domingo, 9 de noviembre de 2008

"Pandora y el Holandés Errante", un paseo por el amor y por la muerte

Dijo una vez Franz Kafka que "las cuerdas de la lira de los poetas modernos son immensas cintas de celuloide". Si es así, no existe un ejemplo más explícito de lo que quiso transmitir el escritor checo que las obras del realizador neoyorquino Albert Lewin, uno de los más insólitos y desconocidos directores de la época dorada de Hollywood, creador de joyas como "El retrato de Dorian Gray" o "The private affairs of Bel Ami". Lewin, considerado hoy en día un exquisito poeta de la imagen fílmica, no siempre disfrutó de tal predicamento a lo largo de su carrera, viendo muchas de sus producciones fracasar estrepitosamente en taquilla, películas que necesitaron décadas para ser valoradas como merecían. Sin duda, su obra maestra, la más iconoclasta y atrevida de las que realizó, fue "Pandora y el Holandés Errante", una muestra de lo que los cinéfilos franceses apodaron en los años setenta (no sin cierto regusto snob) cinema de qualité y que ha estado largamente reivindicada en las últimas décadas como una de las propuestas artísticas más originales, innovadoras y vanguardistas de la década de los cincuenta."Pandora" es, ciertamente, como un cuadro al óleo en el que Lewin -autor, asimismo, del guión- mezcló dos mitos pertenecientes a culturas distintas: Pandora, la mujer por la cual, y a causa de su infinita curiosidad, el mal se esparció por toda la Tierra, y el del Holandés Errante, el capitán de navío condenado por su iniquidad a navegar por los océanos en un desesperante viaje sin fin hasta poder encontrar a una mujer que esté dispuesta a morir por él, y con él. La exhibición de recursos artísticos que Lewin despliega en esta película es tal, que el fascinado espectador no sabe a ciencia cierta si se encuentra ante una proyección cinematográfica o ante una obra pictórica. Esta fuerza plástica que contienen sus imágenes se patentiza en momentos de intensa belleza en los que el realizador utiliza una paleta cromática más propia del pintor que del fotógrafo, y que consiguió, por primera vez, retratar el paisaje de la costa catalana y promocionar su lengua exportándola a todo el mundo, al mismo tiempo que consagraba definitivamente la fascinante y legendaria personalidad de Ava Gardner.
"Pandora and the Flying Dutchman", rodada en 1951 en la -entonces- pequeña y aislada población costera de Tossa de Mar, en Gerona, narra la historia de Pandora Reynolds (Gardner), una cantante norteamericana en viaje de placer por Europa que se encuentra pasando una temporada en un imaginario pueblo de pescadores llamado Esperanza, en la costa del Mediterráneo. Pandora es fría, voluptuosa, caprichosa, y no ha conseguido nunca encontrar el amor, pese a tener a sus pies a toda una corte de rendidos admiradores entre los que destacan un famoso piloto de coches de carreras y un aclamado torero, interpretado por el torero-actor-poeta catalán Mario Cabré. Pandora conocerá a Hendryck van der Zee (un imponente James Mason), navegante solitario que resultará ser el Holandés Errante y por el cual ella, finalmente, será capaz de un sacrificio de amor y muerte más allá del tiempo y del espacio.
"Pandora" es, junto a "La Condesa descalza" y "Mogambo", parte de la mítica trilogía gardneriana que cimenta el acceso de la actriz a la gloria fílmica. En las tres tenemos reproducciones de diferentes aspectos de su verdadera personalidad, circunstancia que siempre fue definitiva a la hora de que Gardner aportara credibilidad y vigor a los personajes que le tocaba interpretar. Si en la mayoría de las películas que tuvo que rodar como representación del más alto glamour de la Metro-Goldwyn-Mayer se limitaba a pasearse por la pantalla, harta de papelitos decorativos al lado de las estrellas masculinas de la casa (Gable o Robert Taylor, por citar los más populares), es en estas obras de Lewin, Mankiewicz y Ford donde su luz brillará excepcionalmente, arropada por unos directores sensitivos y geniales y con la percepción de unos personajes muy próximos a su alma. Y en las tres, asimismo, subyace el eterno conflicto de la lucha de sexos, en la que la etiqueta que la actriz llevaba colgada de "devoradora de hombres" se estrella, paradójicamente, bajo la evidencia de que, finalmente, será ella la que resultará destruída.
"Pandora" es, en realidad, una plasmación absoluta del concepto de amour fou en el cine, en el que las referencias excesivamente literales a ambos mitos universales convierten la historia en un cuento trágico de insensata belleza. Tal vez demasiado, dado que su surrealista propuesta no fue bien acogida en el momento de su estreno internacional, arrojando tibios resultados en las taquillas. Además, la Metro la consideró "excesivamente intelectual", recortando buena parte de su metraje. La producción, eso sí, fue un éxito en España, y sobre todo en Cataluña, donde la posibilidad de poder escuchar en el cine -en plena dictadura franquista- unas frases en catalán que Lewin incluyó al principio del film por considerarlas, naturalmente, exóticas, arrastró al público a las salas de proyección.
Otro elemento que había despertado la expectación entre la audiencia fue la presencia de Ava Gardner en territorio español, durante la que la actriz hizo correr ríos de tinta a partir de su publicitado flirt con Mario Cabré. Lo que, posiblemente, no fue más que una estrategia publicitaria de la Metro hizo enfurecer al entonces todavía prometido de Ava Gardner, Frank Sinatra, quien se presentó inesperadamente en la Costa Brava portando una pulsera de diamantes y una caja de chewing gum para tratar de recuperarla, cosa que no le resultó en absoluto difícil. Tras su estreno, "Pandora y el Holandés Errante" se perdió en el olvido por más de un cuarto de siglo, hasta que en 1976 el Festival de Cine de París la recuperó, por fin completa y restaurada, reivindicándola como una de las mejores películas del cine romántico de la historia. La fotografía sobre estas líneas muestra a Ava Gardner ataviada con ropajes del siglo XVI en una imagen tomada en 1950 por el gran Man Ray, uno de los referentes ineludibles del arte fotográfico de todos los tiempos, y que se utilizó en algunos planos de la película. La imagen de Ava Gardner retratada por Man Ray formó parte de la exposición itinerante "Un sueño: Man Ray" (2007), en la que se mostraba una extensa selección de su obra, recreándose particularmente en sus retratos de grandes personalidades del siglo XX.