolds y Jane Powell, película que le lanzó a la fama. Reeves. asimismo, fue considerado por la Paramount para ser el protagonista del musical "Li'l Abner", papel que sería, finalmente, para el actor Peter Palmer.En 1958, el director italiano Pietro Francisci andaba preparando "Hércules", una revisitación del mito griego en clave épica que iba a publicitarse con frases como la poderosa saga del hombre más poderoso del mundo. Cuando Francisci y el productor Federico Teti vieron el material de Reeves, decidieron que nadie más podría interpretar al héroe clásico y llamaron, entusiasmados, a este a Italia. La película fue un éxito de clamor que dio pie a una secuela, "Hércules y la Reina de Lidia", y motivó la llegada a Europa de otros culturistas americanos buscando el triunfo en un género que, de pronto, se convirtió en tremendamente popular. Las películas peplum se tornaron en un elemento imprescindible de la cartelera de las mejores salas de exhibición, dando orígen a una producción irregular que alternaba logrados e inspirados films con aberrantes ítems de serie B, absolutamente indigeribles hoy en día ni siquiera vistos desde el punto de vista camp, y que terminaban ejerciendo la función de teloneros en cines de programa doble. Resulta significativo, sin embargo, que actualmente exista todo un submundo de ediciones en DVD que no se mueven dentro de los parámetros de la distribución comercial y que nutren las estanterías de ávidos coleccionistas de este tipo de rarezas.
Había algo, sin ninguna duda, que diferenciaba en gran medida a Steve Reeves del resto de pseudoestrellas del cartón piedra: la perfección clásica de su figura, estatuaria y anacrónica, que bien podía haber estado representada en los frisos del Partenón o sobre los pedestales del Palatino romano de Nerón. Pero, sobre todo, la belleza armónica de su rostro, que le confería un matiz de apolínea inteligencia. No era poco, teniendo en cuenta las montañas de músculo anabolizado que sus colegas mostraban orgullosos, amén de unos rasgos faciales que, en ocasiones, denotaban cierto supino estupor, por no decir otra cosa. Muy pocos escapaban de tal definición, siendo los únicos que podían competir con Reeves el sensual Ed Fury y, especialmente, el futuro Tarzán Gordon Scott, otro ejemplo de bellísimo macho man que tendría una importante carrera en el cine de aventuras de la década de los sesenta. Reeves y Scott aparecieron juntos en "Rómulo y Remo", pastiche legendario de mediocre resultado que tenía como principal aliciente el sugerente y erótico duelo de masculinidad establecido entre ambas estrellas. Eso sí, como actor, Reeves no fue ni mejor ni peor que los demás, siendo a menudo mucho más convincente en las fotografías publicitarias que lanzaban las distribuidoras de sus películas que moviéndose ante las cámaras. Steve Reeves continuó, definitivamente encasillado, su carrera en Italia, trabajando en coproducciones con España ("Los últimos días de Pompeya") o Francia (la notable "La Batalla de Maratón", dirigida por Jacques Tourneur). Más tarde trasladará sus esfuerzos al género de piratas, con películas como "Sandokán, el Tigre de Mompracem" o "Morgan, el Pirata", alternándolas con nuevas incursiones en el Peplum como "La Guerra de Troya" o "La Leyenda de Eneas". Entre todo ello, destaca particularmente "El Ladrón de Bagdad", dirigida por un antiguo especialista en fantasías orientales de Hollywood, Arthur Lubin, en 1961.
Tras estos trabajos, Reeves rechazó sistemáticamente ofertas para protagonizar más películas en la línea de "Hércules", permitiéndose también el lujo de rechazar la oferta del productor Albert R. Broccoli para ser el primer James Bond en "007 contra el Dr. No" -papel que acabaría en las afortunadas manos de Sean Connery- y del realizador Sergio Leone para protagonizar la mítica "Por un puñado de dólares", primera de la trilogía del dólar del director italiano y que aupó a la gloria a Clint Eastwood (un papel que fue también rechazado por otro insigne musculado, Richard Harrison). Curiosamente, la última película que rodó Steve Reeves fue un spaghetti western, "Vivo per la tua morte", en 1968. Desde entonces, Reeves se dedicó a la promoción de la halterofilia sin esteroides y a la cría de caballos en su rancho californiano. Casado dos veces, murió el 1 de Mayo de 2000 a la edad de 74 años, víctima de un linfoma.
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