martes, 17 de junio de 2008

Narciso Ibáñez Menta: el rostro del terror

Ultimamente he estado revisionando los viejos episodios de "Historias para no dormir", la serie original de Narciso Ibáñez Serrador. Podría estar horas y horas escribiendo acerca de esta producción de Televisión Española que se empezó a emitir en 1964, pero prefiero dejarlo para otro momento, dado que merece no una, sino muchas entradas en este blog y me gustaría poder prepararlas a conciencia. Una de las mejores series de televisión jamás realizadas en este país no merece menos.
De quien me gustaría hablar aquí es del protagonista de un gran número de episodios de esta serie, y uno de los rostros más directamente asociados al terror y al suspense made in Spain. Me estoy refiriendo a Narciso Ibáñez Menta, padre del citado Narciso Ibáñez Serrador y uno de los mejores actores españoles del siglo XX, un intérprete excepcional que desarrolló una importantísima carrera teatral a ambos lados del Atlántico, convirtiéndose más tarde en una figura enormemente popular trabajando en el medio televisivo, y que también tuvo una dilatada presencia en la gran pantalla. Ibáñez Menta fue, así pues, uno de los actores más completos y preparados de su generación, un cómico excepcional con un amplísimo registro que le valió premios y distinciones y el reconocimiento internacional.

Narciso Ibáñez Menta nació en 1912 en Sama de Langreo (Asturias), hijo de los artistas líricos Narciso Ibáñez y Consuelo Menta. A los ocho días de su nacimiento, tuvo su primer contacto con las tablas, apareciendo sobre el escenario en brazos de la actriz Carola Ferrando. Pasó su infancia viajando constantemente por España y América junto a sus padres, asentándose años después en Buenos Aires, donde en 1934 se casó con la actriz Pepita Serrador y con quien tuvo un único hijo, Narciso. En Buenos Aires, en 1933, se inició en el género de terror con las adaptaciones teatrales de "El Dr. Jeckyll y Mr. Hyde" y "El fantasma de la Ópera". Anteriormente, se había curtido poniendo en escena asuntos clásicos como "Manos sucias" de Sartre, "Fausto" de Goethe, o "La muerte de un viajante" de Arthur Miller. En Argentina llegó a interpretar 45 películas, compaginando la actividad cinematográfica con la dirección teatral y como guionista de radio y televisión.
Su regreso a España a principios de los años sesenta coincide con el auge del teatro en Televisión Española, donde uno de los principales puntales de su programación era el mítico "Estudio 1", para el que interpretó, entre otras obras, la magnífica "El asfalto", que se llevó todos los premios internacionales habidos y por haber y que asentó la valía como guionista y realizador de su hijo Narciso Ibáñez Serrador. A partir de ese momento, pasa a dedicarse con exclusividad a la pequeña pantalla, desarrollando ampliamente una de sus facetas más personales y que ya le había valido la admiración del público y la profesión durante sus años en Argentina: la caracterización. El propio actor desarrolló un extenso catálogo de maquillajes de gran efectividad que él mismo aplicaba sobre su rostro usando, a menudo, de trucos caseros inspirados en los que utilizaba el mismísmo Lon Chaney en tiempos del cine mudo.
Uno de sus mayores triunfos durante ese período fue la serie "¿Es usted el asesino?", confeso remake de uno de sus éxitos en la televisión Argentina, siete años atrás, que dirigió y protagonizó en 1968. En "Historias para no dormir" trabajó, de nuevo, a las órdenes de su hijo con la adaptación de narraciones de terror del propio Ibáñez Serrador (que firmaba los guiones con el seudónimo "Luis Peñafiel"), Edgar Allan Poe o Ray Bradbury. La serie original, estrenada en 1964, dio pié a una segunda entrega en color en 1971, protagonizando Ibáñez Menta el más recordado de estos nuevos episodios, "El televisor". Todavía se rodarían algunos guiones más en 1982, pero ya sin la expectación despertada en la audiencia en las anteriores ocasiones.
A partir de ese momento, su actividad profesional va espaciándose progresivamente, aceptando poquísimos trabajos durante las décadas de los ochenta y los noventa, coincidiendo con un considerable deterioro de su salud, que finalmente le hizo viajar a la otra dimensión el 15 de mayo de 2004, en Madrid, a la edad de 91 años.
Su rostro enjuto, sus maneras elegantes y siniestras, su versatilidad y su capacidad para la metarmofosis han quedado como representación de una de las más altas cumbres alcanzadas por un actor en este país. No podrá haber nunca más otro Narciso Ibáñez Menta, porque él, al igual que otros pocos intérpretes, muy pocos, pertenece a un Olimpo de irrepetibles talentos. Si en este país tuviésemos para con nuestros grandes del espectáculo el mismo respeto y consideración que se les tiene en otras latitudes (Estados Unidos, Inglaterra, Francia o Italia, sin ir más lejos), Ibáñez Menta podría equipararse a mitos como Boris Karloff o Vincent Price. Méritos le sobraron a este hombre, que sigue erizándome el vello cuando me mira y se ríe, enloquecido, desde la pantalla del televisor.

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