Nunca dejaré de proclamar a los cuatro vientos mi eterna admiración por una de las figuras más versátiles, completas y fundamentales de la historia del cine norteamericano, Vincent Price, actor de larguísima carrera que han admirado varias generaciones de espectadores arrobados por su capacidad para cambiar de registro interpretativo, pasando de la comedia más frívola al melodrama más absoluto, y de este al horror más espeluznante con una envidiable soltura. Nacido en 1911 en St. Louis (Missouri), su primera oportunidad en el cine tuvo lugar en 1938 en "Service de Luxe", junto a Constance Bennet, dando entonces comienzo una carrera trufada de grandes papeles que le consagraría como uno de los mejores intérpretes del Hollywood clásico. Si bien a partir de los años sesenta su carrera dio un giro radical que le hizo situarse como uno de los nombres imprescindibles del cine de terror, recogiendo el testigo de manos de Bela Lugosi y Boris Karloff, no debe olvidarse que Price se había trazado, hasta ese momento, una excelente carrera dramática en el teatro así como en la gran pantalla, donde había resultado un eficacísimo actor de reparto -opacando, en la mayor parte de sus trabajos, a los protagonistas de los films en los que intervenía- en asuntos melodramáticos y en varias joyas del film noir, género en el que destacó, especialmente, en su papel de Shelby Carpenter en "Laura" (Otto Preminger, 1944), y de nuevo junto a Gene Tierney en "Que el cielo la juzgue" (John M. Stahl, 1945), donde lograba una gran creación de su personaje del fiscal Russell Quinton. Así, Price se había ganado una merecidísima reputación como excelente actor, avalado, además, por un impresionante aspecto físico y por una voz absolutamente personal que sabía modular como nadie para extraer de ella todos los excepcionales matices que aportaba a sus interpretaciones.
En su primer contacto con el cine de horror, Price apuntó maneras en una visita a "La Torre de Londres" (Rowland V. Lee, 1939) junto a otras glorias del género ya consagradas como el gran Karloff y Basil Rathbone. En este terrorífico melodrama de corte histórico, Vincent Price fue un más que convincente Duque de Clarendon en una historia de maquiavélicas pugnas por apoderarse del trono de Inglaterra en el siglo XV. Más tarde, dirigido por Mankiewicz en "El Castillo de Dragonwyck" en 1946, y otra vez al lado de Gene Tierney, compuso un oscuro personaje, el aristócrata Nicholas Van Ryn, en esta trama tejida alrededor de un antiguo secreto familiar, mientras que en la archipopular y colorista producción Metro "Los Tres Mosqueteros" (George Sidney, 1948) personificó con gran convencimiento a un Cardenal Richelieu de sonrisa cortante como una navaja junto a Lana Turner, nunca más bella que en la piel de la diabólica Milady de Winter soñada por Alejandro Dumas.
Los años cincuenta fueron de espectaculares aportaciones técnicas al arte del cinematógrafo. Entre otras publicitadas novedades que están en las enciclopedias de cine únicamente por la mera anécdota de su fugaz paso por las salas de exhibición, destacó el sistema 3-D, incómodo formato que debía contar con la connivencia del público en colocarse unas grandes gafas de acetato con las cuales se podía reproducir una discutible visión tridimensional. La primera de estas producciones fue "Los Crímenes del Museo de Cera", dirigida en 1953 por André de Toth y con un Vincent Price entregado al personaje de Henry Jarrod, el artista escultor de figuras de cera que, presa de la locura, tiene que volver a crear sus esculturas destruídas en un incendio para reabrir su inquietante museo, aunque lo hará utilizando como base cuerpos humanos no todos ellos robados de la morgue municipal. Aparte del bluff que representó el fracaso del 3-D, la película ha quedado como un clásico indiscutible del cine de terror y la piedra angular en la que se asienta la carrera de Vincent Price a partir de ese momento. Apoyado por un excelente maquillaje obra de Gordon Bau, Price ofrece un recital interpretativo acompañado por Carolyn Jones, Phillys Kirk, Frank Lovejoy y un todavía desconocido Charles Bronson (aquí, aún con su verdadero nombre, Charles Buchinsky) en el papel del siniestro ayudante de Jarrod, el mudo Igor.
Mientras comienza una fructífera colaboración con el medio televisivo alternando con sus papeles en la gran pantalla apariciones en programas como "Alfred Hitchcock Presents" o "General Electric Theater", la década de los cincuenta aún ofrecerá a Vincent Price un papel de relevancia en el más estruendoso circo histórico del señor De Mille, "Los Diez Mandamientos" (1956) donde será Baka, el arquitecto del Faraón que se prenda de los encantos de una bellísima Lilia-Debra Paget que ya ha decidido entregar su corazón a un no menos bello Josué-John Derek, todo ello sobre un fondo de gigantescos decorados a la medida de la megalomanía de su realizador. Antes de concluír la década protagonizará "House on Haunted Hill" (1959), otro pequeño clásico del horror dirigido por el sorprendente William Castle. El año 1960 marcará el inicio de su colaboración con el productor y director Roger Corman, un nombre clave en el cine fantástico cuyas adaptaciones de las más famosas obras del genio literario del terror, Edgar Allan Poe, sentarían las bases del futuro del género en unos parámetros que, en muchos casos, han llegado prácticamente intactos hasta la actualidad. Los filmes de Corman, artesanos y, a menudo, de bajo presupuesto, han ofrecido en sus trabajos con Price como protagonista absoluto algunos hitos del cine de horror colorista y casi psicodélico de los sesenta, contando generalmente para las tareas de guionista con el prestigioso autor Richard Matheson y, ocasionalmente, con el mismísimo H. P. Lovecraft. "La Caída de la Casa Usher", "El Cuervo", "Historias de Terror", "La Máscara de la Muerte Roja" o "El Pozo y el Péndulo" son magníficos ejemplos del estilo de hacer cine del peculiar Corman, siempre con el sello de su productora American International Pictures y con la presencia, en papeles de mayor o menor envergadura, de viejas glorias del género como Boris Karloff, Basil Rathbone o Peter Lorre.
Vincent Price se verá, después de concluída su larga colaboración con Roger Corman, definitivamente encasillado en el fantástico, situación que, lejos de incomodarle, él mismo fomentará participando en cuantas producciones se le ofrecen, algunas de ellas, todo hay que decirlo, de mediocre factura. Sigue trabajando regularmente para la televisión, y aceptará el papel de Egghead, uno de los super-villanos de la serie "Batman" en siete episodios durante el período 1966-1967. En cine, fue en dos ocasiones "El abominable Dr. Phibes" (1971) y en su secuela "Dr. Phibes rises again" (1972), y apareció en un festival pop que se llamó "Dr. Goldfoot and the Bikini Machine" (1965), suerte de delirio pseudoerótico-musical dirigido por Norman Taurog y coprotagonizado por el cantante Frankie Avalon y que, inexplicablemente, tuvo su segunda parte en ese mismo año, "The Wild Weird World of Dr. Goldfoot".Vincent Price, que era, además, un excelente gourmet y un apasionado jardinero, contrajo tres veces matrimonio a lo largo de su vida -el último de ellos con la actriz Coral Browne- y tuvo dos hijos, Vincent y Victoria. Murió en Los Angeles el 25 de octubre de 1993 de cáncer de pulmón, al parecer provocado por su adicción al tabaco.
Estrenada en España con el previsible título de "La hora final", "On the beach" se convirtió en una de las cintas de las que más se habló a nivel internacional en aquel año de 1959. Basada en una novela de Nevil Shute que había resultado un exitoso best-seller ampliamente reeditado y publicitada con frases como la película que nadie debe dejar de ver o la mayor historia de nuestro tiempo, arrastró a las taquillas a toda una generación susceptibilizada por la escalada de la Guerra Fría -y por el consiguiente almacenaje de más y más armamento nuclear- entre las dos grandes potencias mundiales, la URSS y los EUA, y que amenazaba (según los cronistas más pesimistas) con provocar la extinción de la vida sobre el planeta Tierra.
Recuerdo como si fuera hoy el terror que produjo en mí la visión de la última escena de "On the beach", que mostraba diferentes y sucesivos planos de la ciudad de Melbourne completamente desierta con los tranvías, los coches y las bicicletas abandonados en mitad de la calle, con el viento soplando fuerte por las esquinas de las avenidas. La angustia venía provocada más que por lo que veíamos, por lo que intuíamos: la población, enferma por la radiación, se había refugiado en sus camas donde había acabado por morir. Era la terrorífica manera en que el realizador Stanley Kramer nos decía que el último aliento de vida se había agotado en el planeta, irónicamente cerrando el film con la imagen de un rótulo medio vencido por el viento en el que reza there's still time, brother ("todavía estás a tiempo, hermano"), el lema del inefable Ejército de Salvación que sirve aquí como mensaje de una tímida esperanza que el guión de John Paxton incorporó y que no se encontraba en la novela original, la cual procuré leer algunos años más tarde antojándoseme aún más oscura y deprimente que su versión fílmica.
La película funcionó muy bien en su carrera por las salas de exhibición internacionales, provocando así mismo encendidas controversias entre sus defensores y sus detractores, entre los que podía encontrarse a conocidos científicos, políticos y toda clase de personajes públicos. El debate estaba servido y cada quien tenía su interpretación del significado final de la situación sin marcha atrás que planteaba la historia, siendo para unos un anuncio terrorífico de lo que podría acontecer en un futuro inquietantemente próximo mientras que, para otros -sin duda, muy atrevidos- sería un mensaje en clave de los norteamericanos a sus rivales soviéticos utilizando el viejo refrán de la sabiduría popular castellana quien avisa no es traidor.
La United Artists, productora de la película, puso a disposición de Kramer un excepcional reparto de primerísimas figuras encabezado por Gregory Peck y Ava Gardner -quienes no trabajaban juntos desde los tiempos de la poética y melancólica "Las nieves de Kilimanjaro"- acompañados por Fred Astaire, Anthony Perkins, y por una larga nómina de actores australianos en los papeles secundarios. La producción se rodó en Melbourne, en los mismos parajes que detallaba la novela original y en un acertado blanco y negro, obra del maestro de la fotografía cinematográfica Giuseppe Rotunno cuya presencia en el film fue una de las exigencias de Miss Gardner para firmar su participación en la película. La actriz, entonces con 37 años, había quedado maravillada del trabajo de Rotunno en su anterior trabajo, "La Maja Desnuda", donde el fotógrafo italiano había plasmado su belleza en impactante Technicolor. Gardner, para quien era su primer rodaje después de verse libre del tiránico contrato que la ligaba a la Metro Goldwyn Mayer, protagonizó un escándalo mayúsculo poco después de descender del avión que la trasladó a Melbourne. Ante los micrófonos y las cámaras de la prensa congregada para recibirla, declaró que estaba allí para rodar una película que trataba sobre el fin del mundo y que, por lo que había visto, el lugar era el más indicado para hacerlo. Los medios de comunicación australianos, como venganza, no dejaron de publicar rumores sobre la actriz y la extraña relación que mantenía con su ex-marido, Frank Sinatra, quien la visitó durante su permanencia en Australia siendo víctimas de un cerco agotador por parte de los paparazzi.
Más allá de las anécdotas de rodaje, la presencia de Ava Gardner en un papel difícil y delicado que necesitaba de un evidente trabajo de introspección personal ofrece uno de los alicientes más estimulantes del film. Fotografiada por Rotunno sin concesiones al maquillaje, su rostro mostraba ya las señales de una madurez física -pequeñas arrugas, bolsas debajo de los ojos, un incipiente double menton- que expresaban espléndidamente el atormentado y complejo mundo interior de la protagonista, Moira Davidson, una mujer que araña pequeños pedazos de felicidad en sus últimos días de vida rebelándose contra la absurda situación que está viviendo, y parando golpes a base de alcohol mientras busca seguridad en una relación crepuscular con el comandante de la Marina norteamericana interpretado por Gregory Peck.
Destacable es también la actuación de Fred Astaire en una incursión en las antípodas -y nunca mejor dicho- de sus habituales caracterizaciones en el cine musical. Sombrío y desencantado, su interpretación del científico que se sabe uno de los artífices del desastre final que se está produciendo nos muestra a un desconocido Astaire que aporta la dosis justa de ironía y escepticismo vital necesaria para hacer creíble el personaje.
De entre toda la pléyade de representantes del más ortodoxo concepto del beefcake que la humanidad recuerda desde los tiempos de la Grecia y la Roma clásicas, se pueden citar muchísimos nombres que lograron fama y fortuna saltando fácilmente de las portadas de las revistas para culturistas a las pantallas cinematográficas en los dorados años cincuenta y buena parte de los sesenta: Gordon Scott, Reg Park, Ed Fury, Mark Forest, Brad Harris, Richard Harrison, Reg Lewis o Alan Steel fueron algunos de los más populares caballeros musculados que decoraron a fuerza de bícep, trícep y testosterona las delirantes historias que narraban las películas de sword and sandal ("espada y sandalia", como se vino en llamarlas en los EUA). Estos impresionantes señores, esculpidos a base de sangre, sudor y lágrimas en los gimnasios de Estados Unidos y la Europa más occidental fueron el detonante para el nacimiento de un subgénero dentro del cine de aventuras que alcanzó su máximo esplendor en Italia, cinematografía que hizo suyo el apelativo peplum acuñado por la crítica francesa en los sesenta y que proviene del vocablo griego "peplo", que definía a una túnica sin mangas que se sujetaba en el hombro.
Sin embargo, no fue hasta 1958 cuando entró en escena el que sería el dignificador del peplum, el actor que lo dotó de cierto prestigio y que conseguiría ensanchar universalmente las fronteras del género, el culturista norteamericano Steve Reeves, nacido en el estado de Montana en 1926 y que, diez años antes, había alcanzado fama mundial al ser proclamado consecutivamente Mister World y Mister Universe. Reeves, que a punto estuvo de ser elegido por Cecil B. de Mille para ser el protagonista de su "Sansón y Dalila" (papel que recayó, finalmente, en Victor Mature), había debutado como actor en 1954 de la mano de Edward D. Wood Jr. en uno de sus primeros fiascos, "Jail Bait", apareciendo ese mismo año en una producción de la Metro Goldwyn Mayer llamada "Athena" junto a Debbie Reynolds y Jane Powell, película que le lanzó a la fama. Reeves. asimismo, fue considerado por la Paramount para ser el protagonista del musical "Li'l Abner", papel que sería, finalmente, para el actor Peter Palmer.

Steve Reeves continuó, definitivamente encasillado, su carrera en Italia, trabajando en coproducciones con España ("Los últimos días de Pompeya") o Francia (la notable "La Batalla de Maratón", dirigida por Jacques Tourneur). Más tarde trasladará sus esfuerzos al género de piratas, con películas como "Sandokán, el Tigre de Mompracem" o "Morgan, el Pirata", alternándolas con nuevas incursiones en el Peplum como "La Guerra de Troya" o "La Leyenda de Eneas". Entre todo ello, destaca particularmente "El Ladrón de Bagdad", dirigida por un antiguo especialista en fantasías orientales de Hollywood, Arthur Lubin, en 1961.


Astin, así pues, inició su periplo por la pequeña pantalla debutando en una serie (nunca estrenada en España) llamada "I'm Dickens, he's Fenster", al lado del cómico Marty Engels. La producción se mantuvo durante una temporada con un discreto éxito, aunque sirvió para llamar la atención de la Filmways Inc., en la que estaban preparando una nueva serie basada en los personajes que había creado, treinta años atrás, el cartoonist Charles Addams y cuyas tiras cómicas se venían publicando desde entonces en el periódico The New Yorker. La pequeña y discreta productora televisiva ofreció a Astin el papel del pater de familia, una especie de macabro macho-man de aspecto latinoamericano perpetuamente vestido con un elegante traje gris a rayas y poseedor de un generoso mostacho bajo el que mantiene asido con los dientes un omnipresente puro habano.
Bon vivant como el que más, mantiene a su ocioso clan dilapidando una fortuna familiar que parece no agotarse nunca. Sus hobbies son muy corrientes: provocar accidentes con sus trenes eléctricos en miniatura, practicar esgrima y estar siempre al tanto de sus inversiones en bolsa. Pasiones, solo una: su amada esposa Morticia (Carolyn Jones), la mantis religiosa que le tiene cautivo el corazón y por la que sería capaz de matar o morir ("en ambos casos, un placer", Gomez dixit). Curiosamente para la época, la censura televisiva obvió la evidente carga sexual que se manifiesta claramente entre la pareja protagonista. Por ejemplo, para conseguir que su marido se arroje, literalmente, sobre ella, Morticia no tiene más que musitar un par de palabras en francés, cosa que provoca la absoluta pérdida de continencia del lujurioso Gomez. La serie se mantuvo durante dos exitosas temporadas en abierta competición con su directa rival, "The Munsters", producida por la Kayro-Vue bajo el poderoso amparo de la Universal Pictures. Cuando "The Addams Family" dejó de emitirse, John Astin se convirtió en una presencia habitual entre las estrellas invitadas de muchas series de televisión, apareciendo en episodios de "Batman" (donde fue Enigma, uno de los archienemigos del Hombre-Murciélago, alternando este personaje con el actor Frank Gorshin), "The Wild, Wild, West" o "The Flying Nun", siendo especialmente recordada su participación en una de las inquietantes historias que Rod Serling recopiló bajo el sello de "Night Gallery", "Pamela's Voice", en 1971 y junto a otro de los rostros imprescindibles de la comedia americana, Phyllis Diller.
Histriónico, divertido, y en ocasiones incluso sobreactuado, John Astin siguió trabajando para la pequeña pantalla durante las décadas de los setenta y de los ochenta, con personajes fijos como el que interpretó en varios episodios de la popular y extensa serie protagonizada por Angela Lansbury "Murder, she wrote" (1984-1966), como el sheriff Harry Pierce. Asimismo, fue el crítico teatral Ed LaSalle en la sitcom de 1985 de una de las instituciones televisivas americanas por excelencia, Mary Tyler Moore, "Mary". Su dilatada y diversificada carrera (más de 40 películas para la gran pantalla, centenares de producciones para la televisión y ocasionales trabajos como realizador y guionista) le reportó en 1968 una nominación al Oscar de la Academia de Hollywood por el corto "Prelude", que él mismo escribió, produjo y dirigió. Fue también nominado en otras ocasiones para los Ace Award y para el premio Emmy.
En la actualidad, Astin -con 78 años a sus espaldas- sigue en activo en la profesión, aunque sus apariciones en el cine y la televisión son ya muy esporádicas. Imparte clases de interpretación en la Universidad John Hopkins (en la que él mismo estudió), y reside en su Baltimore natal con su tercera esposa, Valerie Ann Sandobal, después de dos matrimonios anteriores con Suzanne Hahn (1956-1972), y con la actriz y cantante Patty Duke (1972-1985). De sus cinco hijos, dos siguieron sus pasos profesionales, los actores Sean Astin y McKenzie Astin.





El primer corto de Maw and Paw fue estrenado en 1953 con dirección de Paul J. Smith, quien se encargaría de la mayor parte de la producción de Walter Lantz durante los últimos veinte años de historia de sus estudios de animación. Cuatro cartoons en total se produjeron hasta 1955, cuando estos personajes echaron el cierre con "Paw's Night Out", corto en el que el protagonismo recaía en Milford, un cerdo muy especial -en los créditos se le presenta como the smart one- que demostraba tener infinitamente más inteligencia y sentido común que cualquier otro habitante de la granja, incluyendo a Maw, a Paw, y a sus dieciseis hijos (los he contado, uno por uno, revisando los cortos de la serie). Estas connotaciones un tanto groseras al hábitat rural no ayudaron a que los cartoons de Maw and Paw se popularizaran a nivel nacional, pagando un elevado precio que incluyó -tristemente- el no verse publicados en las tiras cómicas ni en las historietas gráficas que se comercializaban regularmente con otros personajes de la productora, y la nula existencia de merchandising relativo de ninguna clase. Sin embargo, estos cortos resultan hoy en día tremendamente interesantes por la traslación que al medio animado se hizo -pese a la evidente deformación de la realidad que se nos muestra en ellos- de un amplísimo sector de la sociedad americana de los años treinta y cuarenta que todavía arrastraba las consecuencias del crack económico de 1929.