viernes, 25 de julio de 2008

Weird Toons # 13: "The Grinch"

La Navidad es, en los Estados Unidos, el momento estelar del calendario junto con las celebraciones del 4 de Julio y del Thanksgiving Day. Todo parece detenerse en un instante de irritante e injustificada euforia, y los hogares se llenan de adminículos de diferentes tamaños y variadas formas que se baten en abierta pugna por el título al objeto más aberrante del Universo. Los ornamentos de Hallmarks se mezclan caóticamente con enormes bolas de cristal, lucecitas de colores, inacabables tiras de espumillón y trineos de Santa Claus de tamaño natural -con todos sus renos- encima de los tejados, cubiertos para la ocasión con piezas de blanco algodón para simular la nieve en los lugares en los cuales su presencia es poco probable. Los colores de la Navidad norteamericana -rojo, blanco, y el verde del brezo y de los abetos- manchan insolentemente fachadas, aceras y jardines, convirtiendo el ambiente de la vida cotidiana en algo irrespirable por espacio de, más o menos, un mes al año. Una absurda Navidad, eso sí, sin absolutamente ninguna referencia a su ascendente eminentemente religioso y con pocas connotaciones de realidad social más allá del omnipresente pase por todas las televisiones de la empalagosa "It's a wonderful life" de Frank Capra. That's America: nada hay como el sinsentido de no saber qué es exactamente lo que se está celebrando, ni porqué, pero así es desde el día en que los peregrinos del Mayflower se toparon con la roca de Plymouth en 1620.
A mí, al niño que siempre odió la Navidad, tuvo necesariamente que fascinarme este personaje extraño, el Grinch, de especie inclasificable, cuyo corazón era pequeño y reseco como una habichuela y cuya visceral inquina hacia las fiestas navideñas y todo lo que representan le lleva a tramar un siniestro plan para acabar, de una vez por todas, con la intragable celebración. Su maldad es de tan exquisita perversidad, que llega a robar en una noche todos los símbolos de la Navidad de la ciudad de Whoville, vecina a la caverna fría y desangelada que le sirve de morada. Adornos, manjares, abetos y regalos, desaparecen de un plumazo, ofreciendo un desolador panorama a los habitantes de la pequeña comunidad cuando se despiertan la mañana del Christmas Day. Pero, a pesar de ello, unen sus manos y elevan sus corazones para invocar entre todos al espíritu navideño, que se aparece en la forma de una rutilante estrella cuya cálida luz reblandece el corazón del Grinch y le hace, de repente, amar la Navidad al darse cuenta de que su verdadero sentido no está en absoluto en lo material, una evidentísima y poco entendida ironía hacia la sociedad americana disfrazada de edulcorado y moralista final. Por supuesto, este decepcionante desenlace me amargó el resto de las fiestas cuando el cortometraje se estrenó en Televisión Española hacia finales de los años sesenta, y solo de mayor he podido perdonar al destino por tan fatal agravio a uno de los personajes más sugestivos de las narraciones infantiles.
Basándose en el cuento del mismo título de Dr. Seuss, "How the Grinch stole Christmas" (emitida por TVE con la curiosa traducción "Como pudo Odeón robarse la Navidad") fue dirigida por Chuck Jones en 1966. Esta película para la televisión se ha convertido, desde entonces, en uno de los TV Christmas Special predilectos en los EUA, no solo por tratarse de un relato de uno de los autores nacionales de referencia, sino por el magnífico tratamiento que dieron a la historia Charles M. Jones y su habitual equipo de colaboradores, con Ben Washam y Maurice Noble a la cabeza. Naturalmente, en la versión al castellano se nos escamoteó la voz original del narrador, ni más ni menos que el mismísimo Boris Karloff. El Grinch aparecería todavía en otro especial producido en 1977 por Depatie-Freleng, "Halloween is Grinch's Night", ganador de un premio Emmy.