La gestación de "55 days at Peking" fue una de las más complejas y llenas de dificultades de la historia del cine, comparable solamente a otros inefables monstruos colosales como la "Cleopatra" de J. L. Mankiewicz o la "Intolerancia" de D. W. Griffith, producciones que -como la cinta de Nicholas Ray que nos ocupa- figuran en letras de oro en las antologías de una lírica cinematográfica que enaltecía, en ocasiones, la dudosa calidad del material original del que se disponía. Ray realizó en "55 días en Pekín" un ejercicio de narrativa poética aunado a una extraordinaria capacidad para sublimar con su incomparable estética la trivialidad de un argumento basado en un episodio histórico como fue la revuelta bóxer en el Pekín de 1900, sumando diariamente infinidad de problemas a una lista interminable que, según se apuntó más tarde, provocaron la crisis cardíaca sufrida por el realizador durante el rodaje y que le mantuvieron apartado del set hacia el final de la producción del film. "55 días en Pekín" forma parte de la colección de obras pertenecientes al género histórico que el productor ruso nacionalizado norteamericano y radicado en España Samuel Bronston se empeñó en realizar con la grandiosidad como estandarte y siempre contando con grandes nombres tanto delante como detrás de las cámaras. Así, "La Caída del Imperio Romano", "Rey de Reyes", "El Cid" o "John Paul Jones" se cuentan entre las más destacadas películas de corte histórico realizadas en la década de los sesenta y, pese a que puedan ser consideradas, hoy en día, de una monumentalidad un tanto absurda que recurría a las escenas de masas y al Cinemascope como reclamo para la taquilla, son producciones a las que no puede negárseles una indudable espectacularidad que, en muchas ocasiones, iba de la mano de bellísimas estrofas cinematográficas de primera calidad. 
En los primeros años de la década de los sesenta, Ava Gardner vivía ociosamente y sin mostrar demasiado apego a su carrera. Una vez finiquitado su contrato con la Metro en 1959, Gardner parecía haber perdido el interés por el cine, y los guiones de nuevas películas que se le ofrecían constantemente se acumulaban en su dúplex madrileño sin que les echara apenas un vistazo. Hasta se permitió el lujo de rechazar el papel de Alexandra del Lago en la adaptación que iba a realizar Richard Brooks de la obra de Tennessee Williams "Dulce pájaro de juventud", personaje que parecía escrito para ella y que iría, finalmente, a parar a las afortunadas manos de una espléndida Geraldine Page que se auparía con una nominación al Oscar y la consideración unánime de la crítica mundial. Sin embargo, acuciada por la endeblez de unas finanzas socavadas por su dolce vita madrileña, Ava Gardner consideró que había llegado el momento de volver a trabajar. Barajando las múltiples ofertas de que disponía, decidió aceptar el papel de una baronesa rusa con alma de demi mondaine que se ve envuelta en el conflicto bóxer, y que acaba expiando sus pecados como enfermera de los soldados de las legaciones internacionales que resultan heridos durante el asedio y vendiendo sus fabulosas joyas para comprar un carro lleno de fruta para los niños huérfanos. Antes de morir con la conciencia limpia, la baronesa tiene tiempo de mantener una extraña y no consumada relación sentimental con el Mayor del ejército de los Estados Unidos interpretado por Charlton Heston en una de sus habituales composiciones y, tal vez, algo más hiératico que de costumbre.
La resolución tomada por Ava Gardner no había resultado, en cualquier caso, gratuita. El hecho de que la película se rodara a pocos kilómetros de Madrid fue el principal aliciente para aceptar el papel, pero también lo fueron los dos grandes camerinos con cocina completamente equipada y nevera para ella sola, amén de otros lujos y comodidades que Bronston le puso por delante para conseguir que la Gardner se uniera a la producción. Sin embargo, la realidad es que la suma que le fue ofrecida -500.000 dólares de la época, una auténtica fortuna- era absolutamente irrechazable, teniendo en cuenta que, en un principio, el papel de la baronesa Ivanoff era ciertamente anecdótico y requería de la actriz un esfuerzo relativo. Por su parte, Heston pareció no aceptar de buen grado la participación de Ava Gardner en la película, ya que él había solicitado a Bronston poder contar con la actriz francesa Jeanne Moreau para el papel de la baronesa Ivanoff. Heston, que estaba convencido de que Gardner era una estrella en decadencia, nada pudo hacer para evitarlo, aunque mostró abiertamente su animadversión hacia ella durante el rodaje, acusándola de lastrar el desarrollo del trabajo con sus actitudes de diva y su poco interés por la producción. Parte de verdad había en las acusaciones del protagonista masculino, ya que Gardner llegaba considerablemente tarde al plató por la mañana, y se marchaba dando un portazo cuando ocurría cualquier cosa que la molestara. Una vez, desapareció durante un día entero cuando un extra chino le sacó una fotografía, alegando que en su contrato se especificaba muy claramente la prohibición absoluta de tomarle fotos en el set de rodaje. Por su parte, Ava Gardner acusaba a Heston de ser un machista radical ultraconservador. Por supuesto, la química entre ambos intérpretes se resiente en pantalla, mostrando un feeling prácticamente inexistente al que la poca consistencia del guión no ayudó en absoluto. Un guión, por cierto, que acusaba los estragos causados por constantes rectificaciones y cambios a los que se veía obligado el equipo de guionistas, encabezado por Philip Yordan y Bernard Gordon. Las páginas con el guión de las escenas del día se les entregaban a los actores la misma mañana antes de comenzar el rodaje, sin tiempo apenas para memorizar sus frases.
La terna protagonista se completó con David Niven, muy en su personaje de diplomático británico que toma las riendas del delicado asunto político que tiene entre manos ante la pasividad del resto de países implicados. Niven ofrece una excelente interpretación, así como los actores de reparto, un magnífico y distinguido plantel compuesto por nombres del cine y el teatro británicos como Dame Flora Robson (impresionante en su caracterización de la emperatriz viuda Tseu-Hi), Leo Genn, Robert Helpmann o Harry Andrews. Malas lenguas aseguraron que el hecho de que Ava Gardner se mostrara tan aterrorizada durante el rodaje de la película se debió al hecho de tener que actuar junto a tan prestigiosos nombres, aunque la verdad hay que buscarla en su característico pánico a las multitudes, cosa comprensible en un set con más de cinco mil extras. Extras, además, a los que hubo que reclutar por toda Europa, ya que España aún no había comenzado a experimentar el fenómeno de la inmigración. Otros países del viejo continente, por el contrario, sí disponían en cantidad de elemento humano asiático que fue reclutado entre el personal de restaurantes y lavanderías. Por su parte, Samuel Bronston, gato viejo en las tareas de promoción de sus producciones fílmicas, ofreció el papel finalmente encomendado a Flora Robson a Greta Garbo, que llevaba más de veinte años retirada de las pantallas. El hipotético y clamoroso retorno de La Divina al cine hizo correr ríos de tinta y sirvió de publicidad previa y gratuita para la película, pero, en realidad, Garbo había declinado la oferta en el mismo momento en que le fue propuesta. Otro de los ítems generosamente difundido por la oficina de prensa de Bronston fue el maravilloso vestuario turn of the century creado para Ava Gardner por los diseñadores Veniero Colasanti y John Moore.
La reconstrucción en decorados a tamaño natural de buena parte de la ciudad de Pekín tal como era a principios del siglo XX -asimismo labor de Colasanti y Moore- resultó una descomunal tarea llevada a cabo por un ejército de carpinteros, pintores e interioristas que reprodujeron hasta el último detalle interiores y exteriores de la ciudad prohibida y las legaciones internacionales, resultando especialmente impresionante el Templo del Cielo con el salón del trono de los emperadores manchúes y la enorme muralla tras la que se protegen del asedio bóxer los miembros de las embajadas occidentales y sus familias. La localización del enorme decorado se hallaba en Las Rozas, localidad cercana a la capital con una típica orografía mesetaria que ofrecía una llanura ideal para la ubicación del falso Pekín, tras el cual asomaban las crestas de la sierra del Guadarrama. Parte de estos decorados sirvieron, al año siguiente, para ser reconvertidos en el foro de la Roma imperial en la nueva producción de Bronston, "La caída del Imperio Romano", film que marcaría una clara decadencia de esta clase de espectáculos y que se confirmaría con el fracaso de "El fabuloso mundo del Circo", canto del cisne del arriesgado productor, el cual ya no volvería a reverdecer los laureles de antaño pasando a producir unas cuantas películas menores de relativa trascendencia antes de su retirada definitiva en 1984.
La resolución tomada por Ava Gardner no había resultado, en cualquier caso, gratuita. El hecho de que la película se rodara a pocos kilómetros de Madrid fue el principal aliciente para aceptar el papel, pero también lo fueron los dos grandes camerinos con cocina completamente equipada y nevera para ella sola, amén de otros lujos y comodidades que Bronston le puso por delante para conseguir que la Gardner se uniera a la producción. Sin embargo, la realidad es que la suma que le fue ofrecida -500.000 dólares de la época, una auténtica fortuna- era absolutamente irrechazable, teniendo en cuenta que, en un principio, el papel de la baronesa Ivanoff era ciertamente anecdótico y requería de la actriz un esfuerzo relativo. Por su parte, Heston pareció no aceptar de buen grado la participación de Ava Gardner en la película, ya que él había solicitado a Bronston poder contar con la actriz francesa Jeanne Moreau para el papel de la baronesa Ivanoff. Heston, que estaba convencido de que Gardner era una estrella en decadencia, nada pudo hacer para evitarlo, aunque mostró abiertamente su animadversión hacia ella durante el rodaje, acusándola de lastrar el desarrollo del trabajo con sus actitudes de diva y su poco interés por la producción. Parte de verdad había en las acusaciones del protagonista masculino, ya que Gardner llegaba considerablemente tarde al plató por la mañana, y se marchaba dando un portazo cuando ocurría cualquier cosa que la molestara. Una vez, desapareció durante un día entero cuando un extra chino le sacó una fotografía, alegando que en su contrato se especificaba muy claramente la prohibición absoluta de tomarle fotos en el set de rodaje. Por su parte, Ava Gardner acusaba a Heston de ser un machista radical ultraconservador. Por supuesto, la química entre ambos intérpretes se resiente en pantalla, mostrando un feeling prácticamente inexistente al que la poca consistencia del guión no ayudó en absoluto. Un guión, por cierto, que acusaba los estragos causados por constantes rectificaciones y cambios a los que se veía obligado el equipo de guionistas, encabezado por Philip Yordan y Bernard Gordon. Las páginas con el guión de las escenas del día se les entregaban a los actores la misma mañana antes de comenzar el rodaje, sin tiempo apenas para memorizar sus frases.
La terna protagonista se completó con David Niven, muy en su personaje de diplomático británico que toma las riendas del delicado asunto político que tiene entre manos ante la pasividad del resto de países implicados. Niven ofrece una excelente interpretación, así como los actores de reparto, un magnífico y distinguido plantel compuesto por nombres del cine y el teatro británicos como Dame Flora Robson (impresionante en su caracterización de la emperatriz viuda Tseu-Hi), Leo Genn, Robert Helpmann o Harry Andrews. Malas lenguas aseguraron que el hecho de que Ava Gardner se mostrara tan aterrorizada durante el rodaje de la película se debió al hecho de tener que actuar junto a tan prestigiosos nombres, aunque la verdad hay que buscarla en su característico pánico a las multitudes, cosa comprensible en un set con más de cinco mil extras. Extras, además, a los que hubo que reclutar por toda Europa, ya que España aún no había comenzado a experimentar el fenómeno de la inmigración. Otros países del viejo continente, por el contrario, sí disponían en cantidad de elemento humano asiático que fue reclutado entre el personal de restaurantes y lavanderías. Por su parte, Samuel Bronston, gato viejo en las tareas de promoción de sus producciones fílmicas, ofreció el papel finalmente encomendado a Flora Robson a Greta Garbo, que llevaba más de veinte años retirada de las pantallas. El hipotético y clamoroso retorno de La Divina al cine hizo correr ríos de tinta y sirvió de publicidad previa y gratuita para la película, pero, en realidad, Garbo había declinado la oferta en el mismo momento en que le fue propuesta. Otro de los ítems generosamente difundido por la oficina de prensa de Bronston fue el maravilloso vestuario turn of the century creado para Ava Gardner por los diseñadores Veniero Colasanti y John Moore.
La reconstrucción en decorados a tamaño natural de buena parte de la ciudad de Pekín tal como era a principios del siglo XX -asimismo labor de Colasanti y Moore- resultó una descomunal tarea llevada a cabo por un ejército de carpinteros, pintores e interioristas que reprodujeron hasta el último detalle interiores y exteriores de la ciudad prohibida y las legaciones internacionales, resultando especialmente impresionante el Templo del Cielo con el salón del trono de los emperadores manchúes y la enorme muralla tras la que se protegen del asedio bóxer los miembros de las embajadas occidentales y sus familias. La localización del enorme decorado se hallaba en Las Rozas, localidad cercana a la capital con una típica orografía mesetaria que ofrecía una llanura ideal para la ubicación del falso Pekín, tras el cual asomaban las crestas de la sierra del Guadarrama. Parte de estos decorados sirvieron, al año siguiente, para ser reconvertidos en el foro de la Roma imperial en la nueva producción de Bronston, "La caída del Imperio Romano", film que marcaría una clara decadencia de esta clase de espectáculos y que se confirmaría con el fracaso de "El fabuloso mundo del Circo", canto del cisne del arriesgado productor, el cual ya no volvería a reverdecer los laureles de antaño pasando a producir unas cuantas películas menores de relativa trascendencia antes de su retirada definitiva en 1984.
"55 días en Pekín" es, pues, uno de los últimos y sonados coletazos de un cine-espectáculo que tuvo su máximo representante, durante los años cuarenta y cincuenta, en Cecil B. de Mille y sus mastodónticas producciones bíblicas, un formato que no pudo seguir luchando contra los nuevos parámetros en los que comenzó a moverse la industria del cine a partir de la segunda mitad de los años sesenta coincidiendo con el final del star-system y del monopolio de los grandes estudios de Hollywood. A pesar de la etiqueta de película de simple entretenimiento que puede arrastrar, "55 días en Pekín" es, ciertamente, una de las más inspiradas realizaciones de Nicholas Ray, poética y desencantada, que se beneficia de la magnífica banda sonora compuesta por Dimitri Tiomkin, de un preciosista diseño de producción y una bellísima fotografía de Jack Hildyard. Con el paso de los años, es posible que lleguemos a comprender mejor el verdadero valor de esta joya del cine épico, cargada de simbolismos acerca de la solidaridad y la remisión de pasados borrascosos, pero también como catálogo psicológico acerca de la codicia, la ambición, y el afán de poder del ser humano.





Grandes actores alemanes del período situado entre las dos guerras mundiales terminaron por emigrar a Hollywood, muchos de ellos huyendo de la barbarie nazi y otros al verse requeridos por la Meca del Cine, a donde habían llegado ecos de sus prodigios interpretativos o de sus magníficas estampas físicas. El caso de Conrad Veidt (Postdam, Alemania, 1893) reclama su inserción en ambas categorías. Tras huír de su país, la industria cinematográfica norteamericana descubrió en Veidt un filón que podía encarnar con absoluta precisión los carácteres más viles y siniestros sin perder, ni por un instante, su aspecto de gentleman europeo. Así, Veidt consiguió triunfar con una sucesión de personajes muchos de los cuales han pasado a formar parte de la historia del cine, destacando aquellos que se inscriben en los géneros del suspense, el bélico y, especialmente, el fantástico. Conrad Veidt pertenece a una raza de actores forjados en los períodos más arcaicos de un nuevo medio de expresión que buscó sus primeros rostros sobre las tablas de los escenarios, donde el actor formaba parte de la compañía de Max Reinhardt, impulsor en el cine y el teatro alemanes de una de las vanguardias artísticas más importantes del siglo, el Expresionismo, a través de las experiencias realistas de su teatro de cámara que darán origen al concepto de la iluminación como medio expresivo en la nueva corriente que iba a ser conocida como Kammerspielfilm.
"Das Kabinett des Doktor Caligari" fue una de las primeras películas rodadas en los estudios UFA de Berlín. Si bien en un primer boceto de producción su realizador debía ser Fritz Lang, compromisos de trabajo del excepcional director le impidieron tomar las riendas del proyecto, que acabó en las manos de Robert Wiene. La historia narra los desmanes cometidos por el criminal Cesare (Conrad Veidt), un sonámbulo que es exhibido en ferias por el Dr. Caligari (Werner Krauss) quien manipula la voluntad de su pupilo para obligarle a perpetrar, en estado hipnótico, horribles asesinatos. La intención de los guionistas Janowitz y Mayer era la de denunciar el posicionamiento y las acciones del gobierno alemán durante la Primera Guerra Mundial, pero presiones políticas aconsejaron cambiar el sentido del argumento, mutilando el guión original y obligando a los guionistas a añadir un prólogo y un epílogo en el que Caligari es mostrado como un simple esquizofrénico, descargando así al personaje de toda connotación político-social. Siendo ya, en aquellos momentos, una conocida figura en el cine alemán con más treinta películas en su haber, la presencia de Veidt en este mítico film resulta de contundente impacto visual, convirtiéndose con el paso del tiempo en una imagen universal del cine de terror.
Veidt continúa rodando con los más importantes realizadores alemanes (F. W. Murnau, Carl Wilhelm, Paul Leni o Richard Oswald) e incluso se dirige a sí mismo en "La noche en Goldenhall", su segunda incursión detrás de la cámara después de "Locura", que rodó en 1919. En 1924, dos nuevos éxitos de Veidt, una vez más en el género fantástico: "La manos de Orlac", de Robert Wiene, primera versión de una asfixiante historia acerca de un pianista al que se le implantan las manos de un asesino después de sufrir un brutal accidente (y que más tarde retomaría Hollywood con Peter Lorre al frente del reparto) y "El gabinete de las figuras de cera", dirigida por Paul Leni y Leo Birinski en una primera aproximación a un argumento que el cine internacional versionaría hasta la saciedad en décadas posteriores. Pero la más conocida interpretación de Veidt en la década de los veinte después de su encarnación del sonámbulo homicida de "El Gabinete del Doctor Caligari" fue en "The Man Who Laughs" ("El hombre que ríe", 1928), adaptación de una sobrecogedora novela de Víctor Hugo rodada en Hollywood con producción de Carl Laemmle para la Universal Pictures. Junto a Mary Philbin (conocida por su interpretación al lado de Lon Chaney en "El Fantasma de la Opera"), Veidt resulta absolutamente desgarrador en su terrorífico personaje de Gwynplaine, un hombre cuya boca es deformada para exhibir una perenne y horrible sonrisa en un grotesco número circense. Es este, sin duda, junto con el del sonámbulo Cesare, el papel por el que Conrad Veidt será recordado, al tratarse de dos personificaciones icónicas dentro del cine de horror que continuan manteniendo, hoy en día, su vigencia dentro de los cánones más ortodoxos de la parafernalia freak.



En el enloquecido mundo de Coconino County habitan otros muchos personajes, animales de aspecto antropomórfico entre los que destaca Offissa Pupp, una suerte de can metido a jefe de policía que oculta un secreto amor por "Krazy" y que se desvive por protegerle/a de los desmanes y de las activitades delictivas de Ignatz, el cual acaba siempre en el calabozo de la cárcel local. Este rebuscado triángulo amoroso, base de casi todos los argumentos desarrollados por Herriman en sus dibujos para la prensa, ofrece una nueva y diferente concepción del más romántico amour fou aunado a grandes dosis de hilarante humor, violencia gratuita y constante confusión sexual. Esta última característica se repite constantemente en gran parte de las aventuras dibujadas de los personajes que triunfaron en los años anteriores al desastre económico de 1929 y a la ola de conservadurismo y mojigatería que le siguió y que inundó los Estados Unidos a partir de la década de los treinta.
En 1916 se produjeron algunos cortos animados con las historias de "Krazy Kat", aplicando la técnica del "bocadillo" usada en el ámbito gràfico para colocar los diálogos de los personajes, coincidiendo con el momento de mayor popularidad de las tiras cómicas que se evidenciaría en su pase al prime time de los domingos a página completa. Cuando dejó de publicarse en los periódicos en 1944, "Krazy Kat" durmió el sueño de los justos hasta que, en 1961, King Features Syndicate comenzó la producción de una serie de cartoons en color para la televisión. La KFS, que ya era propietaria de los derechos de los personajes de Herriman al formar parte de la corporación Hearst fundada en 1915 por el magnate William Randolph Hearst, distribuyó mundialmente las nuevas aventuras de "Krazy Kat", esta vez más adecuadas para el público infantil, principal target de la nueva serie animada. El retoque más evidente fue la tajante adjudicación de sexo femenino para "Krazy", alejando así definitivamente toda posible sombra de homosexualidad en la curiosa relación de los tres carácteres protagonistas.
Los 29 nuevos cartoons de la KFS basados en el personaje de Herriman fueron conocidos en España y Latinoamérica como "La Gata Loca", trivial y prácticamente literal traducción de su apelativo original cargado de connotaciones mucho más subterráneas. Los dibujos animados de los sesenta dirigidos por Seymour Kneitel no han pasado, por supuesto, a la historia de la más brillante animación universal, pero representan una simpática trasposición de unos personajes absolutamente iconoclastas al mundo infantil en un intento de acercarlos a los más pequeños en una serie que, no obstante, gustó también a los adultos que ya conocían, de antemano, el personaje, el cual se ha convertido, actualmente, en un icono intelectual de primer orden del que se han escrito ensayos y se han realizado profundos estudios por parte de los más afamados filósofos y sociólogos.


Sí, María Asquerino ha trabajado, incansable, en todos los medios, algunas veces multiplicando horas laborales para poder llegar a tiempo al plató de rodaje después de haber hecho esas dos duras y difíciles funciones diarias. "Anillos para una dama", de Antonio Gala, ha sido, sin duda, su mayor y más celebrado éxito teatral. En cine, dejó escrito su nombre en letras de oro interpretando a la protagonista de "Surcos", el film-denuncia de José Antonio Nieves Conde rodado en blanco y negro en esa España -también en blanco y negro- de 1951. Y es ella mucho más que, simplemente, una famosa actriz. Fue la más vehemente de las dinamizadoras de conversaciones, charlas y tertulias de aquel Madrid que "era una fiesta" en los años cincuenta; que comenzó a tomar conciencia social en los sesenta, que empezó a enseñar muslo y pechuga en los setenta y que despertó a la joven democracia de los ochenta con la propia María como bandera. Su mesa, primero en aquel "Oliver" que Adolfo Marsillach puso, coqueto e íntimo, para que Ava Gardner pudiera comenzar allí sus noches de insomne incontinencia, y más tarde en el "Bocaccio", siempre fue la más concurrida por sus compañeros y compañeras de profesión, artistas de todas las disciplinas y políticos de todos los colores.

1977 fue el año de su encuentro con Buñuel con su colaboración en "Ese oscuro objeto de deseo". El papel, ciertamente anecdótico, aumenta de tamaño en manos de María, del mismo modo que ocurrió con su personaje de "El mar y el tiempo", bajo la dirección de su gran amigo Fernando Fernán Gómez y por el que recibió el Goya a la Mejor Interpretación Femenina de Reparto. En los últimos años, María Asquerino ha llamado la atención de nuevas generaciones de realizadores, destacando especialmente su colaboración con Alex de la Iglesia en tres películas: "Muertos de risa", la magnífica e irrepetible "La Comunidad", y "La habitación del niño". De la Iglesia parece haber descubierto en María cierta cualidad indefinible, oscura en ocasiones y, en otras, cómica, algo a medio camino entre Bela Lugosi y el Grand Guignol: "Con Alex, en los rodajes, nos tronchábamos de risa y teníamos que parar, no podíamos seguir trabajando". La actriz ha participado también en cortos de directores emergentes como Salvador Perpiñá y Luis Febrer, y ha colaborado en "Pagafantas", el primer largo de otro ilustre cortometrajista, Borja Cobeaga, aún pendiente de estreno.


Mientras tanto, las sesiones fotográficas para revistas como Physique Pictorial, Adonis o Body Beautiful se suceden sin descanso, mostrando a Fury en actitudes cada vez más tórridas y dispuesto a enseñar mucho más de lo que la conservadora moral americana de la época permitía. Al contrario que Steve Reeves, cuyas sesiones de fotos, habitualmente, incorporaban elementos estéticos y actitudes más propias del pathos de las tragedias teatrales griegas que del mundo glamouroso del cine de los cincuenta, las fotografías de Fury son plenamente fifties y nos lo muestran alegre y desinhibido, al mismo tiempo que con una fortísima carga sexual.
Ed Fury, retirado hoy en día de toda actividad, mantuvo un excelente, atlético y juvenil aspecto hasta bien entrado en la setentena, tal vez haciendo honor a la vieja sentencia latina mens sana in corpore sano. Posiblemente, el mayor mérito de este culturista metido a actor fue el de saber aprovechar las oportunidades que se le presentaron, saltando del gimnasio a los concursos para culturistas, luego a las revistas, y de éstas al cine con una notable adaptación al difícil y competitivo medio. Y, para el recuerdo, más que un puñado de personajes recortados en Technicolor quedarán sus fotografías de juventud que le hacen destacar -por lo menos, a criterio de quien suscribe este texto- como uno de los más hermosos ejemplares masculinos que se han dejado ver en el siglo XX.
Hollywood, 1948. Ava Gardner seguía, imparable, ascendiendo en su categoría de gran estrella de la pantalla, siendo una de las caras más reproducidas en las portadas de las revistas de la época, las cuales aireaban sus aventuras amorosas -en realidad, fotos promocionales filtradas por la Metro-Goldwyn-Mayer a la presse du coeur de la ciudad- al mismo tiempo que se hacían eco, con mayor o menor entusiasmo, de sus apariciones en la pantalla. Gardner no estaba, desde luego, demasiado contenta con el trato que estaba recibiendo por parte de la MGM, en donde seguían resistiéndose a ofrecerle papeles de envergadura mientras la explotaban como estandarte de su más alto glamour. De hecho, el mayor éxito de la actriz hasta ese momento había sido "Forajidos", mítica cinta del mejor cine negro en la que se adaptaba un relato corto de Ernest Hemingway, "The Killers", junto a otro gran aspirante a luminaria fílmica, un viril Burt Lancaster mostrando su cara más brutal. "Forajidos" fue producida por la Universal Pictures en 1946, para la que solicitó a la Metro la cesión de Gardner por una considerable suma de dinero, del cual la actriz solo percibiría un irrisorio porcentaje. Así, prestada, alquilada o cedida a otros estudios, Gardner languidecía entre las paredes del lot de la MGM mientras ni Louis B. Mayer, el todopoderoso mandamás del estudio, ni ninguno de sus asesores parecían darse cuenta del diamante en bruto que tenían entre las manos.


Las canciones de Ava, románticas y pegadizas, fueron dobladas por una cantante profesional, situación que anticipaba la costumbre de doblar por sistema a la actriz pese a que su voz, "sin ser la de Lena Horne" (Gardner dixit), era agradable y bien timbrada. El resto del reparto estaba integrado por nombres populares como los de Eve Arden, Olga San Juan, el cantante Dick Haymes -entonces marido de Rita Hayworth- y el característico Tom Conway. Pese a todo ello, la cinta resultó un fracaso de taquilla que la crítica acogió con reservas evidentes. Gardner tuvo que ver como se ensañaba con ella parte de la prensa, especialmente la columna del New York Times que escribía Bosley Crowther, reconocido detractor de la joven estrella, quien aseguró que "como actriz, Miss Gardner continúa siendo una estatua". En cualquier caso, la posterior trayectoria de Ava Gardner ha hecho que la película figure en las enciclopedias de cine, pasando a ser su imagen vestida con la clámide olímpica parte indisoluble de su mito.
6- Daniel Craig: Con su aspecto de estibador de puerto soviético al que le quedan demasiado ajustados los trajes de Hugo Boss, Craig es la antítesis del arquetipo imaginado por Ian Fleming para su héroe literario, el cual se halla a distancias astronómicas de la imagen que transmite el último de los actores que han encarnado a James Bond. Para ejemplificar esta aseveración -que no hago, por supuesto, alegremente- propongo al lector un revelador experimento, llegados a este punto y final del exhaustivo repaso dado a los seis actores que han encarnado a James Bond: organizar en sus casas una soirée cinematográfica, a modo de los programas dobles de los antiguos cines de barrio, proyectando en primer lugar "Agente 007 contra el Dr. No" e, immediatamente, visionando "Quantum of Solace". Puedo asegurar que el contraste es, como poco, demoledor, y explicita a la perfección la evolución del personaje durante los cuarenta y siete años de su permanencia constante en las pantallas cinematográficas como uno de los iconos más perdurables del cine de la segunda mitad del siglo XX..
Daniel Craig propuso un nuevo James Bond más acorde con los tiempos que corren, capaz de cometer acciones más que cuestionables desde el punto de vista de una estricta moralidad y con una pátina de conflicto interior que haría las delicias de Sigmund Freud y de la que sus predecesores carecían en absoluto. Su relación con su superior immediato, "M" (interpretado en las últimas entregas de la serie por una convincente Judi Dench), ha cargado las tintas en su inquina mutua y se ha dotado de un agresivo componente psicológico, más allá de las banales discusiones de despacho que ambos personajes mantenían tradicionalmente.
Resumiendo, parece ser que la nueva imagen integral del agente secreto más famoso del mundo ha conseguido cuajar mayoritariamente entre la audiencia, a tenor de la recaudación de las dos películas que Craig ha rodado como Bond, "Casino Royale" (2006) y "Quantum of Solace" (2008), la más taquillera de toda la saga. Para 2011, está previsto el estreno de la tercera producción con el actor como mascarón de proa, "Bond 23", de la que todavía no se ha facilitado mucha información pero de la que se ha filtrado que tratará de recuperar y revestir de la importancia que tuvieron, tradicionalmente, los personajes de Moneypenny y de "Q".
5- Pierce Brosnan: Cuando Timothy Dalton terminó su controvertida etapa como el cuarto intérprete que había personificado a James Bond en la gran pantalla, el que sería su sustituto no era del todo ajeno al papel. De hecho, Dalton obtuvo su oportunidad en la saga de los productores Saltzman y Broccoli gracias a que, en 1982, Pierce Brosnan se hallaba en pleno rodaje -y en cotas de absoluta popularidad- de la serie televisiva para consumo familiar "Remington Steele". Brosnan, así pues, se vio obligado por contrato a rechazar la golosa oferta de los productores de la serie Bond para encarnar al agente 007, y no fue hasta su liberación del contrato que le unía a la serie -emitida con gran éxito por la NBC hasta 1987- cuando pudo ponerse al servicio de Su Majestad Británica en cuatro producciones que, una vez más, volvieron a adaptar las características del personaje a los parámetros específicos del nuevo actor que iba a encarnarlo, tanto en el aspecto interpretativo como en el físico. 
