lunes, 8 de septiembre de 2008

"El Prisionero": un futuro fatídico

La historia narrada por "The Prisoner" es, posiblemente, una de las más extrañas y originales que nunca se haya presentado en la televisión mundial (por lo menos, hasta la llegada de la insólita y aclamada "Perdidos", cuarenta años después), resultando una mordaz y nada complaciente crítica de la sociedad occidental posterior a la Segunda Guerra Mundial y del sistema de los dos bloques establecido al final de la misma y representado en la obsesiva y neurótica realidad de la Guerra Fría. A pesar del paso de los años, la serie no ha perdido ni un ápice de su frescura original, y actualmente es un producto que -gracias, en gran parte, a su edición en DVD- las nuevas generaciones pueden descubrir y disfrutar, del mismo modo en que la audiencia de la década de los sesenta aupó al éxito más absoluto a esta producción británica que gozó de una increíble popularidad en Europa y los Estados Unidos durante su período original de emisión. La surrealista puesta en escena, la angustiante recreación que del personaje principal realiza Patrick McGoohan y la novedad que suponía un argumento completamente rompedor que se apartaba de los estandards establecidos por la industria televisiva en sus producciones de ciencia ficción atrapó -y sigue atrapando- a un público fascinado por el desarrollo de esta claustrofóbica e intranquilizadora historia que tiene lugar en un futuro muy próximo al momento de su realización.
El primer episodio de "The Prisoner" pone, sin dilación, al espectador en antecedentes de la situación: Un automóvil avanza por las calles de Londres conducido por un hombre -del cual podemos sospechar que se trata de una suerte de agente secreto del gobierno británico- que detiene el vehículo frente a un edificio en el que penetra. Un intercambio de documentos tiene lugar entre éste y otro hombre. Después, vuelve a sentarse al volante de su coche y prosigue su camino, sin apercibirse de que otro automóvil le ha seguido hasta su destino. Le vemos depositar su pasaporte y un billete de avión en un maletín mientras que un gas somnífero penetra por el ojo de la cerradura de la habitación en la que se encuentra y le hace caer profundamente dormido.
Al despertar, nada ha cambiado en la estancia, pero al mirar por la ventana descubre un paisaje extraño, desconocido, un cúmulo de curiosas construcciones rodeadas de un espeso bosque. Más tarde, descubre horrorizado que su nueva identidad es la de Número 6, y que se halla prisionero de alguien desconocido que le exige la transmisión de cierta información que él no está dispuesto a dar. Pronto descubrirá que el lugar está habitado por muchos otros prisioneros, personas a las que no se obliga a trabajar, y que no tienen más que disfrutar de todas las comodidades y diversiones que se les ofrecen en el misterioso lugar al que han sido llevadas. A medida que avanza la serie, vamos conociendo más y más a Número 6, del que descubriremos que es un hombre profundamente anticonformista y que no se deja ofuscar, en ningún momento, por el falso ambiente de lujo y hedonismo que le rodea. Multitud de preguntas se agolpan, así, en la mente del protagonista: ¿Dónde está? ¿Porqué ha sido secuestrado? ¿Quién se esconde tras el alias de Número 1 y que desea obtener realmente de él?...
En 1966, Patrick McGoohan contaba treinta y ocho años y era, gracias a su participación en la serie "Destination: Danger" -en emisión desde 1960- una popularísima estrella de la televisión británica. McGoohan, saturado de un personaje al que llevaba tanto tiempo encarnando, decidió abandonar la producción y dedicarse de lleno a un proyecto que venía ocupando su mente, un argumento que deseaba desarrollar y cuya inspiración había sido la visita a un lugar al norte de Gales llamado Hotel Portmeirion, una singular obra arquitectónica de Sir Clough William-Ellis que sirvió, finalmente, para localizar buena parte de los exteriores de la serie. McGoohan se presentó ante el productor Lew Grade, al cual sedució con la idea y del que arrancó el compromiso de producir lo que sería una miniserie con siete episodios previstos. Grade, temiendo que lo exiguo del producto impidiese su acceso al competitivo mercado americano, exigió entonces la realización de un total de veintiseis. Finalmente, el pacto entre McGoohan y Grade se rubricó con la realización de diecisiete episodios, que fueron estrenados en Gran Bretaña por la cadena ATV en octubre de 1967. Con "The Prisoner", Patrick McGoohan quiso establecer un paralelismo con las sociedades modernas, con las que el espectador va encontrando cada vez más puntos de contacto cuanto más profundiza en el conocimiento de los personajes y las situaciones. Una de las frases publicitarias de la misma, No man is just a number ("ningún hombre es simplemente un número"), nos sitúa en la tesitura del ser humano immerso en la fagocitante existencia consumista que controla nuestras vidas, en las que se nos permite tener prácticamente todo lo que podamos desear, incluso lo más superfluo e innecesario, siempre y cuando ciñamos nuestro comportamiento a las férreas normas preestablecidas. Es en ese momento, el del individuo cuestionándose su alienante situación y pretendiendo cambiarla por otra de auténtica libertad en cuerpo y alma, cuando la máquina se dispondrá a destruirle con todos los medios que tenga a su alcance en su empecinamiento en mantener una sociedad en la que los valores humanos no son más que otro artículo de consumo con copyright y código de barras. La uniformización, la conversión del ser humano en una pieza más del siniestro engranaje de esta maquinaria político-económica que gobierna nuestros destinos y que no desea más que la aniquilación absoluta de todo sentimiento de individualidad, se ve reflejada en la metáfora sutil que representa "The Prisoner".