Durante las Navidades de 1952, Ava Gardner se hallaba en Africa rodando "Mogambo" junto a Clark Gable y Grace Kelly, dirigidos por el maestro John Ford. Sinatra, sin mucho que hacer en los Estados Unidos, se unió al grupo en Kenya para celebrar el cumpleaños de su esposa la noche del 24 de Diciembre, Nochebuena. La fiesta tuvo lugar en plena sabana dentro de las tiendas de campaña en las que se alojaba el equipo de rodaje, y Sinatra se presentó con un anillo en el que se hallaba encastado un magnífico diamante. Una anécdota al respecto es bastante reveladora de cual era la verdadera situación económica del matrimonio en aquellos momentos. Ava se confió a Robert Surtees, el director de fotografía, espetando "ese hijo de puta me ha pasado la factura del anillo". La falta de liquidez llegó a convertirse en una humillación constante para Frank Sinatra quien, por el momento, no veía remontar su aletargada carrera.
Estando en Africa, y después del regreso de su marido a los Estados Unidos, Gardner se sinceró con el realizador John Ford, contándole que se hallaba embarazada. A pesar de los esfuerzos del anciano director para disuadirla, Ava obtuvo su autorización para desplazarse en un viaje relámpago a Londres, donde se hizo practicar un aborto. Es muy posible que esta intervención fuera la causa de la posterior incapacidad de Ava Gardner para la maternidad, una de los grandes decepciones de su existencia. Después de unos días de recuperación durante los cuales la Metro tuvo que esmerarse para ocultar el verdadero motivo de la estancia de la actriz en Inglaterra, Ava volvió a Africa para terminar el rodaje de "Mogambo" y poder regresar a California.
La vida con Sinatra no era nada fácil. Frank se pasaba el día sin apenas hacer nada, deprimido y con violentos accesos de irritabilidad. Todo pareció empezar a ir a mejor cuando le fue ofrecido -en parte, gracias a la influencia de Ava- un papel de relevancia en "De aquí a la Eternidad", la producción Columbia dirigida por Fred Zinnemann basada en la novela de James Jones. La película fue un tremendo éxito de taquilla que obtuvo para Sinatra el Oscar de la Academia de Hollywood al Mejor Actor de Reparto de 1954 por su interpretación del soldado Angelo Maggio. Este galardón representó para él la recuperación de la autoestima perdida, al mismo tiempo en que comenzaban a lloverle ofertas de nuevas películas y contratos para dar conciertos, que relanzarían su carrera como cantante. Frank y Ava, con sus agendas llenas, comenzarían a espaciar sus encuentros, que venían seguidos de atronadoras discusiones en cuanto volvían a verse, convirtiendo su relación matrimonial en algo agotador.Poco después, Howard Strickling, jefe de publicidad de la Metro Goldwyn Mayer, anunció públicamente la separación de Gardner y Sinatra debido a "diferencias irreconciliables". A partir de ese momento, ambos mantuvieron una curiosa relación en la que varias veces intentaron retomar su vida en común. Los intentos daban rápidamente paso, una vez más, a la constatación de una imposibilidad manifiesta en seguir juntos, que convertía sus esfuerzos en algo absolutamente quimérico. La desesperación por su separación de Ava supuso para Sinatra tres intentos de suicidio, el último de los cuales ocurrió poco antes de dictarse la sentencia de divorcio en 1957.
A partir de entonces, Frank Sinatra llevó constantemente consigo una fotografía emmarcada de Ava Gardner que colocaba en cuantos camerinos y habitaciones de hotel se instalaba, sufriendo fuertes depresiones que le provocaban un insomnio crónico y le obligaban a abusar del alcohol y las drogas tranquilizantes. Por su parte, Ava nunca más volvió a casarse, iniciando un desfile de relaciones más o menos trascendentes en su vida con diferentes hombres, siendo una de las más duraderas y conocidas la que mantuvo con el actor y latin lover italiano Walter Chiari. Sinatra sí volvió a hacerlo en dos ocasiones más, la primera de ellas -en 1966- con una todavía muy joven y prácticamente desconocida Mia Farrow. Ava diría de este enlace "siempre supe que Frank acabaría llevándose a un muchachito a la cama", refiriéndose a la andrógina actriz. Más tarde, en 1967, y después de su divorcio de Farrow tras solamente trece meses de matrimonio, Frank llevaría al altar a Barbara Marx (ex-esposa de Zeppo Marx) quien llegaría a ser legalmente su viuda tras su muerte en 1998.
Ava y Frank continuaron queriéndose el resto de sus vidas. Sinatra enviaba a Gardner puntualmente las primeras copias de sus nuevos discos, y esta tenía llaves de todas las casas que él tenía repartidas por el mundo, encontrándose totalmente a su disposición y perfectamente equipadas siempre que lo necesitara.Ella, a menudo entre brumas alcohólicas, hablaba telefónicamente con su ex-marido en mitad de la noche durante horas, y él acabó por adquirir la estatua de Ava que aparece en la película "The Barefoot Contessa", plantándola en el jardín de su casa californiana. En los últimos años de la vida de Ava Gardner, y sobre todo después de la apoplejía que sufrió en 1986, Sinatra se ocupaba a distancia de su ex-esposa, manteniéndose al tanto del desarrollo de su enfermedad respiratoria y trasladándola en su avión privado desde Londres a los Estados Unidos cada vez que su dolencia se complicaba. Finalmente, Gardner murió en su casa de Londres el 25 de enero de 1990. En su entierro, celebrado bajo una persistente lluvia en su pueblo natal de Smithfield, Carolina del Norte, un ramo de flores destacaba entre todos los demás con una simple leyenda: "Con todo mi amor, Francis".

Tan solo 72 horas más tarde, el 7 de noviembre de 1951, Frank Sinatra y Ava Gardner se convertían legalmente en marido y mujer en Philadelphia, en una ceremonia celebrada en casa de Lester Sachs, hermano del director de la discográfica de Sinatra, la Columbia Records. Ava lucía un vestido de cóctel de color malva, un collar de perlas y pendientes de diamantes, un look ciertamente muy diferente al de la celebración de sus dos anteriores matrimonios, en los que llevó el mismo vestuario, un sencillo traje-sastre azul. Immediatamente, los recién casados volaron a su honeymoon en Florida, desde donde se desplazaron a La Habana, Cuba, alojándose en el histórico Hotel Nacional. De vuelta a los Estados Unidos, ambos reanudaron sus respectivas carreras.
La vida matrimonial de los Sinatra no era nada fácil, marcada por constantes trifulcas públicas y privadas. Ambos sufrían las consecuencias de unos explosivos temperamentos que, pese a amarse mutua e intensamente , provocaban peligrosos altercados que habían llegado, en algunas ocasiones, a la violencia física. Para empezar, Sinatra padecía unos celos paranoicos de Artie Shaw, el ex-marido de Ava, de quien no podía ni escuchar el nombre. Una noche de 1950, a poco de comenzar su relación, Frank había encontrado a Ava, entonces solamente su amante, con Artie Shaw. Sinatra sacó, enloquecido, un revólver, aunque acabó disparando... a su propio colchón. Por su parte, Ava Gardner no podía soportar el notorio pasado sentimental de Frank. Una vez, abandonó furiosa un night club simplemente porque recordó que Sinatra había estado una vez allí, tiempo atrás, cantándole a la starlette Marilyn Maxwell. Ava, muchos años después, confidenció -un tanto groseramente- "éramos grandiosos en la cama, los problemas venían camino del bidé".
Los fines de semana los pasaban en la casa de Sinatra en Palm Springs, tradicional oasis de reposo de las estrellas del espectáculo americano a 200 kilómetros de Los Angeles, en pleno desierto cerca de las montañas de Santa Rosa. Aquella lujosa mansión fue testigo de la mayoría de sus antológicas peleas de casados, que la prensa sensacionalista continuaba recogiendo siempre que trascendían, de un modo u otro. Gardner, además, tuvo que acostumbrarse a las amistades de Sinatra, por lo general conocidos personajes de la mafia, boxeadores y colegas camorristas como Peter Lawford (frecuente acompañante de Ava en sus primeros años en Hollywood), Sammy Davis Jr. o Dean Martin. El carácter de Ava -habituado al tabaco, al alcohol y a las conversaciones subidas de tono- no desentonaba del todo en estas reuniones de hombres, formando parte activa de la celebración sin verse relegada, como le sucedió años más tarde a Shirley McLaine, a ser la "mascota" del Rat Pack de Sinatra y sus amigos.
Pese a que saltaban chispas cuando estaban juntos, ambos no podían mantenerse alejados demasiado tiempo uno del otro. Sinatra adaptaba su agenda a las exigencias de los rodajes de Gardner, y la seguía allá donde su trabajo la llevara, incluso cuando ella se desplazaba a Europa o a Africa. Por otro lado, Ava no se perdía ni una sola de las actuaciones o conciertos de Frank sin importarle donde tuvieran lugar. En este período, Sinatra comenzó a experimentar un acusado descenso en su popularidad, viéndose en muchas ocasiones obligado a ejercer de comparsa de su esposa, moviéndose a su sombra rutilante. Ava se encontraba en su mejor momento, siendo considerada una de las diez estrellas más taquilleras de la industria de Hollywood, además de una presencia constante en las portadas de la prensa más importante del mundo entero. En una ocasión, Sinatra ofrecía una serie de conciertos en Europa. En Nápoles, Frank tuvo que interrumpir varias veces su actuación porque el público de la platea reclamaba a gritos la presencia de Ava -que se hallaba sentada en uno de los palcos- en el escenario.
El cantante, así pues, comenzó a incubar una baja autoestima y unos celos profesionales inconscientes hacia su esposa, circunstancias que pudieron ser una de las causas del posterior fracaso de su matrimonio. Frank Sinatra, que había sido durante años la primera voz de la nación, veía entonces como sus fans más fieles -aquellas adolescentes de los años cuarenta que abarrotaban los pabellones deportivos para corear su nombre, a lágrima viva, entre canción y canción- habían crecido convirtiéndose en respetables madres de familia a las que su adulterio con Ava Gardner había amedrentado. Además, la Metro-Goldwyn-Mayer estaba considerando seriamente rescindir su contrato si seguía perdiendo puntos en las listas de popularidad.
Marjorie Main fue una de las más populares actrices de reparto de la década de 1940, una presencia imprescindible en asuntos ligeros que precisaran de una buena dosis de temperamento y una sensitiva actriz que se atrevió a sacar adelante, muy frecuentemente, personajes que se apartaban del registro cómico en el que se movía como pez en el agua. Main, que comenzó su carrera especializándose en viudas de clase alta (a lo que ayudaba su empaque de matrona y su porte distinguido), pasó después a interpretar mujeres trabajadoras, generalmente camareras, cocineras o campesinas de fuerte carácter, dominantes y de buen corazón, pese a tener los modales de un estibador portuario y la lengua de un lobo de mar. Su peculiar voz resultó ideal para encarnar a estas mujeres duras y simpáticas, con las que los integrantes de un equipo de rugby hubiesen podido establecer una relación de compañerismo en la que nadie se habría atrevido a aventurar quien resultaría más canalla.

La carrera cinematográfica de Marjorie Main se vio colmada de excelentes trabajos, entre ellos las seis cintas en las que apareció junto a uno de sus más afamados y habituales partenaires, Wallace Beery; los musicales que rodó para la Metro Goldwyn Mayer junto a Judy Garland, "Meet me in St. Louis" y "Summer Stock", y la comedia de Vincente Minnelli con la pareja cómica Lucille Ball-Desi Arnaz "The Long, Long Trailer". Asimismo, Main obtuvo un importante éxito personal por su interpretación del ama de llaves Emma Kristiandotter en "A Woman's Face" de George Cukor, junto a Joan Crawford, Melvyn Douglas y Conrad Veidt, en un papel dramático de fuerte intensidad emotiva.
En aquellos días, Ava Gardner se hallaba ya divorciada de sus dos primeros maridos, el chirriante, obeso e histriónico Rooney y el band leader pseudointelectual Artie Shaw. Por su parte, el crooner por excelencia -con permiso de Bing Crosby- formaba junto a su esposa Nancy Barbato uno de los matrimonios más populares de los Estados Unidos, compartiendo ambos un hogar y tres hijos dentro de los cánones del más heterodoxo american way of life. Sinatra, al fin y al cabo descendiente de italianos y con una fuerte carga moral y religiosa, se había casado con su novia de juventud aguijoneado por su madre, Dolly, quien siempre fue una de las más grandes influencias en la vida del cantante. La férrea educación católica que recibió marcaría su existencia hasta el fin de sus días, produciendo en él profundos conflictos interiores que pugnaban constantemente con su notoria afición al juego, al alcohol, a las drogas y a las mujeres.
Nancy Barbato tenía con Frank Sinatra una vida matrimonial sacudida, a menudo, por los romances que este mantenía con otras féminas, siendo tal vez su aventura extramarital más conocida la que vivió junto a otra de las grandes estrellas de la MGM, Lana Turner. Nancy consentía los desvaríos de Sinatra, ya que había comprobado que, una vez consumida la pasión inicial, Frank volvía al redil con el rabo entre las piernas, completamente arrepentido y buscando refugio en su legal regazo. Sin embargo, Ava Gardner marcaría un antes y un después en la relación de Sinatra con el sexo opuesto, modificando para siempre sus esquemas y demostrándole a él y al mundo entero que era mucha mujer para ser, simplemente, una más. Ambos seguirían dependiendo terriblemente uno del otro, incluso muchos años después de su divorcio en 1957, siendo Ava, probablemente, quien más echaría de menos a Sinatra en el largo período de soledad sentimental que vivió la actriz después de romper el que sería su último matrimonio y que se prolongaría hasta su muerte en Londres en 1990.
Fue la mismísima Lana Turner, buena amiga y colega de Gardner en los dorados oropeles de la Metro, quien la puso en antecedentes de las costumbres de Sinatra. Con gran discreción y las mejores intenciones, la belleza rubia de Hollywood le habló de como Frank le había prometido dejar a su mujer y casarse con ella, y de como la había abandonado sin miramientos para regresar, hecho un mar de lágrimas, al lecho marital junto a Nancy. Ava, al principio, se tomaba con calma la relación con Sinatra, pero pronto se dio cuenta de que aquel italiano flacucho y temperamental, ídolo de histéricas quinceañeras -sus famosas bobby-soxers- a las que tenía rendidas con el arrullo de su voz incomparable, iba a ser mucho más en su vida que cualquiera de los hombres que le habían precedido, desde sus dos maridos hasta sus ocasionales acompañantes en las cálidas noches de Beverly Hills.
En Agosto de 1997 viajé a Carolina del Norte. Me hallaba en pleno proceso de creación de mi trabajo acerca de Ava Gardner y, después de haber visitado otras ciudades del mundo que forman parte del periplo vital de la estrella, decidí que había llegado el momento de conocer sus raíces en Smithfield, la pequeña ciudad donde nació en 1922. Contacté, meses antes de mi viaje, con el Ava Gardner Museum, una institución dedicada a mantener viva la memoria del más famoso personaje nacido en el estado y que se hallaba, entonces, dirigido por un board of directors en el que se encontraban familiares, amigos y admiradores de Miss Gardner y cuyo presidente honorífico era uno de sus más queridos compañeros de la época dorada de Hollywood, el actor Gregory Peck. El Ava Gardner Museum surgió de la iniciativa del Dr. Thomas Banks, natural de Smithfield aunque residente en Florida, gran admirador de la actriz y con cuya colección de memorabilia gardneriana -recopilada durante toda una vida- comenzó a formarse el fondo del museo. Banks y su esposa Lorraine, actualmente fallecidos, tuvieron la fortuna de conocer personalmente a Ava Gardner, a la que visitaron en Londres en varias ocasiones.
El museo se hallaba instalado en un gran almacén rehabilitado con mucho esfuerzo por aportaciones económicas particulares y tímidas ayudas del Ayuntamiento de la ciudad y de la Administración del estado. Algunas de las personas a las que entrevisté durante la semana que pasé en Smithfield fueron Mary Edna Grimes Grantham, sobrina de la actriz e hija de su hermana Inez, y Dewey Sheffield, uno de sus grandes amigos y senador por Carolina del Norte. Ambos hicieron excelentes aportaciones a mi trabajo de investigación, sumándose a las entrevistas que había realizado anteriormente en Madrid, lugar de residencia de Ava Gardner desde 1955 hasta 1968. Lo cierto es que, en Smithfield, me sentí arropado por unas gentes amables y hospitalarias que me colmaron de atenciones, implicándose en mi trabajo. Desde Mrs. Lee, la anciana bibliotecaria de la Smithfield Public Library que se zambulló conmigo en la hemeroteca local, hasta Busby Sugg, empleado jubilado del servicio de Correos y que fue uno de los primeros pretendientes de la adolescencia de Ava Gardner, todo el mundo deseaba conocer y colaborar con aquel peculiar recién llegado del otro lado del mundo que demostraba tener evidentes problemas para entender un inglés marcado por un fuerte y campesino acento del Old South.
Smithfield es un lugar que parece sacado de una ilustración de Norman Rockwell. Y lo es gracias a que la región se halla alejada de las rutas turísticas, lo que perpetúa en sus gentes el estilo de vida sureño sin apenas intromisiones del mundo exterior. Las casas, situadas a ambos lados de estrechas carreteras vecinales, mantienen aún el sabor de los años cuarenta y cincuenta, con sus porches pintados de blanco y sus backyards en donde la ropa se seca al sol y se enfrían las tartas de manzana. La casa natal de Ava Gardner (en la fotografía superior) se encuentra en un apartado camino, rodeada todavía de los mismos tabacales por los que ella correteaba descalza en su niñez, restaurados actualmente su tejado gris y su hermosa chimenea de ladrillo rojo. Al atardecer, el cielo sureño ofrece bellas estampas en rojo y naranja que tiñen los tabacales y los campos de algodón de maravilloso Metrocolor. Recuerdo que me sentaba todas las tardes, después de una jornada de duro trabajo en el museo, en una vieja mecedora en el porche de Waverley's, mi alojamiento y el mejor bed&breakfast del condado de Johnston, para relajarme antes de cenar un sabroso pollo frito al estilo sureño acompañado de mazorcas asadas. Dios bendiga al matrimonio Kelley, que ofrecen cariño, simpatía, comodísimas habitaciones y la más deliciosa cocina de la zona.
Una visita obligada -aunque apetecida- fue a la tumba de Ava Gardner. Situada en el Sunset Memorial Park, a la entrada de la población, es una gran lápida de piedra en la que únicamente podemos leer el apellido familiar y ante la que se encuentran los lugares de reposo de la mayoría de los integrantes ya fallecidos del clan, sus padres y sus hermanos. No me avergüenza reconocer mi emoción en el momento de depositar allí un ramo de flores. El lugar era tan hermoso, tan tranquilo y rodeado de tal verdor que paseé durante largo tiempo por aquel sitio que más parecía un jardín que un camposanto.
Hoy en día, el Ava Gardner Museum ha cambiado de ubicación y se halla instalado en un edificio de nueva construcción con todas las características de un moderno espacio museizado. Las aportaciones que, constantemente, llegan al museo desde todas las partes del mundo hacen de él un santuario que recoge, además del legado personal de la actriz, material gráfico diverso e internacional que el museo documenta y exhibe. Podemos, así, admirar desde el vestuario que lució en sus películas hasta cartas manuscritas, objetos decorativos y antigüedades de su hogar londinense, joyas, fotografías personales y los trofeos y menciones a los que se hizo acreedora a lo largo de su vida profesional. Por supuesto, la institución dispone de una página web que os permitirá ampliar considerablemente la información al respecto:
La historia narrada por "The Prisoner" es, posiblemente, una de las más extrañas y originales que nunca se haya presentado en la televisión mundial (por lo menos, hasta la llegada de la insólita y aclamada "Perdidos", cuarenta años después), resultando una mordaz y nada complaciente crítica de la sociedad occidental posterior a la Segunda Guerra Mundial y del sistema de los dos bloques establecido al final de la misma y representado en la obsesiva y neurótica realidad de la Guerra Fría. A pesar del paso de los años, la serie no ha perdido ni un ápice de su frescura original, y actualmente es un producto que -gracias, en gran parte, a su edición en DVD- las nuevas generaciones pueden descubrir y disfrutar, del mismo modo en que la audiencia de la década de los sesenta aupó al éxito más absoluto a esta producción británica que gozó de una increíble popularidad en Europa y los Estados Unidos durante su período original de emisión. La surrealista puesta en escena, la angustiante recreación que del personaje principal realiza Patrick McGoohan y la novedad que suponía un argumento completamente rompedor que se apartaba de los estandards establecidos por la industria televisiva en sus producciones de ciencia ficción atrapó -y sigue atrapando- a un público fascinado por el desarrollo de esta claustrofóbica e intranquilizadora historia que tiene lugar en un futuro muy próximo al momento de su realización.
El primer episodio de "The Prisoner" pone, sin dilación, al espectador en antecedentes de la situación: Un automóvil avanza por las calles de Londres conducido por un hombre -del cual podemos sospechar que se trata de una suerte de agente secreto del gobierno británico- que detiene el vehículo frente a un edificio en el que penetra. Un intercambio de documentos tiene lugar entre éste y otro hombre. Después, vuelve a sentarse al volante de su coche y prosigue su camino, sin apercibirse de que otro automóvil le ha seguido hasta su destino. Le vemos depositar su pasaporte y un billete de avión en un maletín mientras que un gas somnífero penetra por el ojo de la cerradura de la habitación en la que se encuentra y le hace caer profundamente dormido.

Con "The Prisoner", Patrick McGoohan quiso establecer un paralelismo con las sociedades modernas, con las que el espectador va encontrando cada vez más puntos de contacto cuanto más profundiza en el conocimiento de los personajes y las situaciones. Una de las frases publicitarias de la misma, No man is just a number ("ningún hombre es simplemente un número"), nos sitúa en la tesitura del ser humano immerso en la fagocitante existencia consumista que controla nuestras vidas, en las que se nos permite tener prácticamente todo lo que podamos desear, incluso lo más superfluo e innecesario, siempre y cuando ciñamos nuestro comportamiento a las férreas normas preestablecidas. Es en ese momento, el del individuo cuestionándose su alienante situación y pretendiendo cambiarla por otra de auténtica libertad en cuerpo y alma, cuando la máquina se dispondrá a destruirle con todos los medios que tenga a su alcance en su empecinamiento en mantener una sociedad en la que los valores humanos no son más que otro artículo de consumo con copyright y código de barras. La uniformización, la conversión del ser humano en una pieza más del siniestro engranaje de esta maquinaria político-económica que gobierna nuestros destinos y que no desea más que la aniquilación absoluta de todo sentimiento de individualidad, se ve reflejada en la metáfora sutil que representa "The Prisoner".

Ya está hecho. Ya es tarde. Creí que podría evitar abrir esta sección, que sería capaz de mantener a Miss G. en el ámbito del cementerio de los elefantes en el que reposan los restantes cadáveres exquisitos que amo, adoro e idolatro con mística, religiosa y silente devoción. Pero no, porque sus pasos de divino ectoplasma resuenan cada noche, sin descanso, en mi mente antes de dormirme, avivando el fuego del remordimiento como el fantasma del antiguo rey de Dinamarca lo hace con su parricida e incestuoso hermano... Quienes me conocen bien, saben de lo que estoy hablando. 