El tercer componente de mi terna de imprescindibles divos del peplum -de la cual ya os he presentado a Steve Reeves y a Ed Fury- es, ni más ni menos, aquel que vistió túnica y sandalia con la gracia de un obrero de la construcción pero que, curiosamente, consiguió hacer creíbles sus personajes -pese a sus evidentes limitaciones- sublimándolas con un rostro que, sin poseer la belleza incomparable del de Reeves, gustó al público, y con un cuerpo que dejaba, indolente, lugar a las fantasías de la platea. Gordon Scott capeó con gracia y desparpajo la difícil etapa del sword and sandal después de haberse convertido, anteriormente, en la enésima encarnación de Tarzán, el héroe salvaje de Burroughs que, esta vez, más parecía un broker neoyorquino de fin de semana en la selva que el icono del retorno al primitivismo soñado por el literato norteamericano. Pese a todo, Scott supo imprimir a su Tarzán el aliento épico necesario para atrapar a la audiencia, mezclándolo con una simpatía que traspasaba la pantalla y buenas dosis de erotismo desparramadas por su físico excepcional, todo ello escenificado ante decorados con una cierta propensión al cartón-piedra y rodado en chillón Technicolor. En el fondo, un must para los programas dobles del sábado por la tarde.
Gordon M. Verschkul nació en Portland (Estados Unidos) en 1926. Previamente a su salto al cine, trabajó en diferentes oficios, siendo, entre otros, instructor de la infantería de Marina y bombero. Con semejantes antecedentes, era de esperar que el joven Verschkul desarrollara una anatomía de impresión, producto del ejercicio físico inherente a sus diferentes etapas profesionales. Fue en 1953 cuando, mientras trabajaba como salvavidas playero, el productor Sol Lesser se fijó en las enormes posibilidades de aquel moreno especímen plasmadas en la pantalla. A la sazón, Lesser se hallaba a la busca y captura de quien tendría que ser el sustituto de Lex Barker en la colorista serie de películas que producía sobre las aventuras de Tarzán. Barker, que había sustituido a su vez a Johnny Weissmuller, se hallaba ya más cerca de su decadente etapa europea (acabó parodiándose a sí mismo en "La Dolce Vita" de Federico Fellini) que de la imagen sana y robusta que se esperaba del mítico hombre-mono. Así, Gordon Verschkul cambiaría, una vez más, de profesión e incluso de nombre, pasando a ser para las marquesinas de las salas de exhibición Gordon Scott.
Scott pronto se hizo popular como el nuevo Tarzán. De piel morena y de rizado pelo oscuro, ofrecía una imagen mucho más selvática que su antecesor Lex Barker, con un físico más delicado y de rubios cabellos. El público -que siempre tuvo a Johnny Weissmuller como referente del personaje- pareció agradecer el cambio y acudió a las salas para ver las cinco películas que acabaría rodando como el universal personaje: "Tarzan's hidden jungle" (1955), "Tarzan and the lost safari" (1957), "Tarzan and the trappers" (1958), "Tarzan's fight for life" (1958), "Tarzan's greatest adventure" (1959), y "Tarzan the magnificent" (1960). En la segunda y tercera entregas de esta serie, Tarzán-Scott tuvo a su Jane, la actriz Eve Brent, pero en el resto de las películas se le dejó pasear su atractiva soltería por la selva metido en aventuras que retomaban sistemáticamente los tópicos del mito: safaris codiciosos de marfil, animales salvajes, tribus hostiles, guapas antropólogas y taimados buscadores de diamantes, todo ello a buen ritmo y con la ayuda del color y delirantes backgrounds que reproducían imposibles paisajes montañosos con puentes colgantes sobre abismos sin fondo.
Tras su período tarzanesco, Scott se vio, irremisiblemente, obligado a responder a las ofertas que desde Europa se le hacían para ficharle como nueva estrella del peplum. Su físico, por descontado, había llamado poderosamente la atención de los productores italianos que veían en él material de suficiente calidad como para ser comparado con la gran luminaria del género, Steve Reeves, quien ya llevaba varios años en Italia desarrollando una fructífera carrera que había comenzado con la exitosa "Hércules", en 1958. Así, ambos intérpretes fueron emparejados en "Rómulo y Remo" (1961), un producto de irregulares resultados pero que incorporaba el morbo añadido de ver en acción -y muy juntas- a dos poderosas anatomías como las de Reeves y Scott. En medio de tal batalla de testosterona, brillaba la belleza excepcional de Virna Lisi justo antes de iniciar su período profesional más internacional.
Tras el éxito que representó su película junto a Steve Reeves, Scott comenzó a trabajar asiduamente para el cine italiano en productos de similar factura que intentaban darle un aire nuevo al ya un tanto manido género del peplum. Algunas de estas producciones, sin embargo, rizaban el rizo en cuanto a presunta originalidad, mezclando sin arrobo mitos de muy dispares procedencias y dando, con ello, origen a auténticas joyas bizarre. De esta manera, Gordon Scott interpretó el personaje principal en "Maciste", enloquecida revisitación del mito clásico que padeció una distribución absolutamente kafkiana: en Italia se tituló "Maciste contro il Vampiro", mientras que en los Estados Unidos se estrenó bajo tres diferentes nombres, "Maciste vs the Vampire", "Samson vs the Vampires" y "Goliath and the island of Vampires". Para los que hayan empezado a sentir una natural curiosidad, la película mostraba a Maciste-Goliat-Sansón empeñado en liberar a un grupo de doncellas secuestradas por un diabólico zombie que necesita mucha sangre fresca con la que alimentar a su vampírico ejército. Por mi parte, nada más que añadir.
Después de tal zambullida en el delirio más enloquecido, los productores no tuvieron ningún reparo en anunciar su siguiente proyecto para Scott, "Maciste en la corte del Gran Khan", en la que debía rescatar a una bella princesa china de las garras de una horda de bárbaros guerreros mongoles. Para no desmerecer de la tónica general, la cinta se tituló en los Estados Unidos "Samson and the Seven Miracles of the World". Naturalmente, tras tales desacatos pseudohistóricos lo mejor que se podía hacer era reconciliarse con la historia con un tema que, por sobado, dejó indiferente a la audiencia. Así, "Una regina per Cesare" presentaba a Scott como un improbable Julio César rendido ante los encantos de una bella Cleopatra encarnada por la actriz francesa Pascale Petit. Esta película marcó el inicio del declive de Gordon Scott, pasando aquí a ceder el protagonismo absoluto a Rick Battaglia como Lucius Septimius y apareciendo en una posición bastante secundaria en los títulos de crédito. Aún y así, llegarían todavía algunas películas más como protagonista, haciendo a veces el papel de Goliat, a veces el de Hércules, en producciones que ya habían comenzado a perder el favor del público. La puntilla a su carrera se la dio "Buffalo Bill", en la que el actor hizo lo que pudo para interpretar convincentemente al mítico William Cody. Su retirada definitiva del cine llegó dos años más tarde, tras protagonizar el giallo hispano-italiano "Segretissimo". Poco se sabe de las actividades de Scott a partir de su abandono del medio cinematográfico, poco más que el dato de que en 1994 se dejó ver junto a Steve Reeves en una nostálgica convención de admiradores del peplum en Knoxville. Gordon Scott, que había estado casado de 1954 a 1959 con la actriz Vera Miles, falleció en 2007 en Baltimore, Estados Unidos, donde residía en casa de una de las integrantes de su club de fans. Tras su muerte, el conocido crítico cinematográfico Maurice B. Gardner dijo que "si Burroughs siguiera con vida, estaría completamente de acuerdo en que las películas de Tarzán han ido mejorando con el tiempo, y en que Gordon Scott fue, verdaderamente, un magnífico hombre-mono".
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