Los años cincuenta fueron muy difíciles para las grandes estrellas cinematográficas que habían establecido su reinado durante los años treinta y cuarenta. Hollywood, ayer igual que hoy, se mostraba implacable con la madurez física de sus luminarias, a las que abandonaba a su suerte después de haber ingresado cantidades astronómicas de dinero obtenidas a través de los éxitos de taquilla que estas habían proporcionado. Es este el caso de Norma Shearer, Irene Dunne, Claudette Colbert, Rosalind Russell o Miriam Hopkins, por citar, al azar, ejemplos más que conocidos. De entre todas ellas, es excepcional la evolución de dos de las más grandes estrellas de los 30 y los 40: Joan Crawford y Bette Davis, asimismo dos de las más importantes y representativas figuras de lo que se dio en llamar star-system, o la fórmula de los estudios cinematográficos para mantener alta la taquilla basando el mecanismo de producción de las películas en los nombres que podían situar en lo alto de las marquesinas de los cines.
Joan Crawford, reina indiscutible de la Metro Goldwyn Mayer durante más de veinte años, tuvo que ver como la poderosa productora de Louis B. Mayer se deshacía de ella como de una auténtica molestia con la que ya no sabían que hacer. Lo mismo ocurrió con su nuevo hogar profesional, la Warner Bros., que se hallaba bajo el tiránico control de Jack Warner quien prescindió de ella, eso sí, después de obtener grandes triunfos en el box-office con películas como "Mildred Pierce" o "Flamingo Road". Crawford continuó luchando por conseguir buenos papeles en la industria del cine, trabajando fuera de los grandes estudios y buscando refugio en las pequeñas productoras independientes que pugnaban por sobrevivir bajo la peligrosa sombra de la Metro, la Fox, la Warner, la Universal o la Paramount. Así, Crawford se convirtió en una presencia constante entre la producción de estas minors, las cuales -y, por descontado, también gracias a su gran categoría interpretativa- le ofrecieron grandes éxitos como la mítica y crepuscular "Johnny Guitar" (Republic Pictures) o la melancólica y patética "Autumn Leaves" (William Goetz Productions). El gran público, sin embargo, no se dio cuenta de los equilibrios de Crawford para continuar manteniéndose en la cima, dado que la mayoría de estas producciones independientes eran distribuidas por los grandes estudios, que disponían de la enorme infraestructura necesaria para estrenar convenientemente en salas de exhibición de todo el país y garantizar un lanzamiento internacional.
La trayectoria de Bette Davis a partir de 1950 se ajusta, prácticamente, al mismo patrón. Su primera película después de finiquitado el contrato que la mantenía ligada con la Warner -su hogar desde los inicios de su carrera a principios de la década de los años treinta- fue una de las producciones clave de la historia del cine, "All about Eve", realizada por Joseph Leo Mankiewicz para la Twentieth Century Fox. Después de esta gran obra maestra, Davis siguió trabajando en películas de relativa trascendencia para diferentes estudios como la RKO, la Eros, o de nuevo para la Fox hasta que recibió la oferta del productor Bert E. Friedlob para protagonizar "The Star", una amarga radiografía de la decadencia de una antigua estrella de Hollywood que no encuentra su lugar en una industria que le ha dado la espalda.Bette Davis consiguió arrancar del personaje de Margaret Elliot -una Top Hollywood Star ganadora de un Oscar- una de sus mejores interpretaciones en un papel que se encontraba, en aquellos momentos, muy cercano a su propia experiencia personal. Si bien Davis siempre se implicaba al límite en la creación de sus personajes, aquí efectúa un excelente y magnífico despliegue de recursos dramáticos imbuída, sin duda alguna, por su propia circunstancia y por el presentimiento de un pronto descenso a la Tierra ante la emergencia de jóvenes nuevas estrellas que brillarían intensamente en el cine colorista y de grandes producciones de los años cincuenta.
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