viernes, 12 de septiembre de 2008

Smithfield, Carolina del Norte

En Agosto de 1997 viajé a Carolina del Norte. Me hallaba en pleno proceso de creación de mi trabajo acerca de Ava Gardner y, después de haber visitado otras ciudades del mundo que forman parte del periplo vital de la estrella, decidí que había llegado el momento de conocer sus raíces en Smithfield, la pequeña ciudad donde nació en 1922. Contacté, meses antes de mi viaje, con el Ava Gardner Museum, una institución dedicada a mantener viva la memoria del más famoso personaje nacido en el estado y que se hallaba, entonces, dirigido por un board of directors en el que se encontraban familiares, amigos y admiradores de Miss Gardner y cuyo presidente honorífico era uno de sus más queridos compañeros de la época dorada de Hollywood, el actor Gregory Peck. El Ava Gardner Museum surgió de la iniciativa del Dr. Thomas Banks, natural de Smithfield aunque residente en Florida, gran admirador de la actriz y con cuya colección de memorabilia gardneriana -recopilada durante toda una vida- comenzó a formarse el fondo del museo. Banks y su esposa Lorraine, actualmente fallecidos, tuvieron la fortuna de conocer personalmente a Ava Gardner, a la que visitaron en Londres en varias ocasiones.
El museo se hallaba instalado en un gran almacén rehabilitado con mucho esfuerzo por aportaciones económicas particulares y tímidas ayudas del Ayuntamiento de la ciudad y de la Administración del estado. Algunas de las personas a las que entrevisté durante la semana que pasé en Smithfield fueron Mary Edna Grimes Grantham, sobrina de la actriz e hija de su hermana Inez, y Dewey Sheffield, uno de sus grandes amigos y senador por Carolina del Norte. Ambos hicieron excelentes aportaciones a mi trabajo de investigación, sumándose a las entrevistas que había realizado anteriormente en Madrid, lugar de residencia de Ava Gardner desde 1955 hasta 1968. Lo cierto es que, en Smithfield, me sentí arropado por unas gentes amables y hospitalarias que me colmaron de atenciones, implicándose en mi trabajo. Desde Mrs. Lee, la anciana bibliotecaria de la Smithfield Public Library que se zambulló conmigo en la hemeroteca local, hasta Busby Sugg, empleado jubilado del servicio de Correos y que fue uno de los primeros pretendientes de la adolescencia de Ava Gardner, todo el mundo deseaba conocer y colaborar con aquel peculiar recién llegado del otro lado del mundo que demostraba tener evidentes problemas para entender un inglés marcado por un fuerte y campesino acento del Old South. Smithfield es un lugar que parece sacado de una ilustración de Norman Rockwell. Y lo es gracias a que la región se halla alejada de las rutas turísticas, lo que perpetúa en sus gentes el estilo de vida sureño sin apenas intromisiones del mundo exterior. Las casas, situadas a ambos lados de estrechas carreteras vecinales, mantienen aún el sabor de los años cuarenta y cincuenta, con sus porches pintados de blanco y sus backyards en donde la ropa se seca al sol y se enfrían las tartas de manzana. La casa natal de Ava Gardner (en la fotografía superior) se encuentra en un apartado camino, rodeada todavía de los mismos tabacales por los que ella correteaba descalza en su niñez, restaurados actualmente su tejado gris y su hermosa chimenea de ladrillo rojo. Al atardecer, el cielo sureño ofrece bellas estampas en rojo y naranja que tiñen los tabacales y los campos de algodón de maravilloso Metrocolor. Recuerdo que me sentaba todas las tardes, después de una jornada de duro trabajo en el museo, en una vieja mecedora en el porche de Waverley's, mi alojamiento y el mejor bed&breakfast del condado de Johnston, para relajarme antes de cenar un sabroso pollo frito al estilo sureño acompañado de mazorcas asadas. Dios bendiga al matrimonio Kelley, que ofrecen cariño, simpatía, comodísimas habitaciones y la más deliciosa cocina de la zona.
Una visita obligada -aunque apetecida- fue a la tumba de Ava Gardner. Situada en el Sunset Memorial Park, a la entrada de la población, es una gran lápida de piedra en la que únicamente podemos leer el apellido familiar y ante la que se encuentran los lugares de reposo de la mayoría de los integrantes ya fallecidos del clan, sus padres y sus hermanos. No me avergüenza reconocer mi emoción en el momento de depositar allí un ramo de flores. El lugar era tan hermoso, tan tranquilo y rodeado de tal verdor que paseé durante largo tiempo por aquel sitio que más parecía un jardín que un camposanto.
Hoy en día, el Ava Gardner Museum ha cambiado de ubicación y se halla instalado en un edificio de nueva construcción con todas las características de un moderno espacio museizado. Las aportaciones que, constantemente, llegan al museo desde todas las partes del mundo hacen de él un santuario que recoge, además del legado personal de la actriz, material gráfico diverso e internacional que el museo documenta y exhibe. Podemos, así, admirar desde el vestuario que lució en sus películas hasta cartas manuscritas, objetos decorativos y antigüedades de su hogar londinense, joyas, fotografías personales y los trofeos y menciones a los que se hizo acreedora a lo largo de su vida profesional. Por supuesto, la institución dispone de una página web que os permitirá ampliar considerablemente la información al respecto: http://www.avagardner.org/

lunes, 8 de septiembre de 2008

"El Prisionero": un futuro fatídico

La historia narrada por "The Prisoner" es, posiblemente, una de las más extrañas y originales que nunca se haya presentado en la televisión mundial (por lo menos, hasta la llegada de la insólita y aclamada "Perdidos", cuarenta años después), resultando una mordaz y nada complaciente crítica de la sociedad occidental posterior a la Segunda Guerra Mundial y del sistema de los dos bloques establecido al final de la misma y representado en la obsesiva y neurótica realidad de la Guerra Fría. A pesar del paso de los años, la serie no ha perdido ni un ápice de su frescura original, y actualmente es un producto que -gracias, en gran parte, a su edición en DVD- las nuevas generaciones pueden descubrir y disfrutar, del mismo modo en que la audiencia de la década de los sesenta aupó al éxito más absoluto a esta producción británica que gozó de una increíble popularidad en Europa y los Estados Unidos durante su período original de emisión. La surrealista puesta en escena, la angustiante recreación que del personaje principal realiza Patrick McGoohan y la novedad que suponía un argumento completamente rompedor que se apartaba de los estandards establecidos por la industria televisiva en sus producciones de ciencia ficción atrapó -y sigue atrapando- a un público fascinado por el desarrollo de esta claustrofóbica e intranquilizadora historia que tiene lugar en un futuro muy próximo al momento de su realización.
El primer episodio de "The Prisoner" pone, sin dilación, al espectador en antecedentes de la situación: Un automóvil avanza por las calles de Londres conducido por un hombre -del cual podemos sospechar que se trata de una suerte de agente secreto del gobierno británico- que detiene el vehículo frente a un edificio en el que penetra. Un intercambio de documentos tiene lugar entre éste y otro hombre. Después, vuelve a sentarse al volante de su coche y prosigue su camino, sin apercibirse de que otro automóvil le ha seguido hasta su destino. Le vemos depositar su pasaporte y un billete de avión en un maletín mientras que un gas somnífero penetra por el ojo de la cerradura de la habitación en la que se encuentra y le hace caer profundamente dormido.
Al despertar, nada ha cambiado en la estancia, pero al mirar por la ventana descubre un paisaje extraño, desconocido, un cúmulo de curiosas construcciones rodeadas de un espeso bosque. Más tarde, descubre horrorizado que su nueva identidad es la de Número 6, y que se halla prisionero de alguien desconocido que le exige la transmisión de cierta información que él no está dispuesto a dar. Pronto descubrirá que el lugar está habitado por muchos otros prisioneros, personas a las que no se obliga a trabajar, y que no tienen más que disfrutar de todas las comodidades y diversiones que se les ofrecen en el misterioso lugar al que han sido llevadas. A medida que avanza la serie, vamos conociendo más y más a Número 6, del que descubriremos que es un hombre profundamente anticonformista y que no se deja ofuscar, en ningún momento, por el falso ambiente de lujo y hedonismo que le rodea. Multitud de preguntas se agolpan, así, en la mente del protagonista: ¿Dónde está? ¿Porqué ha sido secuestrado? ¿Quién se esconde tras el alias de Número 1 y que desea obtener realmente de él?...
En 1966, Patrick McGoohan contaba treinta y ocho años y era, gracias a su participación en la serie "Destination: Danger" -en emisión desde 1960- una popularísima estrella de la televisión británica. McGoohan, saturado de un personaje al que llevaba tanto tiempo encarnando, decidió abandonar la producción y dedicarse de lleno a un proyecto que venía ocupando su mente, un argumento que deseaba desarrollar y cuya inspiración había sido la visita a un lugar al norte de Gales llamado Hotel Portmeirion, una singular obra arquitectónica de Sir Clough William-Ellis que sirvió, finalmente, para localizar buena parte de los exteriores de la serie. McGoohan se presentó ante el productor Lew Grade, al cual sedució con la idea y del que arrancó el compromiso de producir lo que sería una miniserie con siete episodios previstos. Grade, temiendo que lo exiguo del producto impidiese su acceso al competitivo mercado americano, exigió entonces la realización de un total de veintiseis. Finalmente, el pacto entre McGoohan y Grade se rubricó con la realización de diecisiete episodios, que fueron estrenados en Gran Bretaña por la cadena ATV en octubre de 1967. Con "The Prisoner", Patrick McGoohan quiso establecer un paralelismo con las sociedades modernas, con las que el espectador va encontrando cada vez más puntos de contacto cuanto más profundiza en el conocimiento de los personajes y las situaciones. Una de las frases publicitarias de la misma, No man is just a number ("ningún hombre es simplemente un número"), nos sitúa en la tesitura del ser humano immerso en la fagocitante existencia consumista que controla nuestras vidas, en las que se nos permite tener prácticamente todo lo que podamos desear, incluso lo más superfluo e innecesario, siempre y cuando ciñamos nuestro comportamiento a las férreas normas preestablecidas. Es en ese momento, el del individuo cuestionándose su alienante situación y pretendiendo cambiarla por otra de auténtica libertad en cuerpo y alma, cuando la máquina se dispondrá a destruirle con todos los medios que tenga a su alcance en su empecinamiento en mantener una sociedad en la que los valores humanos no son más que otro artículo de consumo con copyright y código de barras. La uniformización, la conversión del ser humano en una pieza más del siniestro engranaje de esta maquinaria político-económica que gobierna nuestros destinos y que no desea más que la aniquilación absoluta de todo sentimiento de individualidad, se ve reflejada en la metáfora sutil que representa "The Prisoner".

jueves, 4 de septiembre de 2008

"You can't fight against the fate, honey"

Lo he intentado. Puedo jurar sobre la primera edición del Rubaiyat que lo he intentado con todas mis fuerzas. Pero, como el mismo texto de Omar Khayyam sentencia, "seducirlo no podrás con tu piedad o tu ingenio para lo escrito tachar, o con tus lágrimas borrar, ni una coma ni un acento". Pandora Reynolds acabó aprendiendo, dramática e irreversiblemente, la lección, y María Vargas no llegó a ver, como epitafio grabado en la piedra de la lápida de su tumba en un solitario cementerio italiano, el viejo lema de la familia Torlato-Favrini: Que sara', sara' (algo así como "lo que tenga que ser, será"). En definitiva, no se puede luchar contra el destino, ni contra lo que está escrito, aún no sé si en las páginas de algún manuscrito olvidado por el mismo tiempo o en las inertes partículas de polvo cósmico que flotan, infinitas y eternas, en el vasto, oscuro y vacío Universo.
Ya está hecho. Ya es tarde. Creí que podría evitar abrir esta sección, que sería capaz de mantener a Miss G. en el ámbito del cementerio de los elefantes en el que reposan los restantes cadáveres exquisitos que amo, adoro e idolatro con mística, religiosa y silente devoción. Pero no, porque sus pasos de divino ectoplasma resuenan cada noche, sin descanso, en mi mente antes de dormirme, avivando el fuego del remordimiento como el fantasma del antiguo rey de Dinamarca lo hace con su parricida e incestuoso hermano... Quienes me conocen bien, saben de lo que estoy hablando.
El primer post que publiqué en esta "Caja de Pandora" que un día creé y que se alimenta de mis menguadas y escasas fuerzas se llamaba "Ava Gardner no tiene una calle en Madrid", la presentación de una vieja reivindicación mía y de muchos otros torturados y fieles admiradores de la Beauté sur Terre. Ahora, será el primero de esta nueva sección que dedico a aquella a quien descubrí a mis tiernos catorce añitos y que me ha acompañado desde entonces, fiel y esquiva en tenaz dualidad; de la que escribí un libro, y a la que vi, una vez y fugazmente, una tarde de abril en Londres, hace ya demasiado tiempo.
Posiblemente acabe siendo, una vez más, un retrato sesgado de la realidad, otra colcha de patchwork en la que ir cosiendo fragmentos del mito, del mismo modo en que el arqueólogo intenta recomponer los grisáceos trozos de piedra que, un dia, fueron una bella escultura policromada. O, quizás, no sea así esta vez.
Para ella, para mí, para todos los que os habéis sentido heridos por un exceso de perfección en un rostro y una figura que no habría sido creada para el siglo XX, sino que pertenecería, por derecho propio, a civilizaciones clásicas ya desaparecidas, va este homenaje.