Fueron, precisamente, los postulados conceptuales del Expresionismo los que decidieron el salto de Veidt del teatro al cine. Su delgadez y su altura, unidas a unos penetrantes ojos oscuros y a unos angulosos e inquietantes rasgos faciales, le convirtieron en el intérprete ideal para representar toda la carga de instrospección interior en busca de psiques torturadas que perseguía el Expresionismo, que alcanzó en el cine alemán de la década de los veinte cotas sublimes definiendo a todo un subgénero cinematográfico. La naturaleza humana revelada en su lado más salvaje, primitivo y oscuro era el leit motiv de una de las más afamadas cintas expresionistas alemanas, "El Gabinete del Doctor Caligari", dirigida por Robert Wiene en 1920 y considerada la pionera de la nueva corriente artística que maridaba con excepcional maestría las influencias plásticas recibidas de la pintura de expresionistas como Kirchner, Nolde o Klee con una revolucionaria forma de trabajar las unidades de espacio, tiempo y acción creando simples líneas argumentales y una nueva utilización del encuadre que permitirá a los actores abandonar el mimetismo mantenido con la interpretación teatral y desarrollar sus personajes con mayor sobriedad y autenticidad.
"Das Kabinett des Doktor Caligari" fue una de las primeras películas rodadas en los estudios UFA de Berlín. Si bien en un primer boceto de producción su realizador debía ser Fritz Lang, compromisos de trabajo del excepcional director le impidieron tomar las riendas del proyecto, que acabó en las manos de Robert Wiene. La historia narra los desmanes cometidos por el criminal Cesare (Conrad Veidt), un sonámbulo que es exhibido en ferias por el Dr. Caligari (Werner Krauss) quien manipula la voluntad de su pupilo para obligarle a perpetrar, en estado hipnótico, horribles asesinatos. La intención de los guionistas Janowitz y Mayer era la de denunciar el posicionamiento y las acciones del gobierno alemán durante la Primera Guerra Mundial, pero presiones políticas aconsejaron cambiar el sentido del argumento, mutilando el guión original y obligando a los guionistas a añadir un prólogo y un epílogo en el que Caligari es mostrado como un simple esquizofrénico, descargando así al personaje de toda connotación político-social. Siendo ya, en aquellos momentos, una conocida figura en el cine alemán con más treinta películas en su haber, la presencia de Veidt en este mítico film resulta de contundente impacto visual, convirtiéndose con el paso del tiempo en una imagen universal del cine de terror. Veidt continúa rodando con los más importantes realizadores alemanes (F. W. Murnau, Carl Wilhelm, Paul Leni o Richard Oswald) e incluso se dirige a sí mismo en "La noche en Goldenhall", su segunda incursión detrás de la cámara después de "Locura", que rodó en 1919. En 1924, dos nuevos éxitos de Veidt, una vez más en el género fantástico: "La manos de Orlac", de Robert Wiene, primera versión de una asfixiante historia acerca de un pianista al que se le implantan las manos de un asesino después de sufrir un brutal accidente (y que más tarde retomaría Hollywood con Peter Lorre al frente del reparto) y "El gabinete de las figuras de cera", dirigida por Paul Leni y Leo Birinski en una primera aproximación a un argumento que el cine internacional versionaría hasta la saciedad en décadas posteriores. Pero la más conocida interpretación de Veidt en la década de los veinte después de su encarnación del sonámbulo homicida de "El Gabinete del Doctor Caligari" fue en "The Man Who Laughs" ("El hombre que ríe", 1928), adaptación de una sobrecogedora novela de Víctor Hugo rodada en Hollywood con producción de Carl Laemmle para la Universal Pictures. Junto a Mary Philbin (conocida por su interpretación al lado de Lon Chaney en "El Fantasma de la Opera"), Veidt resulta absolutamente desgarrador en su terrorífico personaje de Gwynplaine, un hombre cuya boca es deformada para exhibir una perenne y horrible sonrisa en un grotesco número circense. Es este, sin duda, junto con el del sonámbulo Cesare, el papel por el que Conrad Veidt será recordado, al tratarse de dos personificaciones icónicas dentro del cine de horror que continuan manteniendo, hoy en día, su vigencia dentro de los cánones más ortodoxos de la parafernalia freak.
Este primer contacto de Veidt con la industria de Hollywood tuvo su orígen en el requerimiento de John Barrymore para que el actor europeo interpretase al rey de Francia en "The Beloved Rogue", en 1927. Con el advenimiento del cine sonoro, Veidt temió que su fuerte acento alemán le impidiese seguir trabajando en el cine americano y volvió a Alemania, donde continuó con su carrera retomando su categoría de primera figura de la interpretación. Sin embargo, la situación en Alemania había dado un giro espectacular hacia el liderazgo del partido nazi de Adolf Hitler, lo que provocó que Veidt se granjeara la animadversión de los nuevos dirigentes políticos por su encendida defensa de los judíos y su constante crítica al nuevo status quo. Advertido de un posible intento de asesinato por parte de la Gestapo, Veidt y su esposa Lily Prager -que era judía- huyeron de Berlín buscando refugio en Inglaterra. De su etapa británica merece destacarse especialmente su papel de Jaffar en "El Ladrón de Bagdad", maravillosa fantasía colorista inspirada en los cuentos de "Las Mil y Una Noches" dirigida con su habitual sensibilidad y sentido artístico por Michael Powell. En 1941 se instalará definitivamente en Hollywood, donde rodará, en los dos años previos a su muerte en 1943, siete películas en las que explotará un arquetipo de villano muy del gusto del público americano, destacando sus personajes en "Un rostro de mujer", dirigida por George Cukor y al lado de Joan Crawford, y en "Casablanca", donde -ironías del destino- interpretó con su maestría habitual el papel de un alto oficial de la Luftwaffe nazi.
Veidt murió en Los Angeles el 3 de abril de 1943, víctima de un infarto mientras jugaba al golf. Dejando a un lado -aunque resulte difícil- su carrera como intérprete excepcional, es de justicia remarcar su faceta humana y de compromiso con los derechos sociales, siendo un acérrimo defensor de la causa homosexual, de los judíos y de la mujer, así como su personal cruzada anti-nazi, donando parte del sueldo que ganaba y activos de su patrimonio para colaborar en la lucha de las naciones aliadas contra los delirios expansionistas de Hitler. Pese a su aspecto de divo incontestado, Veidt fue siempre un hombre sencillo de una notable modestia. Baste esta sentencia del actor para darse cuenta de la realidad de tal extremo: "No tengo ideas falsas de mi arte. Soy lo que ha hecho de mí el público y, consecuentemente, no es posible que olvide mi deuda con él".
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